El coqueteo de Chile con el populismo

Columna
El Mostrador, 06.07.2022
Eduardo Saavedra P., economista y decano Facultad de Economía y Negocios (UAH)

Nadie quiere ser populista, pero crecientemente Chile coquetea con el populismo. Los chilenos, con nuestras demandas, nuestras votaciones e incluso con nuestro silencio somos causantes de los avances del populismo en nuestro país. Entendamos populismo en cómo gobernantes y políticos responden a las demandas de la sociedad civil con políticas públicas que prescinden de límites institucionales y socaban el progreso económico y social del país. En esta definición caben populismos antiestablishment, ligados a regímenes neoliberales y autoritarios, como el de Fujimori en Perú, o a líderes y movimientos que desdeñan a los partidos políticos tradicionales, como los candidatos presidenciales Parisi y Velasco en Chile; populismos culturales de corte fascista como los gobiernos de Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos, o la propuesta programática presentada por el Partido Republicano en nuestro país; y populismos socioeconómicos de corte socialista o comunista como los de Kirchner en Argentina o Chávez y Maduro en Venezuela, así como el discurso y las propuestas de un número importante de nuestros convencionales.

Todos los tipos de populismo socaban la institucionalidad político-económica de los países, no siendo necesario que grupos populistas lleguen a controlar el Poder Ejecutivo; basta con que ejerzan el poder desde buenos resultados electorales en la elección de parlamentarios, gobernadores y alcaldes, hasta incluso el perder de manera estrecha una elección presidencial. Desde la ciencia política, diversos autores han buscado crear indicadores del nivel de populismo a partir de discursos de líderes políticos o en los resultados de elecciones en que participan movimientos populistas. Una manera más simple de hacerlo, aunque no exenta de problemas, es aproximarnos a una métrica del populismo por la vía de verificar cómo evolucionan indicadores que son afectados por el populismo. Esto es, descubrirlo por las huellas que deja impresas.

Sea cual sea la definición de populismo, es posible entender que su surgimiento se materializa cuando un país posee una débil institucionalidad política y económica. En el plano de la debilidad institucional, el populismo se relaciona con altos niveles de corrupción, baja certeza jurídica y malos indicadores de voz y accountability. En primer término, cuando un país enfrenta mayores niveles de corrupción, se socaba la credibilidad de las instituciones públicas, como, por ejemplo, los escándalos del financiamiento ilegal de la política chilena indican una mayor corrupción en el Poder Legislativo. Situaciones como la señalada, cuando son crecientes, son caldo de cultivo para la aparición de los movimientos populistas antiestablishment. En segundo término, el populismo cultural incuba líderes autoritarios, los que al ejercer su poder afectan tanto a la certeza jurídica como a que los ciudadanos puedan expresar su derecho a voz y el accountability o rendición de cuentas. Por último, en el plano de la debilidad económica, esta se acrecienta conforme más avanza el populismo socioeconómico, lo que se traduce en un tamaño del Estado más grande, ya sea medido por el porcentaje del gasto del gobierno central sobre el PIB, o el porcentaje de los subsidios que esta entrega como porcentaje de sus gastos.

Utilizando los indicadores de gobernabilidad del Banco Mundial, Chile muestra un fuerte retroceso desde 2014 en los índices de corrupción y de certeza jurídica, evidenciando un posible aumento del populismo antiestablishment, con algo de populismo cultural ligado al surgimiento de movimientos más autoritarios. Por otro lado, el tamaño del Estado ha crecido solo levemente, con aumentos más importantes a inicios de ambos gobiernos de Bachelet y no revertidos por los gobiernos de Piñera (el salto en estos indicadores en 2020 y 2021 son clara consecuencia de la pandemia y no pueden asignarse a una explosión populista en dichos años).

En suma, Chile no es un país abiertamente populista, pero muestra fuertes indicios de un coqueteo hacia un aumento del populismo antiestablishment, lo que podemos asociar a la aparición de líderes políticos que basan sus discursos en denostar a la clase política (por ejemplo, Parisi y Velasco), así como la fuerza que adquirieron los movimientos sociales para las elecciones de convencionales y de legisladores. Finalmente, hay poco indicio de populismo socioeconómico, aunque este podría crecer, fruto de una eventual aprobación de la nueva Constitución que le asigna un tamaño económico mucho más importante al Estado.

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