Política exterior anti-globalista

Columna
La Tercera, 18.05.2023
Carolina Valdivia, abogada, exsubsecretaria de RREE, investigadora CEP y consejera CEIUC

El orden internacional liberal forjado tras la Segunda Guerra Mundial está bajo fuerte presión. Aunque se suele apuntar, no sin razón, a China y Rusia como países que buscan horadar un sistema que descansa en reglas, la fricción con la gobernanza global también ha venido desde gobiernos occidentales.

Las administraciones Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Orban en Hungría han basado su política exterior en una estrategia que comprende dos caras de una misma moneda: un renovado vigor nacionalista junto a una narrativa anti globalista.

El antiglobalismo es una ideología profundamente crítica de los sistemas de integración y cooperación internacional como Naciones Unidas y la Unión Europea, percibidos como oscuros aparatos burocráticos. La real voluntad de la nación quedaría frustrada por los objetivos del multilateralismo, como los previstos en la Agenda 2030 de la ONU, por lo que deben ser derrotados para regenerar las dimensiones políticas, económicas y espirituales de Occidente.

La cruzada del antiglobalismo ha avanzado contra áreas clave del orden multilateral, como el libre comercio. Pero dos materias han sido especialmente foco de encono: los derechos humanos y los compromisos ambientales. Trump retiró a Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos y del Acuerdo de París. Orban ha incumplido sistemáticamente las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y no ha trepidado en calificar las propuestas ambientales europeas como meras “fantasías utópicas”. Bolsonaro reforzó la política soberanista en la Amazonía brasileña y vetó -en alianza con países islámicos- resoluciones que contenían la expresión “salud reproductiva”, en un claro retroceso para los derechos de la mujer.

Otro punto llamativo de esta política exterior es su componente religioso. Trump, Bolsonaro y Orban -aunque en este último caso no fue públicamente confirmado- anunciaron la decisión de trasladar sus embajadas en Israel desde Tel-Aviv a Jerusalén. Si bien revela un guiño a sus poderosos electores evangélicos, devotos del Estado de Israel, trasluce también un profundo simbolismo religioso, así como un nuevo desdén a los mandatos de Naciones Unidas.

Pero como nadie sabe para quién trabaja, los impulsos demoledores del orden liberal por parte de gobiernos occidentales han sido sagazmente interpretados por China. La capitulación al paradigma occidental por parte de sus propios creadores ha contribuido a alimentar el modelo chino como alternativa viable para muchos países, generando mayor aislamiento para sus promotores.

En nuestro país los grandes lineamientos de la política exterior han sido compartidos por gobiernos de distintos signos. Sin embargo, tampoco somos inmunes a las tendencias mundiales. En tiempos de debate constitucional y reconfiguración de equilibrios políticos, será importante analizar las visiones que se adopten en política exterior. Ello nos permitirá entender escenarios futuros y proyectar las consecuencias de defender o agujerear el sistema internacional.

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