Elecciones en Brasil: Jair Bolsonaro y los preocupantes conceptos en política exterior

Columna
Clarín, 16.09.2018
Roberto García Moritán, embajador (r) y ex viceministro de RREE argentino
El candidato ultraderechista insinuó que podría abandonar la ONU y cerrar la embajada en Palestina, cuestionando el profesionalismo de Itamaraty

La política internacional no suele tener un impacto en las campañas electorales del Brasil tal como lo reflejan las pocas referencias de la mayoría de los candidatos. Desde el retorno a la democracia en 1985, las relaciones exteriores han sido primordialmente materia de expertos más que de debate público. En general la burocracia hermenéutica de Itamaraty ha sido exitosa en evitar estridencias que pudieran comprometer visiones geopolíticas. Sin embargo, algunas manifestaciones de uno de los candidatos mejor ubicado en las encuestas parecen alterar, en principio, ese esquema.

Un ejemplo son manifestaciones del diputado Jair Bolsonaro que resultan desconcertantes conforme a la tradición diplomática del Brasil. Nunca antes un candidato presidencial había insinuado la posibilidad de salir de las Naciones Unidas cuando el proyecto estratégico de las últimas décadas había sido obtener un sitial permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización. Una manifestación altisonante también la tuvo respecto al Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP), piedra angular del propósito universal de la no proliferación nuclear y que repercutiría en el sistema bilateral con Argentina (ABACC) de contabilidad y control del material nuclear. En otro ejemplo poco habitual podría mencionarse la intención de cerrar la Embajada en Palestina, revisar la relación con China como las referencias a reducir el comercio con países considerados como dictaduras sangrientas.

Si bien las consideraciones polémicas de Jair Bolsonaro permitirían interpretar un giro de criterios diplomáticos históricos, es probable que, de ser electo, no haya cambios radicales y que mantenga las guías básicas que han caracterizado a la diplomacia del Brasil desde la impronta del Barón de Rio Branco. También quizás introduzca conceptos de la gestión del Canciller Oswaldo Aranha, en particular con relación a Estados Unidos. Asimismo, ciertas referencias nacionalistas permiten pensar que la diplomacia regional ocuparía un lugar prominente pese al desinterés expresado por el Mercosur e ideas integracionistas y que raramente haya mencionado a la Argentina u otro país de América Latina en las alocuciones públicas. Tampoco nociones que hagan referencia a alianzas estratégicas.

Las urgencias que enfrentará el próximo ocupante de Planalto pueden provocar, sea quien sea el que resulte electo en una segunda vuelta, una revisión del papel de Brasil en América Latina y en el mundo. También del piloto automático conducido por Itamarty. Dos cuestiones podrían apuntar en esa dirección. Una, las derivaciones del uso de obras de infraestructura como punta de lanza de la diplomacia regional. Otra, por el pobre resultado de algunas banderas como la reforma del Consejo de Seguridad de ONU, los BRICS y, entre otros, la misma integración en América del Sur.

Es de esperar que en cualquier proceso de reacomodamiento, prevalezca siempre un Brasil integrado al mundo, profundizando las oportunidades del Mercosur y la cooperación regional, reforzando la paz y la no proliferación de las armas de destrucción masiva, la democracia y los derechos humanos. Existen expectativas razonables, en base a la historia diplomática del Brasil, de que ese será el caso.

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