Columna Realidad & Perspectivas, N* 134 (abril de 2025) Milos Alcalay, embajador (r) y exviceministro venezolano de RREE
El retorno de Trump al poder se produce en un momento internacional frágil. El orden mundial establecido en 1945 requiere un “aggiornamento”. La esperanza de la postguerra generada hace 80 años al promoverse la “Pax Onusiana” sucumbe ante el agotamiento de las instituciones creadas en aquel entonces con entusiasmo. El reto hoy es adaptar el sistema internacional para definir soluciones concretas ante el creciente drama mundial caracterizado por guerras, hambre, pobreza, odios, inmigración ilegal, terrorismo y enfrentamientos cada vez más preocupantes.
Dentro de ese cuadro incierto, irrumpe en la escena el presidente norteamericano aferrado a su promesa electoral de hacer “nuevamente grande a América”. Y para hacerlo, usa y abusa de los aranceles como si fueran una varita mágica. Si, por ejemplo, Zimbabue, elevase sus aranceles en 300%, no pasaría nada, porque su peso es mínimo. Pero las decisiones arancelarias de Estados Unidos sí afectan a todos para bien o para mal.
Estados Unidos tiene todo el derecho de solucionar sus problemas internos y mover su tablero burocrático. Una acción constructiva para lograr un equilibrio razonable podría ser beneficioso para todos. Pero ese equilibrio basado en la reciprocidad si no se maneja con cautela y perseverancia, podría ser catastrófico, o como dice el refrán “el remedio podría resultar peor que la enfermedad”. Una “América Grande” no puede basarse solo en la elevación o reducción de los aranceles de manera fluctuante y anárquica, estableciendo caprichosamente reglas nuevas cada día.
En América Latina tuvimos la experiencia al aplicar una política de sustitución de importaciones promovida por excelentes economistas como Raúl Prebisch y José Antonio Mayobre, defendido por la escuela de la CEPAL, quienes en su momento formularon el uso de los aranceles para estimular la producción en nuestra región. No quiero abrir la vieja discusión, pero la realidad de una economía globalizada demostró que no podemos convertirnos en una isla, sino que debemos actuar como parte de un compromiso mundial en lo económico, social, político, ético e internacional. Lo mismo sucede hoy con Estados Unidos, que no puede convertirse en una nueva versión aislacionista como si fuera la Albania del dictador Hoxha.
América no es una realidad aislada. Es un espacio con múltiples características, que requieren adoptar una estrategia compleja. No basta sólo con que la General Motors produzca sus vehículos en Estados Unidos, en vez de Canadá y México, sino que hay que ver el peso de las multinacionales americanas que produciendo sus Ford con bandera brasileña, egipcia o india le dieron un valor significativo a la economía norteamericana. No basta con ser autosuficientes con petróleo americano, si no se constata el peso de empresas supranacionales como Exon o Chevron, y cuyo papel fue tan grande que hace algunas décadas se realizaron en la ONU reuniones para determinar el comportamiento frente a las empresas multinacionales. ¿Qué pasara con empresas que promueven una cultura norteamericana en el mundo a través de productos como Coca Cola, McDonald, Apple, y tantas otras que también forman parte indisoluble de la cultura global americana?
Ante las medidas anunciadas inicialmente usando el aumento indiscriminado y oscilante de aranceles, hoy parecen abrirse puertas para el diálogo y la concertación. Ojalá podamos aprovechar esa oportunidad para volcar nuestras acciones y convertir la crisis en oportunidad positiva y realista para todos. Estados Unidos tiene todo el derecho de solucionar sus problemas internos y mover su tablero burocrático. Una acción constructiva para lograr un equilibrio razonable podría ser beneficioso para todos.