Raúl Castro: ¿Ave Fénix, Pegasus o caballo de Troya?

Columna
Infobae, 30.09.2016
Martín Guevara, escritor argentino (sobrino del Ché Guevara) educado en Cuba y radicado en España

Mediante un acto magistral de prestidigitación, Raúl Castro nos sorprende con una nueva faceta, y se nos presenta como adalid y paladín de la paz en Colombia. Raúl, presidente de Cuba y general de ejército durante décadas, bajo cuyo mandato alentó, participó y orquestó una importante cantidad de conflictos armados en América Latina, que dejaron un tendal de dolor en el continente expresado en muertos, presos, desaparecidos, exiliados de todo signo político y sensibilidad ideológica. Que dirigió guerras tremendamente sanguinarias en gran parte del Tercer Mundo y en particular en África, Mozambique, Etiopía y Angola en dos ocasiones, desde su despacho, con la excusa del internacionalismo proletario para esconder otras aviesas intenciones menos honrosas, como obtener beneficio del marfil del diamante, incrementar el profesionalismo y el poder de las Fuerzas Armadas, por orden de su "hermanísimo", quien aspiraba a convertirse en una especie de mariscal del Tercer Mundo toda vez que aquella ficción de que la pesadilla de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) duraría eternamente en su camino del socialismo hacia el comunismo se cumpliese, y mantuviese su incondicional apoyo logístico y estratégico a los hermanos Kastromasov en tales lides.

La característica más asombrosa de estos sátrapas va más allá del nivel de represión, de mentira, de secuestro de la libertad y la verdad por generaciones, aun admitiendo que son estas descollantes y saldrían airosas en cualquier concurso de vilezas, ni siquiera su voluntad determinada de destruir los valores de una sociedad, las normas de convivencia, la concordia, la prosperidad, incluso reconociendo que en ello son campeones galácticos.

Va mucho más allá.

Lo más asombroso de estos adalides, paladines y estandartes, pero no de la paz sino del poder a cualquier costa, es la carencia del más mínimo rastro de decoro, de pudor, de vergüenza con que han ido y van atravesando sus cómodas vidas, mientras dejan un tendal de sufrimiento en las ajenas, pero más que nada el arte de lograr que el mundo civilizado, progresista, defensor de derechos del hombre, de la calidad de vida, lejos de condenarlos, los tolere y les permita cualquier desmán o despropósito, sin el más mínimo ejercicio de enmienda, de arrepentimiento, de penitencia tras tantos casos tipificados y consensuados como "crímenes de lesa humanidad".

Pasaron de ser latifundistas a ser jesuitas, a ser pro democracia norteamericana, a ser comunistas marxistas leninistas estalinistas cuando colaboraron con el asesino de León Trotsky, represores de toda libertad individual, a ser vanguardia de la guerrilla internacional, a ser colaboradores con la dictadura argentina de Rafael Videla y de Leopoldo Galtieri, a ser partidarios de incentivar la inversión de la gran empresa capitalista internacional en Cuba, excepto cubanos. A ser nuevamente jesuitas cuando cayó la URSS, a ser más papistas, a ser revisionistas del marxismo leninismo al enaltecer a Hugo Chávez, un alto militar de carrera reconvertido en reformista, con discurso vacío y demagogo que en mi época el Partido Comunista de Cuba lo habría condenado de "reformismo populista y diversionismo ideológico", muy alejado de cualquier doctrina o filosofía comunistas básicas. A ser pro dólares fáciles en vez de rublos o petróleo esta vez, en el nombre de los Estados Unidos. Y ahora, ¡albricias!, reconvertidos en nada menos que pacifistas, con lo cual, tras cincuenta y siete años de persistencia en el error de menospreciarlos, es hora de reconocerles que son más vivos que el hambre, y que tras medio siglo nos percatamos que, en efecto, son consecuentes y coherentes marxistas, pero no de Karl, sino de Groucho Marx.

"Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros", Groucho Marx

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