La peligrosa conversión de Daniel Ortega

Columna
El Día, 25.07.2018
Vesna Marinkovic

El comandante Daniel Ortega, antes de enamorarse del poder, puso a muchos nicaragüenses a soñar con un país mejor. Se formó en la clandestinidad y terminó siendo un duro guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Antes había asaltado un Banco y estuvo siete años preso: el justificativo fue la subvención a la revolución armada para derrotar la dictadura de Somoza y construir una nueva Nicaragua: justa, democrática, eficiente y no corrupta.

Con el dictador fuera de su país, Ortega integró primero una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y luego en 1984 se hizo del gobierno con el 63% de los votos. De ahí para adelante; nunca más quiso estar fuera del poder. En 1990, para ganar las elecciones, pasó del traje adusto de comandante a uno del estilo “Chayan”;  la idea era seducir a un segmento de votantes jóvenes al punto que su cierre de campaña; antes que un mitin político, terminó siendo un bullicioso concierto de rock.

Si revisamos la metamorfosis política de Ortega, en un país acosado por la guerra, veremos que de “rudo guerrillero” llega a ser un “liviano líder político” pasando por un “macho dominante” hasta, finalmente, encarnar la imagen de un “dictador silencioso”. Un perfil que, asumimos, él no quiso construir ni en sus peores pesadillas y fue seguramente la velocidad del poder envolvente la que terminó constituyéndola. Sea como fuere, hoy Ortega es parte de un proceso de conversión peligroso.

Ortega ha transitado del FSLN que representaba un proyecto social para miles de nicaragüenses, a una suerte de proyecto político personalizado, patrimonial y corrupto que ha dado lugar a una descomposición social y a un repudio casi generalizado que probablemente él ni siquiera llega a evaluar correctamente; enceguecido de poder como está. La mediación de la CIA y de otras instancias que seguramente tabean la consolidación de regímenes soberanos en la región, no es la culpable de este particular desenlace.

El presidente nicaragüense llegó al extremo de decir que el partido era suyo y comenzó a quedar sin los miembros tradicionales del FSLN; hoy le quedan alrededor solamente los que medran del poder en cualquier circunstancia, más allá de todo principio ético y de consistencia política; son la escoria de la política y es la que ahora es parte de un régimen clientelista y represor. Figuras como Mario Benedetti y Eduardo Galeano lo habían anunciado en una carta de hace diez años y hoy la proyección se hizo realidad.

Por tanto, la siempre vapuleada región latinoamericana está en la obligación de leer adecuadamente el dilema nicaragüense después de alrededor de 300 muertos y casi 2 mil personas heridas, desaparecidas y presas, a cargo de una dictadura que ya no puede recibir otro nombre. Como dijo Ernesto Cardenal: “no debe haber diálogo” sino “otro gobierno, una república democrática”.

Es deber hacerlo en un tiempo donde, además, muchos paradigmas han caído y donde se ha visibilizado la contradicción entre lo que se dice y se hace en esquemas políticos reivindicadores de distintos derechos y posibilidades. Es un tiempo nuevo, confuso, saturado de demandas irresueltas, y mucho desencanto. El discurso político generalmente suena hueco y las proyecciones de los líderes políticos, cada vez menos relevantes, se muestran generalmente obsoletas. El retorno a la ineficiencia de los regímenes políticos que combatieron facciones como el FSLN, tampoco es la solución. Estamos, por tanto, en una coyuntura compleja a nivel latinoamericano pero el resto del mundo no está mejor. La urgencia por tiempos no solamente distintos sino mejores, es la nueva demanda global.

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