La División errante

Columna
El Diario (Bolivia), 26.05.2017
Domingo Loza, columnista boliviano

Al recordar el aciago 26 de mayo de 1880, fecha de la Batalla del Alto de la Alianza, sobrecoge leer las narraciones de los historiadores Roberto Querejazu Calvo y Edgar Oblitas Fernández, en libros como “Guano, Salitre y Sangre” e “Historia secreta de la Guerra del Pacífico”.

La vía crucis que atraviesa nuestra Patria en la actualidad incumbe a la nacionalidad, para meditar y extraer conclusiones. En resumen, todo se debe -en la historia nacional- a la inestabilidad política, desde que abandonaron el país los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre y fuera alejado el Mariscal Andrés de Santa Cruz.

Por consiguiente hubo cuartelazos, “revoluciones” que truncaron al pueblo, estados de sitio y males propios de la idiosincrasia del pueblo: envidia, egoísmo, rencor, egolatría y mentira. Pecados capitales para una nación que quiere surgir. Esa situación fue aprovechada por el “buen vecino” para apoderarse de jugosas riquezas de nuestra tierra.

Ahora seguimos en ese camino y solo la cultura y amor a la Patria puede salvarnos de esa vorágine de socialismos foráneos. Somos como un mendigo sentado en una silla de oro. Nada hemos aprovechado para el verdadero interés del pueblo. No hay industrias ni fuentes de trabajo. Tantos jóvenes se van al exterior, perdemos valioso capital humano.

Por lo menos que vuelvan a funcionar las fábricas Forno, Soligno y Said que ocupaban a miles de trabajadores. Que surquen nuestros cielos los grandes aviones que están botados como chatarra. ¿Qué intereses mezquinos se juegan?

Siempre lamentaremos la pérdida del Ferrocarril La Paz–Beni, cuyos rieles llegaban a Coroico, en Yungas. Por entreguismo el ferrocarril eléctrico Guaqui–La Paz, que era el medio más rápido para llegar al Pacífico, a través de Puno y Matarani, fue desmantelado y su carga de transporte internacional llevada a Arica, Chile. Las consecuencias las sufrimos actualmente.

La lectura de los libros mencionados nos inducen a expresar fervor por nuestra amada Patria. Hasta ahora la suerte ha sido echada con la invasión a nuestro Litoral y la Guerra del Chaco. Las madres y esposas han derramado lágrimas junto a los huérfanos, debido a guerras ocasionadas por codicia.

En la gran confabulación del Pacífico fue protagonista Aniceto Arce, acaudalado minero que veló por sus intereses. Al respecto conmueve saber que la entusiasta Quinta División estaba dispuesta a marchar al campo de batalla para auxiliar al ejército aliado del Gral. Buendía, pero fue paralizado de un momento a otro. Lo más deprimente fue que en Potosí, el primer Jefe del Escuadrón de francotiradores, Rufino Carrasco, fue puesto en un calabozo. Así pagaba la Patria al bravo Carrasco, al único que había obtenido un triunfo para las armas bolivianas. El destacamento “Cazadores del Desierto” había logrado con movimientos rápidos ganar terreno y parapetarse en el desfiladero de “Tambillos”, situado entre Calama y San Pedro de Atacama.

Después de la llegada intempestiva de Aniceto Arce a los cuarteles de la Quinta División (la División errante), ésta había cumplido su papel de no enfrentarse al enemigo. Dice la historia: Ahora era tomar el poder, y como por arte de magia, Narciso Campero se sanó de sus achaques y sin pérdida de tiempo ordenó la marcha de la Quinta División, no al teatro de la guerra, sino rumbo a Oruro, donde se proclamó Presidente de la República. Fue suficiente ese golpe para emprender la retirada, para alcanzar sus fines personales, engañando y traicionando a la Patria.

Con justa razón la historia dice: La deserción del Gral. Campero con la Quinta División fue vergonzosa y tan grave como la retirada de Camarones, que la historia oficial tapó con extremo cuidado.

Lo cierto es que Bolivia no pensó en guerras, sino que nos obligaron a defendernos, sólo con valentía y pecho descubierto de nuestros soldados. Tampoco hubo guerra y se la debe llamar invasión, asalto con grandes buques y armamento moderno, conducidos por oficiales ingleses y alemanes, comenzando con la indefensa Antofagasta.

Sólo nos queda enaltecer el estoico y valiente comportamiento del soldado boliviano. Mayores luces nos darán los libros “Guano, salitre y sangre” e “Historia secreta de la Guerra del Pacífico” para reflexionar, enmendar y mirar el futuro con la fuerza telúrica de nuestras montañas, contemplando y alcanzando el Mar.

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