Columna El Líbero, 21.09.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Cada día parece que el Medio Oriente vive el anticipo del apocalipsis. Esta semana la ciencia ficción se hizo realidad cuando inocentes “beepers” y “walkie-talkies” se convirtieron en armas mortales a través de sus frecuencias radiales. Dejaron 37 muertos y millares de heridos. Sabemos que nos vigilan por los celulares, pero nunca pensamos que nos pueden arrebatar la vida a través de los dispositivos electrónicos. De golpe quedamos advertidos. Mientras, sobrecogen las imágenes diarias de las víctimas palestinas y la incertidumbre acerca de 101 israelíes secuestrados ya por un año.
El nacimiento del Estado de Israel en 1948 generó un profundo rencor en el mundo árabe, que alineó a los países occidentales con el Estado judío y a la entonces URSS y sus satélites con sus enemigos. Algo de ello permanece en el subconsciente, pero con el tiempo fueron prevaleciendo los intereses por sobre las emociones.
Israel obtuvo victorias militares, políticas, económicas y tecnológicas que generaron la necesidad de algunos vecinos de convivir con la realidad. Progresivamente establecieron relaciones diplomáticas con países árabes y musulmanes. El paso más audaz ocurrió durante la administración Trump en Estados Unidos con los llamados Acuerdos de Abraham (2020), que condujeron a la apertura de embajadas en Sudán, Marruecos y Bahrein. Durante la administración Biden estuvo a punto de lograrse con Arabia Saudita (2023), lo que hubiera permitido a Estados Unidos dejar de estar involucrado directamente en la zona y reemplazar su presencia por alianzas políticas y militares. Washington pretendía aislar a la teocracia iraní que desafiaba a Occidente con su plan nuclear, opacaba a Arabia Saudita por su influencia, rivalidad doctrinaria y estrategia geoeconómica; y amenazaba a Israel, que para Teherán debía desaparecer de la región.
Sin embargo, Irán nunca estuvo realmente aislado. Gracias a las aspiraciones políticas de los rivales de Occidente y a las necesidades energéticas mundiales, el país mantuvo acuerdos estratégicos y acrecentó sus alianzas. No podemos olvidar que por el Estrecho de Ormuz, del cual Irán es ribereño, transita diariamente el 30% del petróleo del que todos dependemos directa o indirectamente.
Las sanciones estimularon sus objetivos nucleares, los alentaron a fortalecer sus capacidades militares y tecnológicas y, sobre todo, a consolidar una red de grupos dispuestos a usar el terror contra Israel y los aliados de Washington. En el Mediterráneo surgieron Hezbollah en Siria y Líbano, y Hamas en Gaza; en la península arábiga, las milicias hutíes de Yemen que amenazan a los sauditas sobre el mar Rojo, por donde transitan alrededor de 2 millones de barriles de petróleo cada día; en Irak, las milicias chiitas que procuran evitar que ese territorio pueda ser una amenaza y se convierta más bien en un cementerio de las políticas expedicionarias de Estados Unidos. Además, sostienen una variada red de grupos armados en otras partes del mundo, conectadas con los anteriores.
Las sanciones forzaron a Irán a emprender una activa diplomacia para consolidar su plan nuclear como eje central para sus ambiciones geopolíticas, asegurar mercados, precios y vías de acceso para su crudo, así como fortalecer alianzas políticas que rompan cualquier aislamiento. De allí su incorporación a la Organización de Cooperación de Shanghai (creada por China, Rusia y varios países de Asia Central) en 2023; a los BRICS (foro político y económico de países emergentes integrado inicialmente por Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) desde enero de este año, y la multiplicación de su diplomacia bilateral en Estados dispuestos a enfrentar a Occidente.
A la cabeza de los Estados socios de Teherán se encuentra China y, con el estallido de la guerra de Ucrania, Rusia, el gigante nuclear del mundo. Ambos valoraron sus capacidades energéticas, militares, de inteligencia, tecnológicas y políticas. Algunos países de nuestra región participan también en el rompimiento del aislamiento iraní, como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y, en una segunda línea, Brasil, que patrocinó su ingreso a los BRICS. La relación de Chile con Teherán se encuentra unos escalones más abajo.
De este modo, el atentado de Hamas contra Israel de hace casi un año fue, básicamente, una maniobra iraní para interrumpir la formación de un frente común entre Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes y otros, bajo los auspicios de Estados Unidos, para cercar a Teherán. Los ataques de Hezbollah a Israel desde sus bases en el sur del Líbano y las respuestas del Estado judío, entre ellas el uso de los “beepers” para liquidar a sus enemigos, son extensiones de la misma dinámica.
El 7 de octubre del 2023, cuando Hamas lanzó el audaz ataque, matando a 1.400 personas y secuestrando a otras 242, los iraníes destruyeron el aura de invulnerabilidad de Israel y les provocaron el mayor trauma desde su independencia. También echaron por tierra los aviones de Washington para disminuir su compromiso directo en Medio Oriente. La reacción israelí en Gaza y Cisjordania para compensar la humillación ha legitimado a los terroristas apoyados por Irán ante el mundo árabe y musulmán, en los campus universitarios occidentales, en sus medios de prensa y sus grupos de intelectuales.
Que sea Irán el que recoge los dividendos políticos de la feroz reacción israelí obliga a los árabes moderados a extremar sus condenas a Israel y presionar por un acuerdo de suspensión de hostilidades en Gaza y una solución definitiva al tema palestino. Sin embargo, este último no se concretará porque para Netanyahu vencer a Hamas y Hezbollah se convirtió en un desafío existencial, y porque en su gabinete hay quienes jamás aceptarán partir el territorio en dos, uno para el Estado judío y otro para el palestino. Por ahora, no hay posibilidad de una salida pactada a no ser que cambien los actores y las circunstancias políticas o económicas.
Mientras tanto, China ejerce una influencia creciente. Antes de la incursión de Hamas en Israel medió para restablecer las relaciones entre Irán y Arabia Saudita y poco después sacó del ostracismo al presidente de Siria, Bashar al-Ásad, dejando en evidencia que alcanzaron un alto grado de interlocución en la región.
China comenzó a actuar durante la crisis de la piratería en el mar Rojo, en 2003, y hoy tiene una base naval en Djibutí, en el Océano Índico; Pakistán le habría autorizado otra en el puerto de Gwadar, a la entrada del Golfo de Omán. Tendría una tercera en Khalifa, en los Emiratos Árabes. Además, ha acordado ejercicios navales conjuntos con países del Golfo aliados de Washington, que junto a Irán son su principal fuente de petróleo. Mientras tanto, desarrolla al máximo sus relaciones con Rusia para contrarrestar a Occidente y evitar que sus suministros dependan en exceso de los estrechos de Ormuz y Malaca.
Las monarquías del Golfo actúan en este escenario según sus propias aspiraciones, es decir, con ambivalencias respecto a Occidente, sus aliados. Todos necesitan que Washington y la Unión Europea asuman la supervivencia de su sistema político y no alienten otra “primavera árabe”. También comparten el resquemor ante Irán. Por ello, los sauditas quieren consolidar su peso militar (hoy gastan en defensa un 7,4% del PIB); desarrollar su programa Visión 2030, que incluye reponer eventualmente su programa nuclear; establecerse como inversionista global, diversificando sus fuentes de ingreso; promover el islam suní, incluso en sus versiones radicales.
Los Emiratos Árabes, el segundo mayor actor en el Golfo, pretenden convertirse en un nuevo Singapur y, para lograrlo, alientan la llegada de emprendedores tecnológicos rusos e inversionistas de dudoso origen a través de la visa dorada. Para las potencias occidentales lo más importante, en este momento, es debilitar a Irán y asegurar la ruta del petróleo, donde coincide con China. En lo demás, miran para otro lado.
Hoy los principales actores en el Medio Oriente y el Golfo buscan su propia seguridad y no soluciones políticas de largo plazo. Nos encontramos en la etapa bélica del conflicto y no en su salida. El estallido de los “beepers” y la destrucción de plataformas de lanzamiento de misiles en El Líbano es una premonición de que están por acabar las acciones israelíes en Gaza y por comenzar las que tienen como objeto destruir a Hezbollah. Ante este desarrollo, Irán desea iniciar una ofensiva total contra Israel, pero necesita la coordinación de muchos, y tanto China como Estados Unidos quieren evitar una escalada que amenace los flujos mundiales de comercio, que es lo que les interesa en última instancia. Ahí nos encontramos.