El hombre fiel

Columna
Pulso, 06.12.2016
Álvaro Pezoa Bissières, director Centro de Ética Empresarial (U. de los Andes)
No es aceptable que se valore la consecuencia de Fidel Castro como si esta fuera una virtud, ya que aquella siempre se asoció al mal

Fidel significa “fiel”, un hombre fiel. Y eso es precisamente lo que fue Fidel Castro el recientemente fallecido dictador cubano. Leal al marxismo que declaró suscribir cuando fue oportuno y, como no, nunca antes de que hubiese podido dañar al proceso revolucionario que impulsaba para la isla, siguiendo el mejor catálogo táctico comunista: todo vale si es funcional a la revolución llamada a instaurar el “paraíso terrenal”, aquella utópica sociedad igualitaria, carente de clases sociales, propiedad y Estado, promesa incumplible de índole religioso-secular que anima la ideología que lasustenta.

Fiel a la vocación universal del espíritu revolucionario del socialismo pensado por Marx y hecho operativo por Lenin, el gobernante de Cuba hizo todo lo posible por exportar su modelo de sociedad y el camino seguido para llegar al mismo: Hispanoamérica y África han sido por décadas testigos de semejante empeño. Chile, por cierto, no fue la excepción. Consecuente con la necesidad de internacionalizar su cruzada, Castro procuró formar guerrilleros que pudiesen llevar a cabo tan noble misión. Muchos de sus compatriotas y extranjeros pasaron por los campos-escuela erigidos para tal efecto, para una vez preparados ir a tierras cercanas o lejanas a luchar por instaurar a punta de fuego de metralla el sueño socialista.

Coherente con su propósito, el comandante supo desplegar como pocos el lenguaje gramsciano que exigía su tarea de elegido, mezclando con habilidad la cruda realidad que anunciaba con la mentira instrumental que resultaba precisa para endulzarla y, de este modo, embaucar a seguidores y detractores ingenuos. En nombre del pueblo, giro retórico puramente genérico y abstracto en este caso, anuló a las personas concretas de carne y hueso. La dignidad de ellas fue pisoteada en el espíritu, sometidas a un materialismo secular rampante. Fue aplastada en su libertad política, social y económica. Y toda vez que la revolución y el poder lo demandaron los cubanos conocieron la muerte, la prisión y la tortura. Asimismo, la purga y la delación se constituyeron en hábitos permanentes en el país caribeño. Entretanto, una “élite de incondicionales” llamados a conducir la historia de la “liberación del imperialismo-capitalista” gozó de privilegios escandalosos al más puro estilo “burgués”, tan vilipendiado en el discurso al tiempo que vedado para la población supuestamente dueña de sus desvelos.

¿Qué deja a Cuba el hombre fiel? El fruto esperable de su lealtad al marxismo socialista: sometimiento, ausencia de libertad, abusos sin nombre, anhelos incumplidos, atraso, pobreza lacerante con todas sus lacras incluida la prostitución. Nada de la tan prometida igualdad -salvo la de la pobreza para la mayoría-, menos de la democracia popular con la que tantas veces hizo gárgaras, ni de la prosperidad económica que comportarían los planes centralizados de producción de caña de azúcar.

Casi 60 años de tiranía ideológica y policial, acompañada de una concientización doctrinaria incesante, no podían tener otro destino ni mejores retoños. Por eso resulta tan decepcionante escuchar y leer tanta declaración políticamente correcta a la hora de su muerte. En particular aquellas que lo destacan como paladín de la dignidad y las reivindicaciones sociales. Sencillamente no es cierto. Tampoco es aceptable que se valore su consecuencia, como si esta fuese en sí misma una virtud, pues la que Fidel haya tenido se encontró objetivamente asociada siempre al mal.

Por eso, resulta preocupante y grave que todavía haya quienes en Chile sigan viendo en Castro y su fatal experimento sociopolítico un espejo en el cual reflejarse y un norte al cual aspirar. Por si faltasen pruebas al canto sobre qué se puede esperar de seguir sus pasos, allí están sus idólatras, los Chávez, Maduro, Morales, Correa, Ortega -y hasta los Kirchner- para dar testimonio adicional del desastre real al que conducen las sociedades que gobiernan.

Pero la izquierda chilena no escarmienta, salvo contadas excepciones. Ni la vieja guardia, ni las huestes jóvenes, tan radicalizadas como sus predecesoras. Sus almas permanecen ancladas a la ideología marxista -en versión neo tal vez-, con su concepción de lucha de clases y odiosidades anexas, la pasión por el poder estatal e inclinación controlista asociada, la desconfianza en la libertad efectiva de las personas, manifestada en sus miradas e intervenciones sobre la educación y el funcionamiento de los mercados -por poner un par de ejemplos-, su visión desespiritualizada de la persona, el afán de modificar la constitución natural de la familia, el apego al desorden social y el uso de la violencia verbal y física cuando parece conveniente…

Sería infantil, por decir lo mínimo, que en Chile actual no se atendiese al peligro de daño que puede significar para su porvenir la influencia de grupos de izquierda aún tan cercanos a todo lo que Castro significa. Sólo si su muerte sirviese para dejar esto en claro y alertar a los líderes y a la ciudadanía al respecto, podría llegar a ser comprensible que alguien gritase voz en cuello: ¡Viva Fidel!

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