Productos y subproductos de la agresión rusa a Ucrania

Columna
El Mostrador, 11.03.2023
Jorge G. Guzmán Gutiérrez, abogado, exdiplomático y académico (U. Autónoma)

El asunto está, en muchos sentidos, vinculado a la relación de China con Estados Unidos y sus aliados del océano Pacífico, escenario en el que la cuestión de Ucrania se ha comparado con aquella de Taiwán. En este ámbito abundan las especulaciones. Chile, siendo ribereño y socio comercial tanto de China como de Estados Unidos y de sus aliados, debe permanecer atento a la evolución de este escenario, en el que, además, Rusia mantiene diversas disputas territoriales, incluida aquella con Japón por la soberanía de las islas Kuriles. La actitud china frente a Ucrania ha proporcionado razones adicionales para el reforzamiento militar norteamericano, además nuevos impulsos al ya plenamente visible rearme de Japón, y la consolidación de Corea del Norte como productor de armamentos sofisticados.

Pasado un año desde el inicio de la operación militar especial rusa para la anexión de miles de km2 de recursos naturales y grandes extensiones agrícolas ucranianas, el principal resultado de dicha violación al Derecho Internacional es, sin duda, la catástrofe humanitaria que sufren millones de víctimas de esa agresión.

Según Naciones Unidas, desde febrero de 2022 más de 8,1 millones de ucranianos han cruzado las fronteras buscado refugio en países vecinos. Más del 90% son mujeres y niños.

Paralelamente, más de 8 mil personas han sido asesinadas en sus hogares, y más de 13 mil han sido gravemente heridas en ataques sobre blancos civiles. Las bajas ucranianas en el frente de batalla se sitúan en no menos de 70 mil muertos.

Asimismo, estimaciones confiables (i.e. el Center for Strategic and International Studies, CSIS) señalan que el bando ruso pudo haber experimentado 250 mil bajas. Unas 70 mil corresponderían a militares muertos en combate, principalmente jóvenes conscriptos y presidiarios llevados al frente desde los barrios más pobres de Rusia. También mercenarios contratados por un amigo de infancia de Vladimir Putin (Wagner).

A lo anterior se suma la indiscriminada destrucción de infraestructura productiva, patrimonio histórico, ecosistemas protegidos y millones de hogares. Fábricas, escuelas y hospitales han sido blancos predilectos o, muchas veces, simplemente víctimas colaterales de una fuerza militar con capacidades tecnológicas de otro siglo.

Todo, sin que la desnazificación de Ucrania -el pretexto de la invasión- haya alcanzado ninguno de sus objetivos. La evidencia indica que Rusia ha fracasado estratégica, táctica y operativamente en Ucrania. Los especialistas coinciden en que lo único que el plan ruso catalizó es una guerra de desgaste (que está lejos de concluir).

El fin de la cooperación entre Rusia y Occidente
Desde una óptica más amplia -y junto con desnudar debilidades estructurales del agresor- el conflicto en Ucrania ha causado numerosos efectos secundarios y/o no deseados.

El primero de ellos es, obviamente, la relación con Occidente. Si desde el fin de la URSS (1991) ese vínculo incluyó momentos y espacios de beneficio mutuo, la invasión de Ucrania -con el subsiguiente retiro ruso del denominado Tratado New Start (reducción del arsenal nuclear)- inauguró una fase distinta, más compleja y peligrosa, que importa un retroceso de más de 30 años.

En la perspectiva occidental, Rusia ha terminado por perfilarse como un Estado y una cultura incompatibles con el proyecto político europeo y, por consiguiente, incompatibles con el modo de ser y de vivir del mundo democrático. Esta expresión también engloba a países tan relevantes como Japón, Corea del Sur y Australia. Por extensión -aunque solo en principio- también a Chile y al resto de América del Sur.

Se trata de una diferencia cualitativa que excede las dimensiones ideológicas de la Guerra Fría y que, en el caso de algunos países europeos, reflota un desprecio histórico y subcutáneo hacia lo ruso. El detalle es, por supuesto, que Rusia todavía conserva un considerable arsenal nuclear.

Aun así, las atrocidades contra la población civil exhibidas a través de las redes sociales han asegurado una opinión pública occidental alienada que, por lo menos durante una generación, practicará la desconfianza (y el desprecio cultural), hacia Rusia.

En el caso de las relaciones con Estados Unidos, esa relación ha sufrido un cambio todavía más profundo. Los casi 50 mil millones de dólares de ayuda militar y económica al gobierno ucraniano testimonian el compromiso norteamericano con la población ucraniana y, en contexto, ilustran la decisión de garantizar la derrota estratégica de Rusia.

La voluntad política norteamericana no solo ha permeado, sino que ha sido entusiásticamente compartida por la Alianza Atlántica. En el curso de 2022 la OTAN no solo se fortaleció, sino que modificó su doctrina de contención de Rusia, por una que apunta a su derrota militar. Se trata de un cambio geopolítico de consecuencias aún insospechadas.

Todavía más. La OTAN no se fracturó (como era el cálculo inicial ruso), sino que terminó por ampliarse. Si todavía no está decidido que, por oposición de Turquía, Suecia será parte de esa alianza, sí está claro que Finlandia (con sus mil kilómetros de frontera con Rusia y su población emocionalmente antirrusa), antes de fin de año será miembro pleno de la OTAN.

La traición del general invierno
La fecha elegida para el inicio de la invasión parece haber considerado que, una vez que las divisiones blindadas rusas conquistaran Kiev (y otras capitales regionales), habrían transcurrido el verano y el otoño de 2022. En términos estratégicos, ello implicaba que la proximidad del invierno 2023 (y el aumento del consumo industrial y domiciliario europeo de hidrocarburos rusos) obligaría a los aliados de Ucrania a negociar una paz que incluiría la cesión de Crimea y del resto de los territorios ocupados.

Sin embargo, probablemente por efecto del cambio climático, el invierno 2022-2023 no solo resultó más suave que lo previsto, sino que otorgó la razón definitiva para que el ecologismo europeo constatara la oportunidad para impulsar el cambio de la matriz energética del continente (giro hacia las energías limpias, fin de la dependencia del gas y el petróleo rusos). Este es otro hecho geopolítico de la causa.

En el mismo plano, el efecto estructural sobre el sector de los hidrocarburos rusos (pilar económico) constituye otro de los subproductos de la invasión a Ucrania. Además de las pesadas sanciones occidentales y el masivo desprestigio sufrido por su material militar (otro producto de exportación), Moscú ya no cuenta con una herramienta de contrapeso para forzar una negociación que certifique conquistas territoriales. Esta vez el invierno no solo no fue un factor para la geopolítica y las operaciones militares rusas, sino que terminó por convertirse en un elemento coadyuvante para el aislamiento y debilitamiento del poder político y económico de Moscú.

El factor chino
Si bien es probable que -en el marco de la amistad sin límites entre Xi Jinping y Vladimir Putin- Rusia advirtiera a China de su invasión a Ucrania, lo concreto es que esa decisión puso a Beijing en una situación complicada. Si por meses China osciló entre la no condena y el escepticismo, durante las últimas semanas la obligó a una suerte de mediación que, sin embargo, no resistió ni siquiera una primera lectura.

Estas circunstancias revelan las limitaciones de la influencia de China sobre Rusia y, también, los límites de su influencia sobre el conjunto del sistema internacional. El plan de paz chino tuvo una vida brevísima.

Y si bien es probable que este fuera un fracaso calculado, lo concreto es que el ejercicio diplomático chino -registrado en el contexto de la discusión sobre su posible apoyo militar a Rusia- ha terminado en claras advertencias de Estados Unidos, Alemania y otros países para que Beijing no intervenga directamente en el conflicto.

El asunto está, en muchos sentidos, vinculado a la relación de China con Estados Unidos y sus aliados del océano Pacífico, escenario en el que la cuestión de Ucrania se ha comparado con aquella de Taiwán. En este ámbito abundan las especulaciones.

Chile, siendo ribereño y socio comercial tanto de China como de Estados Unidos y de sus aliados, debe permanecer atento a la evolución de este escenario, en el que, además, Rusia mantiene diversas disputas territoriales, incluida aquella con Japón por la soberanía de las islas Kuriles.

La actitud china frente a Ucrania ha proporcionado razones adicionales para el reforzamiento militar norteamericano, además nuevos impulsos al ya plenamente visible rearme de Japón, y la consolidación de Corea del Norte como productor de armamentos sofisticados.

Con participación norteamericana y británica, y a pesar de sus diferencias, estos dos últimos países han solidificado una alianza de facto anti china que, relevante, también incluye a Australia y a la India (que por su parte mantiene complejas disputas fronterizas con Beijing). Se trata de otros subproductos de la operación militar especial rusa en Ucrania.

Derechos humanos con edulcorante
La invasión de Ucrania impactó gravemente (hecho consumado) los equilibrios políticos y geopolíticos globales. El mundo de hoy es más peligroso que aquel del 22 de febrero de 2022.

El costo en ejecuciones sumarias, víctimas civiles, mujeres violadas y niños huérfanos es estratosférico. Como lo ilustran varias Resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas, el mundo no ha permanecido impasible ante la tragedia.

Aun así, Chile y otros participantes de las agendas de Sao Paulo y Puebla -que parecen reclamar el monopolio del respeto de los derechos humanos- continúan sin levantar la voz, ni adoptar medidas concretas para contribuir a paliar el sufrimiento de millones de ucranianos y ucranianas. Esos progresistas parecen haber optado por mirar al costado, y asumir que este un problema de los países capitalistas. La razón de la sinrazón.

Por simpatías ocultas o por cálculos de corto plazo, Chile (electo a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas) sigue practicando un silencio cómplice, que nos descuenta credibilidad y prestigio como nación libre y democrática. El gobierno progresista del presidente Gabriel Boric (que se apresta a conmemorar los 50 años del golpe militar), no ha tenido ningún gesto material de solidaridad o compasión con los millones de víctimas de una agresión tipificada en la Carta de las Naciones Unidas.

¿Cuáles son las razones de esta contemplación?
¿Qué piensan los sobrevivientes de Villa Grimaldi de la obsecuencia chilena con las masivas violaciones de los derechos humanos en Ucrania?
¿Qué piensa el colectivo feminista de los miles de mujeres violadas por las fuerzas rusas?
O es que, al igual que en la Teletón, ¿el gobierno chileno necesita auspiciadores que, con avisaje en la televisión, financien un gesto de solidaridad y consecuencia?

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