Otra lección de Chile

Columna
Partido Colorado, 09.09.2022
Julio María Sanguinetti, abogado, periodista y expresidente del Uruguay

Chile nos dio ya una lección sobre qué pasa cuando los partidos organizados declinan y la opinión pública termina enfrentada a opciones de hierro entre candidatos de las dos puntas del espectro político.

Fue una lección, pero amarga. Ahora nos acaba de dar otra y ella viene de la ciudadanía misma, con una votación formidable en contra de un proyecto constitucional emanado de una Asamblea Constituyente, elegida sin voto obligatorio, en que los grandes partidos no tenían presencia relevante. Se constituyó entonces como un mosaico heterogéneo de movimientos variadísimos, en general de tono radical. El ochenta por ciento del país había votado que quería una nueva Constitución, pero esta Asamblea se fue alejando, progresivamente, del sentimiento de cambio que había animado esa mayoría. No entendió que no se trataba de cualquier cambio y mucho menos de una riesgosa refundación.

Propuestas maximalistas sobre la propiedad privada, por ejemplo, generaron una ola de preocupación y aunque luego se atemperaran, mantuvieron dudas sobre los procesos de expropiación. Quizás lo más llamativo fue la presencia de la etnia mapuche, que generó escenas bizarras, de un tono folklórico incompatible con la importancia del proceso constituyente. El hecho de que el debate sobre la naturaleza del Estado haya terminado en un Estado "plurinacional y pluricultural", que reconocía la autonomía territorial y legislativa de once grupos "originarios" generó la sensación de que se estaban debilitando las bases fundacionales de una República con dos siglos de independencia y una sólida conciencia democrática. A ello se añadía la sustitución del Senado por un bicameralismo asimétrico con la novedad de una cámara de "las regiones" y también una reconfiguración del Poder Judicial reducido a un servicio público descentralizado que desdibujaba su jerarquía.

La advertencia del presidente Ricardo Lagos de que no se cayera en una Constitución "partisana" no se entendió cabalmente. La Asamblea confundió un texto jurídico fundacional con un programa de gobierno. De ahí que entraron temas que debieron ser de legislación o administración, por su naturaleza polémica, como es el caso, por ejemplo, de la despenalización del aborto y otros asuntos de organización familiar. La propia literatura jurídica se parecía más a un manifiesto que a una Carta Magna.

El presidente Boric se jugó a favor del proyecto constitucional. Solo contó con el apoyo de los partidos de su base electoral. La Dra. Bachelet fue la única exmandataria que le apoyó, porque ni Frei ni Piñera ni Ricardo Lagos se sumaron al Apruebo. Lagos no se pronunció por una opción, sosteniendo que el proceso constituyente no terminaba aquí, cualquiera fuera su resultado, generando así una reflexión sensata, que contradecía ese clima eufórico del oficialismo. El propio gobierno asumió que, de aprobarse el proyecto, ellos ya propiciaban cinco enmiendas, con los que se reconocía desde el inicio que no existía un consenso razonable sobre el tema.

¿Fue un triunfo de la derecha? No, porque es notorio que el centro socialdemócrata o demócrata cristiano resultó decisivo. Así lo dijo claramente una figura tan emblemática del sector conservador como Evelyn Matthei, la alcaldesa de Providencia, legisladora, exministra y en su tiempo candidata presidencial. Más que un triunfo de un grupo hubo una derrota contundente de la izquierda radical e identitaria, la que razona desde los particularismos étnicos o ecológicos y que está muy lejos de representar al promedio sensato de una ciudadanía que reclama cambios, pero no acrobacia institucional. Instintivamente advierte que cultivando el encanto romántico del radicalismo se termina desestabilizando al país y comprometiendo el clima del trabajo.

Ninguna encuesta anticipó algo parecido a lo que ocurrió. A lo largo de los meses, indicaban un mayor apoyo al rechazo, aunque en las últimas semanas decían que la aprobación crecía. Luego del multitudinario acto oficialista en Santiago, se llegó a afirmar que el resultado estaba "abierto". Los hechos dijeron lo contrario y ratifican el valor relativo de esas investigaciones, no despreciable pero casi nunca definitorio.

Otro detalle electoral no menor es que los 100 mil votantes del exterior apoyaron en gran mayoría el Apruebo, lo que una vez más demuestra que el ciudadano alejado del país no representa su voluntad, sino que actúa conforme al clima del país en que vive.

La clarinada de Chile proyecta también sus efectos sobre toda la región. Desmiente la muy repetida afirmación de que estábamos ante un fuerte giro a la izquierda. Evita la caída en una Constitución como algunas que en los últimos tiempos han degradado el ejercicio democrático. Demuestra que cuando el voto obligatorio alcanza a toda la ciudadanía, se diluye el predominio de los sectores más movilizados, normalmente en líneas dogmáticas o de visiones parcializadas. No ignoramos que a los gobiernos les está resultando difícil manejar el malhumor que genera la inflación (en Chile es 13%) y que ello también quizás haya tenido alguna influencia. Por encima de todo, sin embargo, esta formidable voz que ha resonado detrás de los Andes pone límites a la exageración, esa que ha envilecido la discusión sobre causa nobles, que en su desborde terminan debilitando la convivencia social y dividiendo a la gente.

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