The Rock versus El Peñón*

Columna
OpinionGlobal, 01.07.2017
Isabel Undurraga M., historiadora (PUC) y columnista (OG)

El título de estas líneas podría llamar a engaño como algo liviano o poco serio para analizar.  Nada más alejado de la realidad. Lo que ocurre es que lo que para uno de los litigantes del enésimo problema planetario (de distintas magnitudes, claro está) que ha surgido en estos días se llama The  Rock, el otro lo denomina El Peñón. Y ninguno cede ni un milímetro en el nombre y mucho menos en quién es el legítimo dueño. El asunto se agita periódicamente y ahora con el Brexit, se está poniendo una vez más en el tapete.

Creemos oportuno, por si ya se hubiese olvidado, traer a colación cuándo un montículo no muy alto (483 mts.) escarpado y desolado en el extremo surponiente de España a la entrada del Mar Mediterráneo comenzó tomarse en consideración. Es parte de la geografía española, sí.  Pero hora es de decirlo también, que dicho país nunca le concedió la menor importancia salvo para cuando sobrevino la unificación de España y se decidió que se pondrían en el escudo patrio las dos columnas que figuran actualmente en él . Pero nada más: se podría decir que fue una consideración de tipo decorativo, como ocurre con tantos escudos nacionales (pensemos en el nuestro…).  Esas columnas eran las que los griegos llamaban las Puertas de Hércules: para los antiguos en ese punto terminaba el mundo y no se aventuraban más allá por considerar que a partir de allí comenzaba lo tenebroso, lo desconocido, el vacío.

Pero este risco dejó de ser territorio español y pasó a manos inglesas como lo es hoy día. Fue dentro de lo que cabe en lo que secularmente han sido las disputas dinásticas con sus eternos tiras y aflojas, un acuerdo al que se llegó teniendo que ceder cada involucrado lo que creía mejor para él en ese momento. Hoy podrá una de las partes del problema reclamar lo que quiera por la milésima vez con su secular voz altisonante, mientras la otra, también por idéntica vez, simplemente hace gala de su también secular flema y no se da por aludida. Pero lo cierto es que Gibraltar que es el nombre del objeto de la discordia, pertenece legal e históricamente a Inglaterra desde hacen exactamente 300 años cuando se inició la Guerra por la Sucesión Española a inicios del 1700.

Se cifraron grandes esperanzas en que con este nuevo siglo, el XVIII, vendrían tiempos mejores. Porque el que se dejaba atrás, el XVII, tranquilo, lo que se dice tranquilo, no lo fue en absoluto. Hubo de todo: pestes, una pobreza terrible, severas hambrunas y por tanto se resintió fuertemente la demografía dado que la situación económica y social de toda Europa era desastrosa.  Y como siempre, planeando la sombra omnipresente de los conflictos armados cualquiera fuese el motivo. Hubo varios, unos más locales que otros, pero sin duda que la Guerra de los Treinta Años fue la que más daños generó, dejando la secuela de desconfianzas, relaciones forzadas y desastres humanitarios que todos los conflictos conllevan. Como la mayor parte de las guerras de Occidente y la de otros lugares también, la de los Treinta Años comenzó por motivos religiosos y terminó con todos los países occidentales enemistados y sin siquiera recordar ni menos importarle a ningún bando el motivo religioso inicial. Las esperanzas resultaron vanas. Ni bien muere el último rey español Carlos II   y surgen de inmediato  los  problemas. Al inicio, los involucrados eran solo dos: Francia y Austria por su parentesco con la corona española. Pero al poco tiempo y contra toda previsión, tenemos a todas las grandes potencias occidentales de la época ensarzadas en lo que terminó siendo la Guerra de la Sucesión Española.  No fue larga comparada con otras (la de los Cien Años o la de los Teinta, por nombrar algunas), pero como todas, cruenta y enconada. Cuando llegó a su fin con la firma del Tratado de Utrecht, trajo paz y más de una sorpresa.

La causa se originó en la muerte en noviembre de 1700 del rey Carlos II de España sin dejar descendencia directa a pesar de que se (“lo”, como se usaba entonces y hasta hace muy poco tiempo) casó dos veces, enviudando otras tantas.  Y lo que ésto es siempre una severa complicación a la muerte de un soberano, en la de Carlos fue un problema mayúsculo, ya que inmediatamente le abrió el apetito a las monarquías europeas siempre atentas a apropiarse de territorios ajenos y que en este caso particular, les podía significar hacerse no solo con el trino de España, sino que con  las inmensas riquezas que le llegaban a ésta desde sus vastas posesiones.

Pocos hombres públicos han sido tan maltratados por la historiografía como Carlos II. Entendió que España necesitaba reformas urgentes si no quería, como le ocurrió, ir en caída libre y dejar de ser un actor gravitante en Europa. No alcanzó a llevarlas a cabo por su prematura muerte y por la firme oposición de quienes, como siempre, no querían perder sus privilegios: los nobles y la Iglesia.  Aquejado desde su nacimiento con  múltiples enfermedades congénitas que estudiadas con los adelantos científicos de hoy, no admiten dudas que fueron provocadas entre otras cosas por esa verdadera desgracia que fue la endogamia tan común en esos tiempos y por los desconocimientos médicos. Tuvo una vida corta y triste, teniendo que sobrellevar además, el mote que le pusieron sus compatriotas: “Carlos el Hechizado”. Fue el último monarca de la dinastía de los Austria, la que mientras gobernó España la llevó a su máximo esplendor. Carlos que presentía su próxima muerte y que barruntaba que se generarían problemas con su sucesión, designó en su testamento como heredero a su sobrino nieto Felipe que era nieto de Luis XIV de Francia e hijo a su vez del Delfín  (nombre que siempre recibó el hijo mayor de los reyes de Francia). Sería el futuro Felipe V de España y el primer Borbón de la dinastía que hasta hoy reina en ese país.

Con el trono hispano vacante se inició la guerra por la sucesión española. Una vez terminadas las honras fúnebres de Carlos, se desató el problema entre Francia y Austria al desconocer ésta última lo establecido en el testamento. Austria sostenía que también tenía el legítimo derecho a poner en España a uno de los suyos ya que tenía, como Francia, un parentesco directo con el monarca fallecido. Y lo que comenzó con un reclamo  que tenía cierta validez entre las dos ramas más próximas al difunto monarca, Francia y Austria, derivó en un enfrentamiento bélico de proporciones de todas quienes eran en ese momento las grandes potencias europeas. Pues el fondo de la cuestión era que el que ganara la partida pasaba a ser la potencia europea más poderosa al sumar a lo propio, lo que aportaba España. Que el futuro monarca fuera apto o no para el cargo, importaba poco o nada. Lo fundamental era lo otro. Pero resulta que surgieron otros interesados no en aportar candidatos para el cargo, sino en frenar por todos los medios que Francia y España unidas por parentesco, se erigieran en la gran potencia hegémonica europea: éstos eran los Países Bajos e Inglaterra, que ya llevaban rato con sendos imperios en ultramar y por tanto podían intervenir de igual a igual con quien se les pusiera por delante. Esa posible gran potencia  les podía quitar mercados y crearles problemas en la navegación entre otras cosas.

Luis XIV apoyó a su nieto el que como Felipe V asumió el trono español.  Pero no lo tuvo nada de fácil. Inmediatamente el emperador austríaco formó una alianza con Inglaterra, Países Bajos, Portugal, Saboya y Cataluña, Aragón y Valencia, (españolas pero que no aceptaban al Borbón) y declarándole la guerra a Francia y España, dándose en suelo europeo varias sangrientas batallas que no es el caso detallar aquí. Felipe fue sacado del trono por un tiempo, aunque lo recuperó definitivamente después. Pero como el asunto militarmente no llevaba trazas de terminar, no les quedó otra alternativa a las partes que sentarse a conversar. Y es ahí donde se llega a la firma del Tratado de Utrecht en dicha ciudad holandesa, el que junto con la pacificación de las partes va a modificar sustancialmente el mapa y sobre todo, la hegemonía europea. Destacaremos los puntos acordados más importantes, resaltando que la gran beneficiada fue Gran Bretaña y España la más perjudicada, ya que tuvo que ceder voluntariamente todas sus posesiones europeas, dejando de ser automáticamente la gran potencia que era desde fines del siglo XV. Solo retiene las colonias americanas y Filipinas. A raíz del Tratado de Utrecht debe ceder:

-Gibraltar (art. X del Tratado) y la isla de Menorca (Baleares) a Gran Bretaña que los había ocupado durante la guerra. Menorca se la devolverá a España más tarde.

-Sicilia a la Casa de Saboya (que será el futuro reino de Italia).

-Los Países Bajos españoles, el Milanesado, Flandes, Nápoles y Cerdeña, a Austria.

Económicamente también se vio perjudicada ya que tuvo que permitir a Gran Bretaña entrar a comerciar en América con mercancías  y esclavos, terminando con ello el monopolio que mantenía hasta ese momento.

Francia también tuvo que entenderse con Inglaterra al renunciar a toda posibilidad que el monarca francés y el español fuesen la misma persona y dejar de apoyar a los católicos Estuardo en sus pretensiones por el trono inglés. Ahora la hegemonía de Gran Bretaña pasa a ser total, particularmente en el plano marítimo, manteniéndose como árbitro en Europa.

Gibraltar queda entonces legalmente en poder de Inglaterra, específicamente según el artículo X del Tratado, sin alusión alguna a plazos ni devoluciones. España solo consigue que se le considere como primera prioridad en caso que el nuevo dueño decida a futuro vender, arrendar o donar la propiedad.

Gibraltar pasó de ser un peñón a una ciudad-puerto en toda regla como lo es hoy, con muelles, fortificaciones, aeropuerto, base naval y un Gobernador representante de Su Majestad Británica. Sus habitantes poseen pasaporte británico y disfrutan de un magnífico sol tan escaso en la isla. Está conectado con España por vía terrestre, debiendo los visitantes pasar por la aduana que los registra como debe ser al ingresar o salir de un territorio  extranjero.

*Reproducimos el artículo publicado en el N*36 de OG Review, correspondiente a julio
de 2017 [Editor]

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