Tambores de guerra

Columna
Diario de Mallorca, 02.03.2024
Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España

Ruido de sables o quizás debiéramos hablar de algoritmos belicosos desatados, porque estos días se escuchan propuestas que parecen prefigurar nuevos escenarios bélicos.

Emmanuel Macron, ha hecho unas explosivas declaraciones en las que no excluye ninguna opción, incluida la de enviar fuerzas terrestres a Ucrania, porque hay que evitar que Rusia gane esa guerra. Aun estando de acuerdo con este objetivo, que asestaría un golpe mortal a la misma OTAN, nadie le ha secundado: ni americanos ni británicos, que son los que podrían hacerlo, ni alemanes, nórdicos y polacos. También España, que no quiere ni acercarse al Mar Rojo para defender la libertad de navegación, se ha apresurado a afirmar que con nosotros no cuenten. La razón es sólida porque poner botas de la OTAN en Ucrania rompería una cuidadosa ambigüedad occidental y nuestro estatuto de no beligerancia, y desencadenaría una guerra entre Rusia y la OTAN que recibiría el nombre de Tercera Guerra Mundial y que sería una tragedia global.

Los rusos, felices con la oportunidad que les ha brindado el francés han entrado al trapo y han vuelto a desempolvar la amenaza nuclear con su secuela de destrucción. El propio Putin ha dicho claramente desde el suntuoso escenario de la Asamblea Federal que soldados de la OTAN luchando en Ucrania provocarían «una respuesta nuclear y eso sería el fin de la civilización». Y luego remachó «¿Es que no se dan cuenta?» Parecía un maestro de escuela dirigiéndose condescendientemente desde su atril a alumnos revoltosos e ignorantes.

Macrón es un hombre inteligente y sabía que nadie en la UE o en la OTAN le apoyaría por lo que cabe preguntarse por qué ha dicho lo que ha dicho. Una posibilidad es el siempre insatisfecho deseo de Francia, la única potencia nuclear de la UE, por ocupar cada equis tiempo la portada de los periódicos. Cosas de la grandeur. Otra razón puede haber sido un mensaje a Putin que estos días anda crecido con los avances de sus tropas en Ucrania y la eliminación de rivales internos como Navalny, diciéndole que los europeos no nos cansaremos de apoyar a Zelenski hagan lo que hagan los americanos. Una tercera posibilidad, no despreciable, hay que buscarla en el frente doméstico, que siempre importa, y es descolocar a Marie Le Pen y a su Agrupación Nacional que como buenos ultraderechistas simpatizan con Putin. Una vez conseguido el revuelo que buscaba, sus adláteres se han apresurado a explicar que esos soldados no entrarían en misiones de combate, sino que se dedicarían a funciones como el desminado o el asesoramiento en la fabricación local de proyectiles de artillería y otras armas de guerra. También EE UU comenzó enviando unos pocos «asesores» a Vietnam y ya saben cómo acabó.

En este ambiente tan poco simpático ha irrumpido Úrsula von der Leyen, en campaña electoral, para advertir que aunque nada hace indicar que la guerra esté cerca, nada impide tampoco pensar que no pueda llegar a producirse y por eso ha propuesto prepararnos reestructurando el gasto europeo de Defensa, actualizando nuestra industria militar para aprovechar sinergias y compatibilidades, y modificando de los estatutos del BEI para financiar la fabricación y la compra de armas europeas y de paso disminuir nuestra dependencia de EE UU, algo que va a poner furioso a su poderoso complejo industrial-militar que no querrá perder el jugoso mercado europeo.

En mi opinión, detrás de estas declaraciones está el comprensible nerviosismo europeo a quedarnos sin protección si en noviembre regresa Donald Trump a La Casa Blanca, pues ya saben que admira a Putin y desprecia a la OTAN.

Y precisamente ahora en Gaza una multitud hambrienta que buscaba desesperadamente comida atacando a un convoy de aprovisionamiento ha sido tiroteada por los israelíes. Se habla de 100 muertos y 700 heridos. Cuando el 7 de octubre pasado unos terroristas de Hamás hicieron una terrible masacre, toda mi simpatía fue hacia Israel, una democracia rodeada de autocracias enemigas. Cuatro meses más tarde y tras 30.000 palestinos muertos, con un porcentaje obsceno de mujeres y niños, mi simpatía no puede seguir con Israel, cuyo nombre queda desde Gaza manchado por graves crímenes contra la humanidad. Si no es algo aún peor. Una democracia tiene derecho a defenderse, pero debe hacerlo con las armas de una democracia que exigen.

Respetar del Derecho Internacional y del Derecho Humanitario, como le recordó el TIJ hace un mes. E Israel no lo hace.

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