Las consecuencias de un Trump disruptivo

Editorial
OpinionGlobal, 11.03.2025

Por segundo mes consecutivo debemos abordar al presidente norteamericano, porque sus decisiones y acciones son incomprensibles. ¿Es Donald J. Trump un actor impulsivo e improvisador o un revolucionario populista de ultraderecha? ¿Se trata de un ególatra y un megalómano que quiere cambiar el mundo (local y global) a su imagen y semejanza? Al parecer, es un poco de todo.

El orden mundial 
Después de la horrenda segunda guerra mundial, las democracias occidentales llegaron a la convicción de que la agresión debía ser rechazada y de que los estados grandes no tenían el derecho de dictar las condiciones a los estados menores. Así, nació un nuevo orden internacional de carácter liberal, basado en las Organización de las Naciones Unidas y, con posterioridad a la guerra fría, liderado particularmente por los EEUU, que ponía énfasis en los principios de libertad y democracia.

Giro norteamericano 
Aunque la experiencia indica que no hay que tomar literalmente a Trump, las primeras decisiones durante su segundo mandato presidencial estarían demostrando un giro brutal en la política exterior norteamericana: Trump ya no defiende los valores tradicionales, sino que las relaciones de poder. Él se visualiza ante un esquema de hiperrealismo, donde el “dictador americano” se relaciona solo con los más poderosos y no con los chicos, porque son débiles.

Para el trumpismo, entonces, estaríamos transitando hacia un mundo tripolar: China, EEUU y Rusia, porque constituyen los liderazgos más fuertes. Y, en ese nuevo orden internacional, los derechos humanos y el derecho internacional no son fundamentales, porque en el sistema global prima el realismo político.

Los tres frentes complejos de Trump en política exterior
En primer lugar, para fortalecer aparentemente la debilitada economía norteamericana, Trump ha implementado una política de comercio justo, elevando los aranceles (25% en promedio) tanto a adversarios (China) como a sus aliados (Canadá, México y UE). Como se expone a retaliaciones, sobre todo de parte de las potencias más fuertes (Canadá, China y UE), la política descrita solo puede generar una guerra comercial universal, que terminará afectando a todos los actores internacionales por igual (grandes y chicos).

Un segundo frente que se abre ahora es que EEUU busca, en términos estratégicos, un entendimiento global con Rusia. Es por eso que Trump está ejerciendo presión sobre Zelenskii (a quién no quiere) y estudia eliminar sanciones contra Rusia, a fin de iniciar una mejora sustancial en las relaciones bilaterales. EEUU ya no reconoce a Rusia como agresor y, al contrario, responsabiliza a Kiev por la mantención de la guerra. En el fondo, Trump ignora los problemas reales de Ucrania y su lucha histórica por la supervivencia. Vive en un mundo al revés y uno del “ladrón detrás del juez”. Por último, el abandono de Ucrania por parte de Trump sienta un precedente favorable para que China invada Taiwán: la ley del más fuerte.

A todo esto, el alineamiento norteamericano con Rusia pretende romper la alianza que Moscú mantiene actualmente con Beijing, que es el verdadero y ulterior adversario de Washington. EEUU quiere dejar a Ucrania a cargo de Europa para poder pivotear hacia el Asia Pacífico. Sin embargo, aquello es completamente ilusorio y quimérico, porque el llamado “Eje del Mal” o cartel de las autocracias (China, Rusia, Irán y Corea del Norte) no se dejarán engatusar por las ambigüedades de un populista. Es más, líderes fuertes como Xi, Putin o Kim consideran a Trump como un ‘loco risible’ (laughing fool).

Un tercer frente tiene que ver con la guerra en Gaza (y los ataques a Hezbulla). Trump es un aliado irrestricto de Israel (mucho más que el apoyo tradicional de anteriores Administraciones), pues busca la derrota final de Irán y la existencia de un Gran Israel. En ese contexto, hay que preguntarse por qué las reuniones sobre Ucrania y Gaza se están realizando en Arabia Saudita (Riad o Yeda). Y, es porque el trumpismo ha elegido dicha potencia regional como el actor decisivo para estabilizar el Medio Oriente y concluir el conflicto árabe/palestino con Israel. Arabia Saudita es el encargado de revivir los Acuerdos de Abraham.

Quiebre de Occidente
Ahora bien, el resultado final de todas estas idas y vueltas geopolíticas es el quiebre, por ahora, de la Alianza Transatlántica (EEUU-Europa), que es -en definitiva- la base del sistema democrático liberal de Occidente. Sin embargo, tampoco se puede descartar, en el mediano plazo, un quiebre al interior del equipo Trump, que debilitaría sus políticas externas.

En lo que respecta a Europa misma, ella se considera ante un peligro inminente por la agresión rusa a Ucrania. De allí que, ante la retirada de EEUU, los líderes de la UE (los 26 sin Hungría y como una OTAN revitalizada) han aceptado endeudarse para convertirse en una potencia militar regional y defender con armas y soldados a Ucrania.

Resulta interesante, en todo caso, una eventual mediación turca en Ucrania, porque esa es otra creciente potencia regional, con dependencia energética de Rusia, por un lado, y buenos entendimientos con Kiev (exportaciones de grano ucranianas), por el otro. Además, Recep Tayyip Erdogan es un líder de peso y con carácter. Ya existe su oferta para enviar armas turcas a Ucrania y, eventualmente, el envío de tropas en caso de una tregua. Ya veremos cómo se desenvuelve esta alternativa.

¿Un nuevo aislacionismo norteamericano?
Los historiadores de las relaciones internacionales de EEUU siempre han hecho una distinción esencial entre aislacionistas (legado de Washington) e internacionalistas (wilsonianos y otros). En ese péndulo, el trumpismo pareciera inscribirse entre quienes creen que los EEUU estarán más seguros volcados hacia sí mismo (fortaleza económica) y absteniéndose de los conflictos internacionales (evitar ser “el policía del mundo”). Pero una potencia aislacionista es una contradicción por definición: O se es una superpotencia que influye en los asuntos mundiales, o bien, un estado menor que no lo puede hacer.

Conclusión
Trump quiere fortalecer la economía norteamericana, terminar las guerras y dominar el mundo. Pero su ímpetu y su egoísmo lo llevan a opinar sobre todo sin saber nada, a buscar cualquier tipo de acuerdo (“do deals”) sin considerar sus consecuencias, a confundir aliados con adversarios, a traicionar a quién sea por sus intereses, pero -en definitiva- terminará peleándose con todos. En el caso de una supuesta alianza Trump-Putin, dicho cambio significa una traición para Ucrania, en tanto que el Plan de Paz de Trump (Putin) no tiene ninguna posibilidad de éxito porque implicaría la capitulación ucraniana.

El gran ganador de este supuesto nuevo orden internacional gatillado por Trump no será otro que China.

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