¿Gobierno en el exilio?

Columna
El Líbero, 14.09.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

El domingo pasado aterrizó en Madrid el presidente electo de Venezuela, Edmundo González. Se ponía fin a la cacería de la que era objeto por parte de la dictadura de Maduro. La desacreditación de su nombre, los insultos e intentos de ridiculizarlo internamente continuarán, porque todos confiamos en que Edmundo, que valerosamente se puso a disposición de la causa de la libertad y la democracia, continuará en su lucha por la liberación de su país desde otra tribuna, una abierta, flexible, asequible, coordinada con otros actores locales e internacionales importantes.

A pocas horas de su llegada a Madrid, el Congreso de los Diputados aprobó con la mayoría del PP, VOX, UPN, y los progobiernistas Coalición Canaria y PNV una moción no-de-ley, es decir, no vinculante, para que España reconozca a González como presidente electo. La moción es simbólicamente importante porque da cuenta del alineamiento de las fuerzas políticas españolas para respaldar a la oposición venezolana, y a Edmundo González como futuro mandatario. La semana que viene se debatirá el tema en el Parlamento Europeo que, presumiblemente, hará lo mismo, porque la causa venezolana se ha extendido por todas las democracias. El propio Pedro Sánchez lo recibió en La Moncloa el jueves para hablar de la transición. Poco después, el venezolano confirmó que su lucha acabará cuando se reconozcan los resultados electorales. Es decir, no ha renunciado a ser el presidente el 10 de enero de 2025, ni mucho menos.

Si nada pasa antes de esa fecha, González podrá formar un gobierno en el exilio que tal vez no sea operativo, pero será simbólico, un estandarte de la verdadera democracia venezolana, y aglutinar a su alrededor a todas las fuerzas políticas que lo llevaron a la presidencia. Podrá mostrar abiertamente cartas de salida a la tiranía enquistada y, eventualmente, negociar con sus representantes haciendo uso de su legitimidad, sus condiciones personales y su experiencia diplomática. Podrá recibir el abrumador respaldo presencial de fuerzas políticas en el mundo que admiran su entereza y que quieren que Venezuela vuelva a ser un estado de derecho. Podrá ser recibido con los honores que corresponden a quien representa la voluntad de sus compatriotas.

Ante la ocupación nazi de sus países, ¿no huyeron al Reino Unido los gobiernos democráticamente elegidos de Bélgica, Checoslovaquia, Grecia, Países Bajos, Noruega, Polonia y Yugoslavia, manteniendo allí la fe en el retorno de las libertades y colaborando con la resistencia? ¿No se radicó en Estoril, y no en España, don Juan de Borbón para mantener su independencia y el espíritu de legitimidad monárquica? ¿La República Española, no se instaló en México?

El papel que desempeña María Corina Machado es distinto. Ella es la verdadera líder de la oposición, su rostro visible, la que encarna el sentir del pueblo defraudado. Es la esperanza. En ella se mira la población y a través suyo proyecta una enorme fuerza política que irradia hacia el exterior. Edmundo es la cara de la legitimidad y su figura es útil fuera del país. No tenía sentido ser secuestrado por la dictadura en una embajada, donde las posibilidades de acción no existían.

No cabe hacer comparaciones entre el antiguo presidente encargado, Juan Guaidó, y la jefatura de estado que eventualmente pueda presidir Edmundo González Urrutia. La primera fue una maniobra iniciada desde la Asamblea Nacional, que Guaidó presidía, y tenía como objeto declarar la ilegitimidad de la dictadura al amparo del artículo 233 de la Constitución, cuando ésta convocaba a elecciones generales anticipadas para cambiar fraudulentamente un Legislativo que no controlaba. A pesar de todo, Guaidó fue reconocido como mandatario por 54 países. Edmundo González, en cambio, es producto de elecciones abiertas bajo las intolerables condiciones que impuso el régimen y que, pese a todas sus manipulaciones y trampas, insultos y bloqueos ganó con un 67% de los votos y, lo que es más importante, tiene las actas en la mano para demostrar lo afirmado y, eventualmente, la usurpación del poder desde el 10 de enero del año próximo. Mientras, la dictadura no ha podido hasta ahora demostrarse ganadora.

España y Países Bajos, vecinos estos de Venezuela por sus islas constituyentes en el Caribe, han sido los protagonistas visibles del refugio, negociación y salida de Edmundo González de Caracas. Según se sabe, el expresidente de Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero fue clave en esta operación. Por el contrario, los latinoamericanos -con Brasil a la cabeza- no solamente no estuvimos allí, sino que fuimos extorsionados cuando la tiranía de Maduro amenazó la embajada de Argentina bajo custodia de Brasil, aislándola. Cesó el hostigamiento cuando el avión español despegó del país con el exiliado a bordo, creyéndose triunfadora. Hasta ahora, todo demuestra que los grandes países vecinos de Venezuela, Brasil y Colombia no tienen llegada a la dictadura en Caracas, aunque hayan hecho intentos por abrirle la puerta al tirano para integrarse en la región. Un comentarista brasileño decía hace poco que el gobierno de Lula nunca conversó realmente con la oposición, y lo hace con el dictador sólo cuando el déspota quiere.

Brasil tiene 2.200 kilómetros de frontera con su vecino del norte. El estado de Roraima, el más integrado a su vecino del norte, está habitado por algo más de medio millón de habitantes, que han desarrollado todo tipo de conexiones con Venezuela. Desde su capital, Boa Vista, al puerto de Manaos en el interior de Amazonas, donde se consolida la carga al resto del mundo, hay casi 10 horas de viaje. Sin embargo, el puerto de Ciudad Guayana en la boca del Orinoco está a 12 horas, pero varios días menos de viaje en barco hasta los destinos finales. Además, Lula ha hecho todos los esfuerzos posibles por reforzar dicha relación y encantar al tirano del norte al querer restituir la dependencia energética de dicho estado de la central hidroeléctrica El Guri, en Venezuela, acabando con la política de Bolsonaro de vincular Roraima con el sistema eléctrico del resto del país.

No es menor la reclamación venezolana del Esequibo en Guyana, territorio accesible por tierra sólo desde Roraima; o la fuerte inmigración venezolana a través de este estado, por donde han entrado desde el 2017, legalmente, 1.140.000 personas; o la presencia de bandas de delincuentes como el PCC y el Tren de Aragua en la explotación ilegal del oro en la zona. Estas y otras mil realidades deberían generar un nivel de vinculación con el gobierno en Caracas del más alto nivel, pero no ha sido así. Brasil fue sorprendido por la negociación de los españoles con el régimen para acordar el exilio de Edmundo González, mientras era humillado por la dictadura al revocarle la custodia de la embajada argentina en Caracas.

Si Brasil no es capaz de actuar para resolver la crisis venezolana en las semanas que vienen, en el sentido de aceptar la voluntad popular expresada en las urnas el 28 de julio; producir la liberación de los casi 1.800 presos políticos; hacer respetar los derechos humanos; generar una transición política de veras antes del 10 de enero, y volver a sintonizar con la inmensa mayoría de los países sudamericanos que han condenado el proceso electoral en forma más enérgica, no será creíble su capacidad para dirigir en Río de Janeiro la cumbre del G-20 (18 y 19 de noviembre), el más importante desafío en política exterior para el país.

Si Lula no es capaz de llegar en actitud afirmativa al dictador, este tema se convertirá en un asunto de política interna, algo sensible de cara a las elecciones municipales del 6 de octubre, y su liderazgo entre los países más importantes del mundo no será más que un viento, un aire, una ventosidad. Lula tiene que asumir de una vez por todas que Maduro no es “desagradable”, es peligroso para él y para su proyecto político.

No hay comentarios

Agregar comentario