Sánchez se codea también con Johnson

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Republica, 13.07.2022
Inocencio F. Arias, embajador (r) y columnista español

En más de una ocasión he comentado que en el póker de mentirosos internacionales los cuatro ases podrían ser Trump, Johnson, Sánchez y Putin. Las credenciales del primero y del nuestro son obvias. Han demostrado que son inasequibles al desaliento a la hora de de contar mentiras, de todo tipo en el americano y enjundiosas en Sánchez. La guerra de Ucrania ha elevado la figura de Putin como embustero. Desde asegurar que no invadiría Ucrania hasta afirmar que lo hacía porque ese país podía atacar a Rusia (eso es lo que difunde su propaganda interna) pasando por llamar a la sangrienta guerra “una operación militar especial“ y castigar al ruso que utiliza la palabra guerra. Todo vale.

El británico hacía sus pinitos de todo tipo: mintió en los beneficios que su país iba a obtener dejando la Unión Europea y hasta aseguró que no quería, entre otras cosas, financiar las corridas de toros españolas.

Ahora con Johnson caído empieza a hacerse leña de su árbol. Comentaristas de todo tipo hablan de su egolatría, de su escaso respeto de la legislación británica, de su indiferencia a apalear el sistema para amoldarlo a sus intereses personales. Gideon Rachman, un agudo columnista del Financial Times, concluye que los que se consideran hombres fuertes actúan como si las reglas del juego democrático no se les aplicasen a ellos, se creen indispensables y socavan las instituciones que les estorban, la justicia, los medios de información y la constitución. Johnson, al principio de su mandato, suspendió la actividad del parlamento. El Supremo le hizo entrar en razón.

La descripción que Rachman hace de su compatriota caído puede aplicarse perfectamente a Sánchez. Punto por punto. Aquí también los tribunales revocaron a posteriori a Don Pedro el mentiroso el cierre de las Cortes. En dos ocasiones. El comentarista concluye que en el caso de Gran Bretaña y Estados Unidos los otros poderes frenaron a los dos lideres que desairaban la constitución. En el caso de Rusia y China esto no es viable. Y termina diciendo que, en todo caso, en los países democráticos, como los dos sajones, la última palabra la tienen los votantes. Los líderes conservadores se han animado a derrocar al primer ministro porque veían que las próximas elecciones serían una hecatombe para su grupo. Aquí, en España, también los electores poseen la última palabra. Veremos cómo digieren, por ejemplo, el contubernio de nuestro gobierno con los herederos de ETA.

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