La Carmen en la India

Columna
El Líbero, 12.04.2025
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Corren vientos de irremediable pesimismo y no quiero abundar en adicionales y sombríos pronósticos. Nos basta el presente. Por eso, permítanme echar una mirada a un aspecto positivo de nuestra política exterior para proyectar a Chile.

Por muchos años sostuve, y sigo afirmando, que nuestras relaciones con India debían ser privilegiadas y estimuladas a través de todos los mecanismos posibles. Es un actor de peso mundial, una economía pujante, una potencia militar, el país más poblado del mundo, un conjunto de naciones de rica historia individual, tremendamente innovadoras y con una industria cultural gigante. La India le ha aportado al mundo grandes avances en matemática, física, astronomía. Hacia el 2020 ocupaba el tercer puesto mundial en número de publicaciones científicas reconocidas. Ejecutivos de origen indio abundan en grandes conglomerados y ciudadanos de esa ascendencia son líderes de países europeos y sudamericanos como Guyana, Surinam o Trinidad y Tobago. No me cabe duda de que la India es un país que debería ocupar un lugar mucho mayor en nuestra proyección al mundo, repitiendo (no reemplazando) lo que alguna vez fue China. Por eso, celebro la visita del presidente Boric y comitiva al subcontinente.

India proyectó tempranamente en el imaginario empresarial chileno una oportunidad comercial destacada y pionera. Es muy poco conocido entre nosotros que, en noviembre de 1819, cuando todavía se lloraban los muertos de la batalla de Maipú, zarpó desde Valparaíso a Calcuta la fragata chilena “Carmen”, con 3.200 quintales de cobre en barra para traer de vuelta té, especias, sedas y maderas finas. La sociedad naviera que se había formado poco antes, dirigida y financiada por don Agustín de Eyzaguirre, tuvo como socios a don Ramón y Agustín Valero, Santiago Larraín, Joaquín Vicuña, Manuel Yávar, Bernardo Solar, Antonio Palazuelos, Domingo Bezanilla y Gaspar Marín. La idea era quebrar el monopolio comercial británico del cobre en Asia y reducir los precios de los productos mencionados, adquiridos entonces vía Londres.

Consiguieron, del director O’Higgins, ser liberada de los derechos de exportación de la época y de los famosos aranceles, hasta una cantidad determinada. Así, la “Carmen” se hizo al mar rumbo a Hawaii sin escolta, donde se abasteció de agua y productos frescos, que fueron pagados con “pesos fuertes” chilenos. Por primera vez circuló nuestra moneda en esas latitudes. De allí, la nave se dirigió a Singapur, fundada pocos meses antes como parte de la estrategia británica de dominio político-comercial en la zona, para quebrar la predominancia de los Países Bajos, principal potencia occidental en esas latitudes. La incipiente colonia era dirigida política y militarmente por el Mayor-General William Farquhar, como Gobernador Residente. Económicamente, estaba administrada por el funcionario de la British East India Company, sir Thomas Stamford Raffles, nacido en Jamaica. En Singapur, el capitán de la fragata chilena le prestó dinero al Gobernador, entonces sin fondos para pagar a su personal, lo que fue retribuido con una muy preciada carta de presentación y una letra de cambio para su homólogo de Calcuta, Lord Warren Hastings.

A fines de marzo de 1820 la “Carmen” entró medio averiada pero triunfante en Calcuta, ciudad de 250 mil habitantes. En todo Chile habitaban unas 630 mil personas en la época. Nuestra bandera despertó la curiosidad de todos, y fue saludada con 19 cañonazos. Era la primera vez que el pabellón nacional era honrado por autoridades europeas fuera de América, y ocurría en India.

La aventura comercial de Eyzaguirre y sus socios no acabó bien, pero no por el negocio en sí, sino por otras razones. Primero, por la “pillería” de chilenos y británicos asociados en Calcuta. La “Carmen” fue vendida en la India y reemplazada allí por la “Stanmore”, que zarpó como buque inglés a Valparaíso con carbón, té y sedas, vía Océano Indico, Cabo de Buena Esperanza, Atlántico y Cabo de Hornos. Como buque británico eludió los derechos de exportación en Calcuta, y como empresa nacional, los aranceles chilenos. La “Stanmore”, realizó un segundo viaje. Paralelamente, sus armadores compraron en India la «James Scott» que se dirigió a Callao, y la «Lady Blackwood” fletada a Valparaíso, vía Manila y Panamá. Sin embargo, el ardid fue descubierto por los británicos y el negocio desbaratado. Segundo, porque el gobierno de O’Higgins colocó impuestos a las exportaciones de cobre, desalentando los envíos del producto más demandado en India. Tercero, en marzo de 1824 estalló la primera guerra anglo-birmana que duraría hasta 1826. El conflicto interrumpió el comercio fluido en el golfo de Bengala y, cuando se abría esporádicamente, permitió la entrada a Calcuta de barcos con zinc de origen escandinavo, que reemplazó al cobre chileno.

Independiente de su resultado, la aventura empresarial mostró prematuramente que desde esta orilla del Pacífico supimos ser pioneros y mirar a la India como oportunidad.

Fue un acierto haber enviado desde El Cairo al médico y escritor, Juan Marín Rojas, embajador en Egipto en 1947, para que nos representara en Delhi en la ceremonia de independencia de Gran Bretaña. No obstante, por años India siguió siendo un sueño. Las relaciones fueron más poéticas que prácticas ante un subcontinente económicamente autárquico, dominado por el espíritu estatista y burocrático del Raj License que concluyó teóricamente en la década de los 90. Por otro lado, eran relaciones dominadas por nuestro papel de Observadores en el conflicto de Cachemira.

La primera visita presidencial fue la realizada en 2005 por el expresidente Ricardo Lagos. En la ocasión se firmó, entre otros, el Acuerdo Marco de Cooperación Económica, con el que se iniciaron las negociaciones para un limitado Acuerdo de Alcance Parcial (AAP) que entró en vigor en 2007. Dos años después, la expresidenta Michelle Bachelet realizó una visita oficial en la que acordamos ampliar y profundizar el AAP, que no fue realidad hasta el 2017. Tanto durante su Presidencia como la del expresidente Sebastián Piñera priorizamos expandir los lazos comerciales, acercarnos a un TLC, abrir un Consulado en Mumbai, ampliar nuestro horizonte de intercambios académicos hacia los Indian Institute of Technology, llegar a Bangalore el hub de la innovación. Durante diferentes administraciones tejimos una nutrida red de acuerdos para facilitar los intercambios en casi todas las áreas y mandamos como embajadores a India a personalidades de peso en la vida pública chilena que incluyeron a un exministro, dos subsecretarios de la carrera diplomática, dos directores generales de la Cancillería. Ha sido un proceso lento pero perseverante.

Por eso, me alegro de que haya sido exitosa la visita de Estado a India del presidente Boric, arropado por una delegación potente tanto del Estado como del mundo privado; que haya acordado lanzar negociaciones para un Acuerdo de Asociación Económica Integral; generar mayor cooperación empresarial; inversión e investigación minera; potenciación del comercio agrícola y farmacéutico; cooperación en áreas de defensa, antártica, espacio, biodiversidad, educación, entre varias otras.

Estoy confiado que los tiempos que corren van a agilizar los acuerdos y las voluntades expresadas en el marco del derecho. Lo necesitamos todos. Soy optimista, ya que India se convirtió el año pasado en nuestro séptimo socio comercial y hemos ampliado nuestra presencia allí. Propongo un brindis por el espíritu de Eyzaguirre y su empresa desarrollado doscientos años más tarde. Por sus socios, sus hombres de mar y por la fragata “Carmen” ya que, salvo en la sancionable “pillería”, mostraron desde este rincón del mundo imaginación, arrojo, audacia y atrevimiento para pensar en grande y derrotar a la geografía y a la ignorancia.

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