Opinión El País, 29.10.2016 Máriam Martínez-Bascuñán
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Al conectar la comunicación con el deseo, Michelle Obama es persuasiva y seductora
Cuando los niños y niñas estadounidenses vean a Clinton darán por hecho que una mujer puede ocupar el Despacho Oval, señaló Michelle Obama en uno de sus emblemáticos discursos. La presencia de una mujer en la más alta instancia de representación política debe valorarse como algo positivo, pero ahí no acaba la contribución de las intervenciones de la primera dama a lo largo de la campaña en ese reto hacia la feminización de la política.
Sus discursos están atravesados por la experiencia de las mujeres, y es a partir de esa “comunicación situada” desde donde apela a un nosotros. Michelle hablaba de la particularidad de las mujeres al soportar los comentarios obscenos de Trump sobre sus cuerpos, o de la falta de respeto hacia su inteligencia y sus aspiraciones. Al narrar la experiencia específica de las mujeres abría paso a su reconocimiento público.
La primera dama ha sabido jugar con la ligereza y la emocionalidad de las palabras, pero a ellas ha sumado aspectos expresivos y figurativos de la comunicación que solo son posibles con la entrada del cuerpo en el habla. Sus gestos y sus énfasis dramáticos producen cercanía con respecto a una audiencia que se hace más consciente de la existencia de lo diferente: “Me levanto cada mañana en una casa construida por esclavos”; y al así decirlo, señala también que la utopía es posible.
Con el relato de las experiencias de Michelle entra en la arena pública la expresión de muchos reclamos que quedan fuera de la discusión política “normal” o que no pueden ser dichos bajo los tradicionales estilos desapasionados y formales a lo Clinton. En una elección dirimida entre civilización y barbarie, esta emocionalidad se utiliza más como reclamo ético que para movilizar a las masas. Sin eludir los problemas del momento, como el cambio climático, las divisiones sociales o el machismo, consigue distanciarse del frío establishment porque interpreta y comunica la política como alguien que habla desde fuera del aparato, con un estilo orientado a generar empatía, antes que a la mera formulación de afirmaciones. Al conectar la comunicación con el deseo, es persuasiva y seductora. Justo lo que le falta a Clinton.