Venezuelización del debate en Chile: la guerra comunicacional que viene

Columna
El Líbero, 11.03.2019
Enrique Subercaseaux,  ex diplomático y gestor cultural

La crisis de Venezuela ha traído consigo una reactivación de la oposición de izquierdas, cuyas variantes ensayan y declaman una variedad de genuflexiones dialécticas para defender el régimen de Maduro o proponer una vez más la vía del dialogo y la negociación. Como si el exilio obligado de millones de venezolanos, en nuestra región y más allá, no bastase para hacer claro un drama humano casi sin parangón. Ello no es suficiente. Para la clase política, ensimismada en sus traumas e inacción, esto es solo un detalle inverificable….

Con la repetición de consignas se pretende reducir las opciones para la salida del régimen actual y la búsqueda de normalización de las relaciones regionales. Por ejemplo, el cacareado principio de la “no intervención”, en circunstancias que ha sido la Cuba castrista la que más ha intervenido en estos últimos 50 años (y contando). Hay una brecha ideológica que es y será insalvable. Es blanco o es negro. Y se recurre a la defensa corporativa para una u otra posición. Los grises están ausentes de la paleta argumentativa, ya que en general ésta se compone solo de la repetición de slogans que no admiten variación alguna. Para graficar esto, un solo ejemplo: la presencia de Chile en Cúcuta era necesaria para subrayar el deseo que el Gobierno de Maduro deje de apoyar el terrorismo en La Araucanía; algo que se sabe, aunque se calla, y que está ampliamente documentado. También era necesaria para devolver al pueblo de Venezuela la libertad extraviada, robada por un régimen que mediante la coacción pretende y busca doblegar voluntades como único fin.

Así las cosas, hay que entender que la lucha es dialéctica, y, por lo tanto, una constante que hemos vivido antes y seguiremos viviendo a futuro. Sobran casos de fracaso del socialismo del siglo XX (no hay una sola historia de éxito en la región) y Venezuela, como socialismo renovado del siglo XXI, es clarísimo: bancarrota total, moral y física. Habiendo tanto que hacer, tantos problemas que resolver dentro de Chile y en cada uno de los países que nos rodean, sería mejor dejar de lado los debates estériles y sin solución, que igual nos incordiarán, como lo hace la música enlatada en los supermercados: de fondo, y de imposible desconexión. Nos hacen perder el tiempo y nos distraen de lo esencial.

El camino que ha tomado el Chile de hoy es el de Venezuela en cámara lenta. Se conquistan las mentes a través del lenguaje. Del nuevo lenguaje.

Y eso nos instala en nuestra política interna: movilizaciones de marzo (y del resto del año), oposición legislativa y política a todo lo que se mueva (de manera poco creativa, por lo demás). La meta es derribar iniciativas y aniquilar el éxito para luego sacar un rédito electoral. Elecciones ya en el horizonte. ¿Es constructivo todo esto?  Desde luego que no. Pero acá la pulsión vital es derribar al adversario, no preocuparse de la gente. Construir y conformar triunfos dialécticos para imponer un nuevo lenguaje. Como último ejemplo, las demandas feministas. Decir las cosas de otra manera e ir transformando las mentes de la gente, para luego, eventualmente, y con una ventaja en el ámbito comunicacional, adueñarse de ellas. Ha sido en el pasado, es en el presente y lo será en el futuro.

La atención que se ha puesto sobre la necesidad de apoyar el cambio en Venezuela debería ser la misma que se aplique acá en Chile, donde la batalla es de lenguaje, es comunicacional, y donde se está claramente al debe. El camino que ha tomado el Chile de hoy es el de Venezuela en cámara lenta. Se conquistan las mentes a través del lenguaje. Del nuevo lenguaje. De nuevos conflictos, que han ya sido probados comunicacionalmente. Hoy, el ultimo, es el del “feminismo radicalizado”. La  mitad de la población frente a la otra. Una bicoca. Y sin zonas de comunicación posibles. Anulado el diálogo, la estrategia es de acoso y derribo. Adueñarse de las mentes y las voluntades. La minoría vociferante versus la mayoría silenciosa.

El dilema es claro como el agua, ya que está presente en muchas otras latitudes. Antes era distinto, eso sí. La estrategia era desconocida. Hoy, por experiencia previa, la estrategia es no solo clara sino que también previsible. Es nuestro deber hacerle frente. No solo la clase política enfrenta una obligación, hay simetría de obligaciones también en la sociedad civil y en cada persona. Al final, esto es la lucha por conquistar, proteger y preservar nuestra libertad. Algo que es el núcleo mismo de nuestra existencia, y la obligación de toda persona, sociedad civil y partido político.

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