Por amor a Chile

Columna
El Mercurio, 06.12.2021
Alejandro Goic Karmelic (Obispo Emérito de Rancagua), Ramón Galaz Navarro (ex
académico), Carlos Klammer Borgoño (ex diplomático) y Carlos Bravo Barros 
(ex intendente de la VI Región)

En el “Poema de Chile”, Gabriela Mistral reconviene dulcemente al niño que hace de interlocutor, afirmando que las aves no se extravían: siempre saben a qué playa bajarán. Nosotros, en cambio, sí nos perdemos. Lo hemos vivido en incontables ocasiones: cuando el camino hacia el desarrollo se ve claro y despejado, torcemos el rumbo o descubrimos en el que llevábamos obstáculos o grietas; nos detenemos, nos dispersamos, y el punto de llegada se esfuma.

Estamos en un momento de gran incertidumbre. Hemos visto surgir en nuestra vida común muchos elementos que nos sorprenden e interpelan: una enfermedad de alcance planetario cambió nuestras rutinas y socavó formas queridas de conversar; el apretón de manos se hizo esquivo, y el abrazo, casi clandestino. Supimos de pronto que no podíamos controlar explosiones de violencia que hirieron nuestro patrimonio simbólico: museos, monumentos, iglesias, el metro, calles y plazas. Nuestras ideas políticas se dispersaron y sus soportes, los partidos, se atomizaron en agrupaciones de existencia efímera y de dirigentes prontamente irrelevantes.

Creemos, sin embargo, que podemos ver un punto de inflexión en el momento que vivimos, y retomar un camino que nos lleve a la prosperidad. Para eso necesitamos ciertos consensos y dejar atrás las conductas que llevan a más incertidumbre, dolor y necesidad. Que, ciertamente, y como primera constatación, afirmamos que inexorablemente concentran sus efectos y amenazas en la vida de los pobres.

Sostenemos que la verdad es primordial. Si en la convivencia social ese valor está ausente, tampoco habrá respeto ni confianza, y los contenidos de todo diálogo estarán bajo sospecha. La imposición de lo políticamente correcto es una censura que impide el libre intercambio de ideas.

Afirmamos el valor único del diálogo como forma de resolver diferencias y conflictos: bajo la amenaza y la coerción no se enriquecen las visiones que difieren. El gobernante reacio a dialogar con sinceridad y apertura está condenado al encapsulamiento estéril; el gobernado que quiera conseguir sus demandas por el peso de la fuerza, pierde el derecho a ser atendido con respeto. No hay diálogo si se parte de verdades impuestas o de versiones oficiales inamovibles. Así se incuban los totalitarismos y no las democracias.

Vemos en la desigualdad un germen de violencia, y es indudable que no hemos diseñado nuestras leyes de modo que quienes al amparo de la libre empresa atentan contra el bien común abusando y coludiéndose, no reciben una pena proporcional a su delito, dando espacio al resentimiento, la frustración y el escepticismo respecto de las instituciones.

Nos alarma ver cómo los dirigentes políticos disiparon el respeto que el pueblo les tuvo: tendencias oligárquicas; cambios de bando de quienes no lograron un cargo; uso del Estado para fines partidarios; venalidad; principios ausentes; incompetencia; deslealtad con adversarios y amigos. Visto esto, junto con no creer en los partidos, el pueblo dejó de confiar en la política.

Confiamos en la cordura y en la rectitud del ciudadano común, que era nuestro orgullo nacional. Afirmamos el valor de las organizaciones de base, y por tanto, el deber del Estado de protegerlas y fortalecerlas: la familia, los gremios, entidades deportivas, académicas, culturales, religiosas y productivas, deben contar con un marco de respeto, sin más límite que ser fieles a sus estatutos y no interferir indebidamente en la esfera de las demás. La familia, por ser la primera de las organizaciones humanas, merece una protección especial, reconociendo que hay más de una estructura familiar.

Invitamos a todas las autoridades a debatir urgentemente cómo enfrentar nuestros problemas ambientales, cómo será nuestra matriz energética; el cambio climático; cómo fortalecer la unidad nacional, y cómo preservamos nuestro patrimonio histórico, cultural, garantía de identidad compartida. Debemos encontrar la forma de que se expresen y sean respetadas las minorías, pero también debemos cautelar que no tiranicen a las mayorías con inagotables discursos de víctimas. Tenemos pendiente afianzar el rol de la mujer en el espacio público y valorar adecuadamente el que realiza en el ámbito privado.

Compartimos —todos los chilenos— el orgullo de tener en nuestro pasado común ciudadanos ejemplares: poetas, intelectuales, deportistas, políticos, uniformados, religiosos, sindicalistas, profesionales y muchos otros. Pero, sobre todo, hay detrás de cada uno de ellos un contingente imposible de contar de obreros, de dueñas de casa, de campesinos; de empleados públicos y privados, que han consagrado heroicamente sus vidas y sus esfuerzos para hacer del nuestro, un país que progresa.

Un país que ha crecido en sus leyes y en su economía; en cultura y en solidaridad. Que supo abrir sus puertas y acoger a las personas que llegaron huyendo del hambre o la violencia. En palabras de Gabriela Mistral, “Del sol fueron heridas/ y bajaron a esta Patria”. O como decimos en nuestro himno, “o la tumba serás de los libres, o el asilo contra la opresión”, por amor a Chile.

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