La invasión rusa a Ucrania y la democracia

Columna
El Mercurio, 02.05.2022
Mariano Fernández Amunátegui, exministro de RREE

Me ha llamado profundamente la atención que muy a menudo en la prensa se defina la invasión a Ucrania como “el conflicto ruso-ucraniano” o bien “la guerra en Ucrania”, e incluso se perciban muchas referencias relativas a los errores de la agresividad de la OTAN hacia Rusia y las amenazas a su seguridad que han gatillado las decisiones de Vladimir Putin de iniciar una operación militar controlada.

El enfoque predominante es referido a la realpolitik, es decir, a los asuntos del poder desnudo, sin consideración a valores o a una mirada más ética acerca de los acontecimientos bélicos, como es en este caso. Se presta atención a si los países occidentales aprovisionarán de armas en forma adecuada a las necesidades de defensa de Ucrania o a si Putin escalará, y con qué armas, su ofensiva sobre Kiev.

Sin embargo, se escabulle o se ignora lo que es verdaderamente el asunto nuclear en la invasión rusa: la democracia en Ucrania. Desde la caída de la Unión Soviética (URSS), cuyo modelo de dictadura del proletariado finalizó por ser un fracaso global y más bien una dictadura de burócratas pura y simple, las repúblicas que formaban parte de la Unión Soviética (URSS) hicieron lo posible por alejarse rápidamente de la cercanía e influencia rusa.

Todas las repúblicas soviéticas europeas iniciaron caminos de democratización y postularon a ser miembros de la Unión Europea (UE). Hoy, casi todas ellas son miembros plenos de la UE y las que aún no lo son están postulando a ello, como es el caso de Ucrania.

Este es un asunto relevante, casi ignorado en general en los medios y en los análisis: la democracia ha dado pasos gigantescos en el este europeo, con importantes logros, incluidas las libertades fundamentales, la protección de los derechos humanos, el éxito económico, etcétera.

Menciono estos hechos porque la UE, la mayoría de cuyos miembros pertenece a la OTAN, más allá de ello, es el principal éxito de la democracia y la integración en el mundo, después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ucrania, con altibajos, está intentando ese sendero desde hace 20 años. De hecho, en un par de oportunidades estuvo a punto de firmarse el acuerdo de Asociación con la UE, primer paso antes de transformarse en miembro pleno.

Por lo señalado precedentemente es que corresponde una interpretación diferente respecto de lo que está ocurriendo con la invasión rusa. Razón tiene Putin en temer por su seguridad, pero en ningún caso por las razones que menciona públicamente; el temor real, del autócrata que es él, son los avances democráticos que pueden contaminar a Rusia y poner en jaque su autoritarismo, retornando el gran país al sendero de la democratización ideada por Mijaíl Gorbachov en la URSS de los años 90.

Las guerras no son iniciadas por las democracias, salvo excepciones. La regla es que las democracias entran en los conflictos luego de que son agredidas.

Lo que las democracias no pueden ni desean evitar es que el modelo contagie de manera pacífica a las dictaduras y autocracias, para que los pueblos organicen su vida política, social, económica y cultural, con patrones esenciales de humanidad.

Como escribió Albert Camus, los países democráticos estimulan que cada patria “sea libre para cada uno y justa para todos”. Esa es la esencia de la democracia y es respetable que Ucrania luche por ello y se condene con energía la invasión rusa y a Vladimir Putin que, finalmente, desea disponer de un entorno de autócratas cercanos para mantenerse en el poder.

Se puede sostener que la OTAN ha sido imprudente en su desarrollo hacia el este, pero se debe reconocer que los nuevos miembros han sido activos en incorporarse a ella. El caso actual de Finlandia, el país democrático neutral por antonomasia, en votación de la mayoría de su Parlamento ha decidido incorporarse a la OTAN, entregando así una señal inequívoca acerca del peligro que representa Rusia para esos países mientras se mantenga bajo la dirección de Vladimir Putin.

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