Las ventanas del Vaticano, RD y Oslo

Columna
El Nacional, 24.05.2019
Oscar Hernández Bernalette, embajador (r), profesor (UCV) y columnista venezolano

De las varias opciones puestas sobre la mesa para buscar una salida a la crisis de Venezuela, independientemente de la crudeza, la conflictividad que genere o el tiempo para lograr efectos positivos, la negociación internacional para lograr un acuerdo es la vía mas civilizada y menos traumática y dramática al final del camino. En la coyuntura actual ya no se requieren diagnósticos, la situación es más que evidente y por lo tanto el mecanismo debe basarse en tres principios claves, celeridad, trasparencia y verificación internacional. Aquí no se trata de negociar bienes y servicios, se trata de buscar una solución pacífica que le permita a una nación recuperarse de un deterioro casi igual al de una confrontación bélica. Se requieren más que metodologías y negociadores tradicionales, demócratas y hombres de bien con sentido de la proporción y de la historia. La tragedia que ha vivido Venezuela dejará su estela por muchos años. Pero las heridas pueden sanarse más rápidamente si la solución a la crisis y el retorno a la democracia se da en un escenario de negociado y en el que prevalezca la búsqueda de la paz y la justicia.

No es un secreto que quizás una de las artes más difíciles para el ser humano es la de negociar sobre la crisis humana. Ya de por sí los procesos de negociación política son  espinosos y complejos. La historia universal está llena de ejemplos que demuestran lo enmarañado y los retos que conlleva el poner de acuerdo a dos o múltiples partes ante distintas disyuntivas y conflictos cuando el centro de la disputa es el poder. Existen varias escuelas y metodologías que dan herramientas y enseñan cómo negociar. Los llaman métodos de negociación y la academia se ha encargado de sistematizar secuencias para alcanzar objetivos. Sin duda, todas son buenas y casi siempre funcionan para determinadas negociaciones. Pero existe un valor fundamental en cualquiera de las fórmulas, estilos o metodologías, que es muy importante preservar y que es el epicentro del éxito final de cualquier esfuerzo negociador: la honestidad.

Quien negocia sin honorabilidad y respeto por sus contrapartes, por lo general fracasa y se hace frágil en el proceso. Podemos recordar en los resultados del proceso que se llevó a cabo hace un par de años en República Dominicana entre el gobierno y la oposición. Fue un fracaso. Una negociación política del calibre de esa, que por lo demás había consumido más de un año entre unas rondas y las otras, evidenció que el gobierno no jugó las reglas clásicas de ninguna de las escuelas y por lo demás demostró poca transparencia a la hora de llegar a un acuerdo satisfactorio. El tema que estaba en juego no era dar concesiones, ganar-ganar o simplemente lavarse la cara ante la comunidad internacional. El centro de la negociación tenía que ver con el rescate de una nación, que está padeciendo una crisis de dimensiones dramáticas y que requiere de un consenso político que permitiera restablecer confianza, dar garantías, rescatar su constitución y salvar a la República de una crisis peor y de una catástrofe humanitaria. La mala jugada aún mantiene al país en vilo y con consecuencias para la vida de millones de personas. El país hoy es más pobre y más acechado que en aquel momento.

La  audacia para sobrevivir no es una buena conseja. Mantenerse en el poder por el poder al final del camino no paga. En jugar al desgaste nacional y a desinteresar a la comunidad internacional de la importancia de colaborar en la solución de conflicto que pasa por rescatarle a Venezuela su constitución es un pésimo expediente. En esa oportunidad la oposición no firmó un acuerdo sin garantías. Los facilitadores entendieron y observaron directamente que era un encuentro signado al fracaso. Venezuela no se lo merecía.

En esta etapa tan compleja que vive nuestra Venezuela lo que más conviene es dialogar para inmediatamente negociar. Es una precondición para evitar llegar a una negociación empujada producto de un conflicto con violencia civil. Pensemos en lo que es hoy un país con “presumida” paz que arroja más de 26.000 muertes violentas en un año (2016). Recordemos el horror de Alepo en Siria o el caso de Libia. El fanatismo y sus consecuencias pudo evitarse si la mediación y el diálogo hubiesen prosperado.

El año pasado tuvimos más muertes violentas en Venezuela que las que produjo a nivel mundial el terrorismo.

La negociación no es para beneficiar a una u otra parte. Es para ayudar a Venezuela a reencontrarse y a salir del atolladero y de la profunda crisis moral, social y económica que vive. Ni los que han robado, ni despilfarrado los bienes de la nación podrán sentirse ganadores porque sin duda el peso de la justicia y de la historia los juzgará. Pero quienes sí se pueden librar de tanta parálisis y sufrimiento son la mayoría de los venezolanos. Por ello, los distintos caminos que se propongan hay que  evaluarlos. Es fundamental, es de sentido común. Los errores cometidos durante tantos años tienen múltiples responsables, los que actuaron y los que omitieron, los que calcularon mal aunque de buena fe y los que silenciaron.

Seguir atornillando la crisis, seguir insistiendo en un modelo que fracasa, seguir pensando que la salida es fácil y está a la vuelta de la esquina no es sino una torpeza política y una perdedera de tiempo y de oportunidades.

Entendemos que sentarse en una mesa de negociación o diálogo entre actores que han estado en pugna por tanto tiempo no es fácil; que controlar las emociones o las subjetividades es duro, pero no lo es tanto como seguir viendo al país en barrena, al Garate, ver a sus hijos dejando al país o teniendo que enterrar a más venezolanos por una guerra que puede estar a la vuelta de la esquina. Es de valientes luchar con el verbo, es de estadistas resolver conflictos y es de demócratas luchar para alcanzar los consensos que permitan que Venezuela vuelva al concierto de las naciones como próspera, pujante y fundamentalmente democrática.

En el caso de Venezuela, insistir en el diálogo y la negociación no es más que un alerta ante la consecuencias del fracaso porque la posibilidad de que el país entre en una espiral de violencia o de conflicto civil de gran envergadura es factible. Así lo entiende la comunidad internacional que da señales de buscar una salida eficaz  y pronta por la vía electoral.

Cuando las válvulas de escape se cierran, cuando un sector quiere predominar por la fuerza, cuando las instituciones del Estado se parcializan y se convierten en apéndices del Ejecutivo, cuando la economía se estanca, la pobreza crece y la democracia deja de funcionar estamos ante la antesala de la violencia.

Es por ello que urgen los esfuerzos de diálogo y negociación. Seria una irresponsabilidad seguir forzando la barra. El gobierno tiene que entender que a pesar  del poder que dispone, el sometimiento de instituciones y el apoyo de la Fuerza Armada no es suficiente para detener una avalancha cuando esta se produzca. Necesitamos lideres y negociadores capaces de generar consensos para evitar el peor de los males. Otros países lo han intentado y lo han logrado.

Cuando la razón y el diálogo se silencia comienza la barbarie.

En su momento también fue  acertada la propuesta de solicitar la mediación del Vaticano para buscar consensos. Contar con su experticia en la solución de conflictos era un importante salvavidas y su éxito dependería de la verdadera voluntad de las partes para aprovechar en su justa dimensión la objetividad de quien buscaba ayudar a superar la crisis.

El Vaticano es un actor atípico en una comunidad internacional en la que prevalece la fuerza y el poder. Siendo uno de los Estados más pequeños del mundo, sin casi extensión territorial, cuenta con una de las diplomacias más sofisticadas y una red de información basada es su estructura eclesiástica que abarca más de 800 millones de feligreses y una Cancillería representada en casi todos los países del mundo a través de sus nunciaturas apostólicas. Como alguna vez lo afirmó un diplomático, ”el mejor lugar del mundo para escuchar”

Cuenta con una tradición de mediación en distintos escenarios que incluye eventos durante la Segunda Guerra Mundial, el conflicto de Beagle entre Chile y Argentina, la crisis de los misiles entre Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba, la reanudación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y ahora más recientemente la crisis de Venezuela.

El propio cardenal Parolin propuso como una de las tareas futuras del Vaticano, aprovechando su aparato diplomático, era convertirse en una opción para prevenir y solventar situaciones que pudiesen degenerar en conflictos armados o en una guerra civil. Es precisamente en este último tema en el que está la mayor preocupación de la comunidad Internacional por la crisis de Venezuela. Los países amigos quieren evitar a través de la diplomacia preventiva a que se inicie una escalada de violencia .

La misión de monseñor Celli, como mediador, fue la de generar confianza, ayudar en proceso de negociación, influir en la toma de decisiones sin tomar partido, desde sus perspectivas dar soluciones y evitar a toda costa una escalada.

Se  pagó un alto costo como nación por no aprovechar esa oportunidad. El incumplimiento Doc. 2016 y el escenario de mayo de 2017 cambió el esquema inicial

El proceso fracasa es precisamente porque nunca existió diálogo. Ninguna de las partes, incluyendo los facilitadores, cumplieron lo que también señalamos como los pasos indispensables que había que seguir si efectivamente se quería que el gobierno y la oposición alcanzaran  la implementación de acuerdos apropiados para sacar a Venezuela de esta crisis.

Se omitió, para desventaja de la oposición, una ruta obligatoria para que los resultados del proceso fueran creíbles y verificables. Indicamos que el montaje de la escena necesitaba pasar por cuatro etapas, cada una importante y progresiva; 1. Prediálogo (evalúa la voluntad real de las partes), 2. el diálogo (desarrolla una agenda de largo aliento), 3. negociación (ponen en la mesa sus requerimientos y logran acuerdos), y 4. verificación (se dan un plazo para que se confirme lo acordado).

La ausencia de esta metodología, clásica pero diáfana, colocó ese proceso precisamente ante el fracaso.

Es en la primera etapa en donde las partes en conflicto descubren la sinceridad del acercamiento. El fracaso de una gestión de esa naturaleza para los negociadores y facilitadores no es como cuando se frustra una compra-venta, es la ventana que queda abierta para  una escalada conflictiva de mayor envergadura.

Insisto en que todos perdemos ante un fracaso del diálogo y negociación. Pero, sin duda, si es el gobierno el que juega a negociar sin vocación al final será quien pague el precio mayor.

El tema  genera aversión en estos momentos de lucha intensa .El mundo y los venezolanos reconocemos la existencia de una profunda crisis nacional que ha generado grandes sufrimientos y traumas a la mayoría. Los indicadores económicos nos sitúan como una nación en franco deterioro, empobrecida y con una violencia inimaginable hace unas décadas. Esta realidad obliga a que definitivamente nos demos la oportunidad de salvar a la Venezuela de esta terrible situación y que tal como lo han pedido distintas organizaciones se hace indispensable que tomemos el curso correcto que la historia nos demanda en este momento. No es otro que la negociación entre el gobierno y la oposición .

Es por ello que no podemos enfrascarnos en una actitud intransigente. Es cierto que el gobierno generó desconfianza cuando incumplió lo acordado en la ronda anterior incluyendo la falta de consideración en las demandas que le hizo el Vaticano para que cumpliera. Las faltas de garantías a lo pactado generó una reacción negativa de la oposición, que es comprensible. También es cierto que muchos intentos para la solución de conflictos en distintas partes del mundo han sufrido revés y ello no implica seguir insistiendo. Pensemos en los tiempos, actores y circunstancias que rodearon los acuerdos de Esquipulas en Guatemala, los acuerdos de paz en El Salvador, los acuerdos en Suráfrica con Mandela y más recientemente los acuerdos en Colombia. Todos estos fueron bajo circunstancias peores que las venezolanas y sin embargo trabajaron hasta que lograron.

Negociar como opción válida en estos momentos es para algo más noble y relevante, es el derecho del pueblo venezolano de tener una mejor calidad de vida y no ser víctimas de enfrentamiento aun peor que el que ya padecen.

Hay quienes insisten en que hay que desconfiar del gobierno y que el verdadero interés es ganar tiempo y burlarse del país que apuesta a una salida pacífica. Ciertamente esta percepción ha sido afirmada también por importantes dirigentes y analistas políticos. Me pregunta un amigo europeo con un libro en mano sobre las grandes guerras mundiales ¿por qué el diálogo no las evitó? Precisamente porque no funcionó y muchos de los interlocutores no creían en soluciones pacificas. Los historiadores han concluido que los malos acuerdos que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial fueron claves a la hora de desencadenar apenas veinte años después otra gran guerra.

En el caso de Venezuela insistir en el diálogo y la negociación no es más que un alerta ante las consecuencias del fracaso porque la posibilidad de que el país entre en una espiral de violencia o de conflicto civil de gran envergadura es factible. Cuando las válvulas de escape se cierran, cuando un sector quiere predominar por la fuerza, cuando las instituciones del Estado se parcializan y se convierten en apéndices del Ejecutivo, cuando la economía se estanca, la pobreza crece y la democracia deja de funcionar, estamos ante la antesala de la violencia.

Es por ello que urge que el gobierno y  la oposición no desmonten, independientemente de las luchas focalizadas, los esfuerzos de diálogo y negociación. El gobierno tiene que entender que a pesar del poder que dispone, el sometimiento de instituciones y el apoyo de la Fuerza Armada no es suficiente para detener una avalancha cuando esta se produzca. Necesitamos líderes y negociadores capaces de generar consensos para evitar el peor de los males. Otros países lo han intentado y lo han logrado.

Los noruegos abrieron una ventana. Una opción más. Noruega no es cualquier país en la comunidad de naciones. Se ha ganado un merecido espacio como un país con vocación de buen ciudadano en la comunidad internacional y especialmente en el  multilateralismo. Por su política como mediadores han reconocido admiración. Han sabido jugar a la neutralidad manteniéndose en una línea de pensamiento occidental. Su política petrolera ha sido un ejemplo en el mundo. Envidia para los venezolanos. La experiencia y el esfuerzo de la Cancillería noruega no debe desestimarse y su contribución solo dependerá de la honestidad de las partes más que en metodología que implemente el equipo que dirige Dag Nylander.

Sin embargo, la avalancha de criticas no se hizo esperar y sin que la opinión pública tuviese tener claridad de qué se trataba. Nadie negoció nada. Solo se inició una de las tantas metodologías. Es una máscara de oxígeno en la búsqueda de nuevas opciones sobre la mesa. Solo prospera si las partes quieren y genera confianza. Si los noruegos no logran ese primer cometido, se desmorona como cualquier otra opción. Como bien dice Hernán Pifano en una nota que circuló sobre el encuentro con los noruegos: “Malos augurios, desprecio y muestras de hastío han colmado la comparecencia de los miembros de la oposición a la cita en Noruega con el propuesto diálogo de paz, a pesar de que los proponentes son gente decente, sin intereses diferentes a la norma democrática, a la colaboración espontánea de una nación que ha puesto su experiencia y prestigio al servicio de la humanidad en la solución de varios conflictos mundiales. Se ha dicho, incluso, que debemos reparar en la que pusieron con su participación en el proceso de paz en Colombia. No hay tal cosa, el proceso se llevó a cabo entre colombianos, los noruegos ayudaron porque esa era su misión, como lo han hecho en muchos procesos parecidos. Y la paz en Colombia se logró; pasaron de matarse a diario varias personas y secuestrar a otro tanto semanalmente a no reportar ninguno en lo que va de pacificación. El remanente es la venganza y las consecuencias de unas cenizas que acabarán desapareciendo. Los expertos en diálogos e intermediación de conflictos muy difíciles, complejos y de enorme repercusión ciudadana estudian, recolectan información que luego analizan detenidamente para utilizarla en próximas intervenciones... Saben a qué se atienen porque han pasado por participar en mesas plagadas de indecencia; las FARC, Hamás, pakistaníes, sandinistas y muchas otras tribus de roedores y camellos... gracias a los noruegos.

Hay opciones pero no puede jugar más con el tiempo.

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