León XIV y el orden internacional

Editorial
OpinionGlobal, Review N* 131 (mayo 2025)

La elección de un nuevo pontífice se produce justo en momentos en que la Iglesia Católica Romana enfrenta una doble coyuntura: en su propio seno, se acumulan escándalos, abusos, divisiones y la creciente perdida de fe en Occidente; y en el ámbito internacional, se plantean serios desafíos como resultado de migraciones masivas y de diversos conflictos armados que pueden desembocar en una III Guerra Mundial.

El Papa León XIV, de nombre secular Robert Francis Prevost, nacido en Chicago, hermano agustino, misionero en Perú, obispo de Chiclayo y cardenal a partir de 2023, es una figura políglota con estudios de filosofía y matemáticas, así como derecho canónico. Es hombre de pocas palabras, pero sabe escuchar, es amable y cálido. También tiene una personalidad cosmopolita, moderada y centrista, que quisiera construir sobre el legado del Papa Francisco.

En su pensamiento y acciones, destacan su especial compromiso con la justicia social, como también la oposición a movimientos que promuvan la legalización del aborto, la eutanasia, los derechos LGBT o la excarcelación de terroristas del movimiento peruano Sendero Luminoso. En 2015 participó en una Marcha por la Vida en Chiclayo y, en 2017, promovió en Twitter la «Marcha por la Vida» en Lima. Apoyó algunas causas ecologistas y expresó su solidaridad con la inmigración venezolana en Perú, considerando dichos migrantes como víctimas del chavismo. Ha sido crítico de los abusos cometidos dentro de la Iglesia, es un firme defensor de la sinodalidad, y se opone a la ordenación de mujeres al sacerdocio.

A pesar de su estrecha amistad con Francisco, el nuevo pontífice pareciera ejercer un liderazgo más realista y pragmático, más pastoral que doctrinal, o bien, menos “populista” e “ideológico”, que su antecesor jesuita en los temas de política internacional, tal vez por su experiencia misionera directa entre los pobres. En todo caso, desde una perspectiva esencialmente política, León XIV podría llegar a ejercer un rol moral y espiritual mundial más activo, como lo fuera en el caso del Papa Juan Pablo II. Así, el nuevo pontífice ha condenado la agresión imperialista de Rusia contra Ucrania, considera dictadores a Putin y a Maduro, y defiende los derechos de minorías como los Uigures en China y los Rohinyás en Birmania.

Ese el mensaje que entrega el politólogo católico-norteamericano Sean Patrick Calabria en su reciente artículo “The World Needs a Cold Warrior Pope” (El mundo necesita un Papa de guerra fría), publicado por la revista Providence Magazine. Allí sostiene que el panorama mundial se debate ante una creciente inestabilidad a raíz del choque entre democracias y autocracias. El mayor desafío, a su juicio, es la China comunista, “cuyas ambiciones de expansión global, abusos sistemáticos de derechos humanos y hostilidad ideológica contra los derechos individuales y la democracia demandan una respuesta atrevida de la Iglesia Católica por el bien de la dignidad humana en todo el mundo”. A tal efecto, Calabria contrasta la audacia de Juan Pablo II, en su primera visita a la Polonia comunista y su rol en la caída del sistema soviético, con el “apaciguamiento” de Francisco, quien firmó un acuerdo secreto con la dirigencia de Beijing y mantuvo silencio respecto de las persecuciones religiosas, a la vez que en el periodo de sede vacante Beijing pasó a llevar el acuerdo y nombró obispos. También constata otras ambigüedades de Francisco en el plano mundial, como atribuir la guerra de Ucrania a la expansión de la OTAN, cuestionar las operaciones de autodefensa israelíes en Gaza como genocidio o los repetidos y bien intencionados llamados a la paz, pero sin claridad respecto de agresores y víctimas.

En definitiva, el referido politólogo sostiene que el nuevo pontífice debe reconocer cuáles son las apuestas geopolíticas en juego en el mundo. Así, por ejemplo, “si China consigue desplazar a los EEUU como la gran hegemonía mundial, aquello acarreará un golpe colosal a la libertad religiosa global”. No se trata de que la Iglesia Católica sea confrontacional, sino evitar que China se aproveche de las actitudes conciliatorias sostenidas -en general- por Occidente.

Su conclusión es que el nuevo Papa debe ser un “Cold Warrior” (un luchador de la guerra fría), “no por nostalgia sino por necesidad: el mundo está entrando en una nueva era peligrosa y la Iglesia no puede darse el gusto de equivocarse. Ella necesita un líder que enfrente los males de nuestro tiempo con la misma claridad moral del Papa Juan Pablo II. Denunciando las atrocidades de las autocracias, apoyando a los oprimidos y movilizando al mundo para defender la libertad, es que el nuevo Papa podrá asegurar que la Iglesia permanezca como el faro de esperanza en un mundo oscurecido”.

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