¿Qué Chile desea ahora la Nueva Mayoría?

Columna
El Mercurio, 14.08.2016
Roberto Ampuero

Se acerca la elección presidencial, y es probable que la Nueva Mayoría -o el pacto que la sustituya- no logre proyectar una noción precisa del país que desea construir. Es decir, la NM sabe bien qué demandas de la calle ha de incluir en su programa, mas no cómo proyectar y plasmar el Chile con que sueña. Sabe aprovechar el arsenal de la ingeniosa crítica contra el "modelo", pero no dar el siguiente y decisivo paso: ser propositiva, clara y concreta. La NM se encoleriza y escandaliza con facilidad ante las injusticias del país (como si sus principales partidos no hubiesen gobernado entre 1990 y 2010), pero el Chile que se propuso en 2013 lo esbozó a última hora y en términos vagos, y a trazos demasiado gruesos.

Sin embargo, esto no se debe solo a las diferencias políticas internas o a una falta de imaginación ideológica. Se debe principalmente a que la NM -al igual que la izquierda fuera de ella- devino a estas alturas en un grito de indignación contra gran parte de lo construido durante más de tres decenios por los chilenos, pero no en un proyecto alternativo frente a la economía de mercado, la democracia parlamentaria y los desafíos de la globalización. En rigor, fue en 1970 cuando la izquierda postuló por última vez un modelo concreto, el socialismo "con sabor a vino tinto y empanadas", que contaba con referentes reales. Hoy la NM es condena pura mas no afirmación, intención loable mas no gestión, utopía vaga mas no realismo. Se trata de un déficit de la izquierda mundial, que en Chile se agrava, pues aquí, al engolosinarse ella con una parte de la administración del país más liberal de la región, perdió rápido algo esencial de su identidad: el talento para generar alternativas utópicas nacionales.

Sospecho que este déficit se debe a que el último siglo le resultó traumático. ¿La razón? Todos sus modelos reales fracasaron. Comencemos con la Revolución Rusa de 1917: ¿Qué quedó de su heredera, la Unión Soviética? ¿Y qué de las repúblicas "populares" de Europa Oriental, fundadas en la posguerra? ¿Y no evolucionaron China y Vietnam hacia economías de mercado bajo férrea conducción comunista? Incluso la dictadura de los Castro, tormento de ya 57 años para los cubanos, intenta avanzar hacia el capitalismo, aunque sin soltar las riendas del poder. ¿Y se podrá hallar alguna gota de inspiración razonable en el régimen tiránico de Corea del Norte?

Pero tampoco vemos alicientes en la región: la vía armada de Fidel Castro y el Che Guevara causó muerte y destrucción, y la justificación ideal para el ascenso de dictaduras de derecha. Tampoco la vía pacífica al socialismo de Salvador Allende prosperó. El sandinismo, en los ochenta una luz de esperanza para la izquierda, agoniza hoy irreconocible bajo un Daniel Ortega que emula a los Somoza en su apego al poder. ¿Y qué decir de la Venezuela de Chávez y Maduro, quebrada en lo económico y polarizada en lo político pese a contar con las mayores reservas petroleras mundiales? ¿Algo inspirador que rescatar tal vez de la Argentina de los Kirchner, el Brasil de Lula y Dilma, los gobiernos de Correa o Morales, o de la "integración bolivariana", que fue más bien retórica?

¿O quizás el último aliento inspirador viene de la socialdemocracia europea (sin olvidar que solo parte de la izquierda chilena es socialdemócrata y que, por desgracia, sus integrantes se sonrojan y tartamudean al admitirlo)? Pero la socialdemocracia europea ya no es lo que fue en los 70 u 80: ya no es estatista, hoy acepta la economía de mercado y se reconcilió con el capitalismo y la globalización. Admite que a partir de esa realidad debe incrementar el desarrollo y el bienestar nacional. Expertos suecos subrayan que la riqueza del país emergió de la actividad económica privada bajo un Estado pequeño, y que sobre esa prosperidad creció el legendario Estado de bienestar, hasta alcanzar dimensiones difíciles de financiar.

En verdad, los últimos cien años han sido implacables con los modelos políticos de la izquierda, pero más lo han sido esos modelos con sus pueblos. La alta popularidad de Michelle Bachelet en 2013 le ahorró a la Nueva Mayoría la labor de tener que articular un programa compartido, coherente y viable. Le evitó, en el fondo, tener que pasar de la denuncia contra el Chile real a la proyección de un Chile nuevo, complejo y factible. La NM pudo así saltarse la etapa de formular un programa responsable, elaborado y sustentado por todos, y pasar a uno ideado por un grupo reducido. Esto terminó por debilitar aún más el énfasis utópico de la NM, que le brinda a su izquierda identidad y sentido, e impide que se vea sobrepasada por la izquierda extra NM. Al carecer ahora de un líder con la popularidad que enarbolaba entonces Bachelet, la NM se verá obligada a elaborar un programa que exigirá concesiones, y tornará ardua y compleja esa labor en el conglomerado.

¿Quién definirá entonces el Chile que la Nueva Mayoría (o su sustituta) propondrá al electorado en 2017? ¿Los socialcristianos, la socialdemocracia, los comunistas, los jacobinos, los bolivarianos? ¿Aquellos que prefieren emplear el freno para que el tren no se descarrile, o los que ven en el descarrilamiento una oportunidad histórica? Las diferencias en un pacto heterogéneo tienden a agudizarse cuando un país afronta una situación límite como la actual, y ciertas fuerzas de ese pacto consideran que hay que perfeccionar el "modelo" para consolidarlo, pero otras, que se debe aprovechar la crisis para patear la mesa y construir un Chile nuevo, que probablemente pase a engrosar la larga lista de los modelos fracasados de izquierda.

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