Verano de protestas

Columna
La Opinión de Málaga, 08.09.2019
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España

Lo que tienen en común los habitantes de Hong-Kong, de Londres y de Argel es que están descontentos con la forma en que sus gobiernos actúan y por eso llenan las calles con manifestaciones masivas de protesta. No son los únicos. En las sociedades libres la gente se manifiesta para exigir algo, llamar la atención sobre algo, o protestar contra algo cuando siente que quienes nos representan no prestan adecuada atención a lo que consideramos importante. Normal. En las sociedades menos libres la gente se manifiesta con muchas más dificultades y riesgos para pedir esa libertad que luego permita protestar con las garantías que ofrece la democracia, esa democracia que está hoy en retroceso en el mundo ante el auge de regímenes autoritarios que ven a las sociedades occidentales como caducas, decadentes e incapaces de solucionar las desigualdades económicas o la parálisis política. Se ha roto el dogma que pretendía que el desarrollo económico producía necesariamente demandas crecientes de liberad y democracia, algo que en la España de la dictadura muchos pensábamos con ilusión que sería inevitable. China ha demostrado que no es así con su modelo de capitalismo de Estado con autoritarismo político respaldado por fuertes tasas de crecimiento, que es hoy objeto de envidia y seguimiento en muchos otros países.

Hay manifestaciones que acaban tumbando gobiernos como ocurrió en Ucrania con la revuelta Naranja y luego con la del Maidán, en la que Moscú vio la larga mano de occidente y motivó la anexión de Crimea y de la desestabilizacion de Donetsk y Lugansk. O la de Sudán, este mismo verano, que acabó con el régimen de Omar al-Bachir y la instalación de un gobierno civil-militar que debe llevar al país a elecciones. O las manifestaciones tunecinas que derribaron a Ben Ali e iniciaron la hoguera de la Primavera Árabe. Otras veces tienen menos éxito, como ha ocurrido con las de los «chalecos amarillos» en Francia, que no han doblegado la voluntad reformista de Macron; con la «Revuelta Verde» de Irán de 2009 contra el fraile electoral que se topó con la represión de los ayatolás; o con las algaradas egipcias de Tahrir que desembocaron en el golpe del general al- Sisi en un viaje para el que no necesitaban alforjas. Otras veces ha sido peor, como en Siria o Libia donde las protestas han derivado en cruentas guerras civiles.

El caso es que este verano son noticia las manifestaciones en tres lugares muy distantes y diferentes entre sí: Hong-Kong, Argelia y el Reino Unido. Y en los tres casos hay razones sobradas para manifestarse.

En Hong-Kong lo que está en juego es el mantenimiento de un estatuto político con validez hasta 2047 que garantiza una serie de libertades a la ex-colonia. Una ley para autorizar extradiciones a la República Popular China ha desencadenado desde junio unas protestas que no han dejado de crecer e incluyen actos de violencia que ponen muy nerviosa a Beijing, que ve la mano de Washington detrás de lo que ocurre. Hong-Kong es el mayor centro de servicios financieros de China y la puerta de entrada de las inversiones que el pais necesita. No destruir la seguridad y la confianza de los inversores es esencial y sin duda será el factor más importante a considerar en la evolución futura de esta crisis. El gobierno local ha terminado renunciando a la ley de extradición esta misma semana, pero a estas alturas el gesto puede ser tardío e insuficiente.

En Argelia hay desde principios de año manifestaciones multitudinarias contra la intención del octogenario e impedido presidente Bouteflika de presentarse a un quinto mandato. Logrado este objetivo y su posterior dimisión, las exigencias se centran en pedir una Ley Electoral bajo la que se convoquen elecciones libres y se redacte una nueva Constitución que luego permita emprender las reformas que el pais necesita. Las manifestaciones tienen lugar todos los viernes en las principales ciudades y hasta ahora tienen carácter pacifico, mientras las fuerzas de seguridad se limitan a impedir el acceso a ciertas zonas. El resto de los días de la semana el país recupera su normalidad. El Ejército, que siempre ha sido el árbitro en la sombra de la política argelina, se ha visto forzado a quitarse la careta en la persona de su hombre fuerte, el general Gaid Ben Salah, que busca una salida ofreciendo reformas cosméticas que la gente no le compra porque lo que quiere es un cambio de régimen. El impasse se mantiene desde hace meses con riesgo de que la situación se desborde por un error o un incidente.

Y en el Reino Unido el Brexit está tensando hasta el límite las costuras de un país partido por la mitad que se arriesga no solo a un desastre económico sino a una grave crisis constitucional. La decisión de Boris Johnson de cerrar el Parlamento para poder negociar con Europa sin ataduras ni controles, ha puesto comprensiblemente nerviosos a muchos británicos que han decidido salir masivamente a las calles para protestar. No deja de ser irónico que quién afirma desear volver a las glorias del pasado recuperando soberanía y retomando las riendas de su destino, cierre el símbolo de la democracia más admirada del planeta. Pero Westminster se ha revuelto con el respaldo de la calle para impedir el caos de una salida no pactada.

Los próximos que saldrán a la calle para protestar serán los argentinos, de nuevo inmersos en una gravísima crisis política y económica. Quizás aún no se han dado cuenta de lo mal que están.

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