India y Pakistán otra vez, pero distinto

Columna
El Internacionalista del Fin del Mundo, 11.05.2025
Juan Pablo Glasinovic, abogado (PUC), exdiplomático y columnista

Si hay alguna encarnación de enemigos mortales en el mundo de los países, esos son India y Pakistán. La enemistad se remonta a la independencia de lo que fue la India británica en 1947 y su partición en dos estados.

Como sabemos, Gandhi movilizó pacíficamente a la población del subcontinente y fue determinante en acelerar la independencia de los británicos. Sin embargo y a pesar de su visión de un país multiétnico y multireligioso, no logró convencer al liderazgo musulmán que temía el predominio hindú (numéricamente muy superior) y por lo tanto ver afectado el ejercicio de su modo de vida y de su fe. Hay que recordar que desde una perspectiva histórica más larga y antes del dominio europeo, India estuvo dominada por la dinastía musulmana Mogol desde el siglo XVI.

Por eso en las negociaciones con los británicos, ese liderazgo musulmán representado por Muhammad Ali Jinnah exigió contar con su propio estado y la potencia colonial ya de salida y con la amenaza de una guerra civil imposible de contener, terminó por acceder. Pero ¿cuál fue el criterio para la delimitación de las fronteras entre lo que serían los dos países, India y Pakistán? La respuesta fue simple: la mayoría musulmana estaba en el noroeste del subcontinente y también al nororiente. Luego a partir de estas concentraciones, el trazado de la frontera dependería de la composición poblacional. Si en un pueblo o aldea la mayoría era musulmana, entonces sería para Pakistán. De lo contario, sería para India. Así, la definición fronteriza se hizo sobre una base religiosa.

Por supuesto que esta partición fue traumática porque desató una dinámica recíproca de pogroms, expulsiones y migración en la óptica de afirmarse como nuevos estados más homogéneos, con millones de muertos. Así lo que es Pakistán quedó con una población casi íntegramente musulmana, mientras India por su tamaño, no obstante, su predominio hindú, quedó con una significativa minoría musulmana (actualmente 15% de la población o 172 millones).

Pakistán quedó dividido en dos territorios separados con India en el medio. Esta división y tensiones étnicas derivaron en 1971 en una guerra civil o de secesión (con la activa ayuda india que entró en otra confrontación con Pakistán), dando lugar a la creación del actual Bangladesh.

Pero volviendo más atrás, en la partición de 1947 había muchos dominios principescos en el subcontinente (más de 500) que eran como señores feudales y que fueron tolerados por lo británicos porque los ayudaron en su administración. Estos tuvieron que ceder sus prerrogativas según en qué país quedaron. Sin embargo, hubo una región, la de Jammu y Cachemira que quedó entre ambos países tratando de mantener su autonomía. Su rey era hindú, pero 75% de la población era musulmana. En medio de las tensiones resultantes por la partición, parte de la población local de esta región exigió unirse a Pakistán y se inició una revuelta con apoyo pakistaní y a la que a poco andar se sumó la India en auxilio del monarca. Esto derivó en la primera guerra entre los recién creados países. Producto de ella India se quedó más o menos con dos tercios del territorio, mientras Pakistán con el resto.

Desde entonces han ocurrido cuatro episodios bélicos por esta región entre las partes: 1947, 1965, 1971 y 1999, además de múltiples escaramuzas, sin variar mucho la situación original. Incluso China se involucró en los años 60 del siglo pasado, quedándose con ciertas áreas de la Cachemira original.

Cachemira fue el único estado de mayoría musulmana en la Federación India, hasta que en 2019 el primer ministro Modi le quitó esa condición para convertirlo en un simple territorio de la Unión. La motivación de ese cambio fue justamente diluir la mayoría musulmana y su permanente afán de autonomía o de unidad con Pakistán.

Para Pakistán desde 1947 Cachemira es la región cautiva y que debe ser unida con quien siempre debió estar. Por eso sus sucesivos gobiernos nunca han reconocido el dominio indio y han reivindicado recuperarla por la fuerza si es menester. Esa misma reivindicación ha sido un motivo de unidad nacional en un país tradicionalmente con muchos problemas y divisiones.

Atendida la asimetría poblacional, militar y económica con India, la cual se ha acentuado al menos desde el punto de vista militar y económico, Pakistán ha buscado desangrar y debilitar el dominio indio en Cachemira apoyando grupos guerrilleros y terroristas, tanto en Cachemira como en su territorio para efectuar ataques contra los indios, desvinculándose de los mismos. Esto ha ocurrido en varias oportunidades en las últimas décadas y siempre la dinámica ha sido la misma: India acusa a Pakistán de financiar y proteger a estos grupos mientras que el acusado lo niega. Esto conlleva a tensiones que incluyen el cierre de la frontera, sanciones cruzadas e intercambio de fuego en la línea de control (demarcación entre las partes). En la mayoría de las ocasiones las escaramuzas militares han sido acotadas a la frontera y se ha evitado su escalada con la activa intervención externa. No podemos olvidar que ambos países son potencias nucleares y que una guerra plena podría derivar en el uso de esas armas.

Sin embargo, en esta oportunidad, a pesar de ser el mismo guion hasta el ataque, el desarrollo posterior ha sido distinto. Más de 25 turistas hindúes fueron asesinados en un resort en Cachemira por terroristas. En su posterior persecución y captura, según el gobierno indio, los aprehendidos eran indios de Cachemira, pero también pakistaníes. De ahí la acusación al gobierno pakistaní, el cual como era de esperar, negó cualquier vínculo con el hecho. Hasta ahí, más de lo mismo y se esperaban las clásicas medidas como el cierre de la frontera, tensión diplomática y un intercambio de fuego acotado en la frontera común en Cachemira.

Pero ahora vino la variación. El gobierno indio se tomó unos días diciendo que esa acción pakistaní no iba a quedar impune. Luego procedió a un ataque con misiles y drones en distintas partes del territorio pakistaní, contra lo que denominó “infraestructura terrorista”.

El cambio se explica por una India más empoderada, en un contexto en el cual el Derecho Internacional y el control y mediación multilateral se han debilitado en favor del poder duro de los estados. Ahora las diferencias se arreglan en función de la capacidad militar y económica, e India con Modi a la cabeza se siente tentada de asestar un golpe sino definitivo, al menos masivo a su archienemigo, para evitar la recurrencia de estos episodios.

Por supuesto que estos ataques no podían quedar sin respuesta y Pakistán también ha atacado diversas localidades en India. Esa escalada está elevando el riesgo de una nueva guerra total entre las partes lo que dado las magnitudes de sus poblaciones y armamento incluyendo el nuclear, tendría alcances difíciles de predecir.

No podemos olvidar que China es un férreo aliado de Pakistán y que además tiene reclamaciones territoriales contra India en prácticamente toda la frontera común. Más de 70% del armamento pakistaní actual es de origen chino. Por su parte, India sigue dependiendo en todavía la mitad de sus armas de los rusos, a pesar de una creciente diversificación que incluye un auge de su propia industria militar.

India siempre ha velado por un camino propio y su autonomía estratégica, pero sin duda que en el esquema de competencia global entre Estados Unidos y China, es una pieza muy importante para los estadounidenses y podría hacer la diferencia en el caso de una guerra en el Pacífico, de intervenir a favor de ellos. Por eso el rápido cambio desde la declaración del vicepresidente Vance de que “Estados Unidos no tenía nada que hacer en el conflicto entre Pakistán e India” hasta unas horas después el anuncio del mismo Trump de haber hecho gestiones para un alto al fuego entre las partes.

Lamentablemente, el contexto global está alentando estas situaciones y las propias situaciones domésticas. Pakistán lleva años de decadencia en todos los planos y existe la tentación de unir al país contra el enemigo común para evadir sus problemas. En el caso de India, Modi también quiere dar señales de una mayor fortaleza de su país como la potencia que es, apalancando asimismo su debilitada posición política tras las últimas elecciones acudiendo a la carta nacionalista.

Pero como sabemos, ninguna de las partes está sola y esto podría abrir un conflicto de incalculables consecuencias, mucho más dramático que la guerra en Ucrania. ¿Serán capaces las partes de ejercer autocontrol y volver a la “normalidad”?

Nunca ha sido más urgente el llamado del recién electo Papa León XIV de impulsar la paz en el mundo.

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