Trump, Putin y el atractivo del hombre fuerte

Columna
El Deber, 22.05.2016
Gideon Rachman, periodista y analista internacional del Financial Times

El auge de Donald Trump ha estado acompañado de murmullos predecibles de ‘solo en EEUU’. Pero el fenómeno Trump se entiende mejor como parte de una tendencia mundial: el retorno del ‘hombre fuerte’ a la política internacional. En lugar de encabezar el proceso, EEUU ha llegado tarde a esta fiesta desalentadora. Los historiadores algún día podrían resaltar el año 2012 como el punto de inflexión. En mayo de ese año, Vladimir Putin regresó al Kremlin como presidente de Rusia. Unos meses más tarde Xi Jinping se instaló como secretario general del Partido Comunista chino.

Tanto Putin como Xi reemplazaron a líderes sin carisma y se movieron con rapidez para establecer un nuevo estilo de liderazgo. Los medios de comunicación ayudaron a construir un culto a la personalidad, haciendo hincapié en la fuerza y el patriotismo del nuevo liderazgo.

La tendencia que comenzó en Rusia y China se hizo visible en otros países. En 2013 hubo un golpe en Egipto, que resultó en la destitución de la Hermandad Musulmana y la aparición de Abdel Fattah al-Sisi, el ex jefe del Ejército, como el nuevo hombre fuerte del país. El año siguiente, Recep Tayyip Erdogan, que ya había servido 11 años como primer ministro, fue elegido presidente de Turquía. De inmediato comenzó a fortalecer la Presidencia, marginando a otros líderes políticos y reprimiendo a los medios de comunicación.

El fenómeno Erdogan demuestra que las democracias no son inmunes a la tentación del hombre fuerte. Erdogan es instintivamente autoritario pero llegó al poder mediante elecciones. Narendra Modi, elegido primer ministro de la India en 2014, realizó una campaña en torno a su propia fuerza y dinamismo, con la promesa de revertir los años que el país pasó a la deriva bajo el dócil liderazgo de Manmohan Singh.

En Hungría, Viktor Orban, primer ministro, demostró fuertes tendencias autoritarias.

Filipinas eligió como presidente a un irreverente hombre populista, Rodrigo Duterte, para sustituir al cauteloso tecnócrata Benigno Aquino. Y luego está Trump. Los estadounidenses pueden estremecerse ante la idea de que la política de EEUU tenga similitudes con las Filipinas o Rusia. No obstante, Trump exhibe muchas de las características de los hombres fuertes en poder. Todos se comprometieron a iniciar un renacimiento nacional a través de la fuerza de su personalidad y su voluntad de ignorar las sutilezas liberales. En muchos casos, la promesa de un liderazgo decisivo está respaldada por una voluntad -a veces explícita, a veces no- de utilizar la violencia contra de los enemigos del Estado.

El uso de tácticas brutales de Putin en la segunda guerra de Chechenia era bien conocido entre los votantes rusos. El presunto rol de Modi en una masacre de 2002 en su estado natal de Gujarat fue lo suficientemente controvertido para resultar en que se le prohibiera la entrada en EEUU durante muchos años. Sisi aseguró su permanencia en el poder con una matanza en las calles de El Cairo. Y, aun en EEUU donde reina el estado de derecho, Trump ha prometido torturar a los terroristas y asesinar a los miembros de sus familias.

El liderazgo de los hombres fuertes por lo general va de la mano con la extrema sensibilidad a la crítica. Tanto en las administraciones de Putin como de Xi ha habido represión a la libertad de expresión. En Turquía, Erdogan ha demandado a casi 2.000 personas por difamación. Trump nunca pierde una oportunidad para insultar a los medios de comunicación y ha dicho que le gustaría que fuera más fácil para los políticos poder demandar a la prensa.

Por lo general, el liderazgo de los hombres fuertes gira en torno de inseguridades, miedos y frustraciones. Putin y Erdogan han declarado que Rusia y Turquía están rodeadas de enemigos. Sisi se ha comprometido a rescatar a Egipto del terrorismo. Xi y Modi han sacado provecho de las frustraciones de la gente común con la corrupción y la desigualdad. La campaña de Trump ha incorporado elementos de todos estos temas, con la promesa de frenar el declive nacional y adoptar una mano dura contra los delincuentes y extranjeros.

En un momento en que Barack Obama, el presidente de EEUU, y Angela Merkel, la canciller alemana, han demostrado ser internacionalistas deliberativos y prudentes, el arriesgado nacionalismo de Putin ha atraído admiradores en China, el mundo árabe e incluso en occidente.

Trump y Putin parecen haber formado una especie de sociedad de admiración mutua. Los hombres fuertes a menudo se llevan muy bien, al menos al principio. Pero debido a que sus relaciones se basan en su estilo prepotente compartido, y no en un principio subyacente, a menudo terminan en profundos choques. Erdogan solía tener una relación estrecha con Putin y con el presidente de Siria, Bashar al-Assad; pero estas relaciones se han convertido en amargas enemistades.

Históricamente, el pacto de 1939 entre Hitler y Stalin cedió y se tornó en una guerra entre Alemania y la Unión Soviética en solo dos años. La alarmante realidad es que el impacto del liderazgo de los hombres fuertes raramente se limita a las fronteras nacionales. Con demasiada frecuencia, la corriente subyacente de violencia que se introduce en la política interna se derrama en el escenario internacional

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