Columna Diario de Mallorca, 08.09.2024 Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España
Alternativa por Alemania (AfD) ha ganado esta semana en Thuringia y ha quedado en segundo lugar en Sajonia. Es grave porque es un partido extremista que no cree en la democracia y se explica porque en la antigua República Democrática Alemana hay mucha gente desencantada con el sistema, que lo pasa mal y que, a qué negarlo, no parece estar incómoda con modelos autoritarios. Es un aviso para toda Europa y especialmente para Alemania, donde hay elecciones generales el año próximo.
Después de la 2GM los europeos que tuvieron la suerte de quedar fuera del Telón de Acero siguieron votando, a diferencia de los que habían caído en el paraíso comunista que todavía hoy admiran algunos integrantes de ese batiburrillo que es SUMAR. Tampoco votaban los españoles que habían sobrevivido a la guerra civil -y que Franco consideraba que no lo necesitaban- ni los portugueses de Salazar. Españoles y portugueses empezamos a votar casi al mismo tiempo, ellos tras la Revolución de los Claveles de 1974 y nosotros poco después cuando murió el dictador y la Transición alumbró uno de los momentos más brillantes de nuestra historia porque impusimos el diálogo y el acuerdo sobre la pistola y la demonización del adversario. Desgraciadamente esto de demonizar al adversario lo han vuelto a poner de moda los políticos actuales que regresan de vacaciones con la espada desenvainada y la orden de no hacer prisioneros. No nos lo merecemos.
Antes votar era un ejercicio gozoso, primero envidiábamos a los que lo hacían cuando nosotros no podíamos y luego, cuando regresaron las libertades, íbamos a votar con alegría y convencidos de estar labrando nuestro futuro. Ya no. Ahora votamos tapándonos las narices porque cada partido nos gusta menos que el otro, porque nos decepcionan al servir a sus propios intereses y no a los de los ciudadanos que les han votado, y porque se presentan con un programa y luego hacen lo contrario, por ejemplo, con la amnistía o el Sáhara Occidental. Otras veces se empantanan en peloteras vergonzosas como la de CGPJ, que ha durado cinco años, o la actual sobre la inmigración, olvidando que les votamos para gobernar y gobernar exige llegar a acuerdos con el adversario para el bien común y no elevar barreras sectarias por interés propio. Pactar con el adversario no es traición sino Política con mayúsculas.
En España no hemos llegado (¿aún?) a votar con miedo como los italianos, franceses, alemanes o norteamericanos, que lo hacen bajo la amenaza del ascenso de populistas de ultraderecha cuando no abiertamente fascistas que amenazan todo el sistema de libertades, que no quieren más Europa, que no creen en el cambio climático, que son favorables a la Rusia que ataca a Ucrania, que son radicalmente xenófobos, que se oponen a los derechos LGTBI... Hoy hay miedo ante el avance del fascismo en Italia, a que venza AfD en Alemania (como acaba de hacer en Turingia Björn Höcke, un líder casi nazi), a que en Francia lo haga el Frente Nacional que en cada elección gana terreno y donde Macron acaba de nombrar a un primer ministro de derechas (con el visto bueno de Le Pen) cuando allí ganaron las izquierdas, o que en los Estados Unidos pueda ser presidente un delincuente convicto y misógino que solo respeta los resultados que le favorecen. Aquí por fortuna no hemos llegado a eso, nuestra ultraderecha parece haber tocado techo y nuestra ultraizquierda se deshace en mil grupitos o engorda las filas de los independentistas en su camino a ninguna parte.
Aquí el problema es otro y es que los partidos tradicionales de centroderecha y de centro-izquierda no pueden gobernar sin el apoyo de una ultraderecha que no cree en la democracia o de los independentistas que no creen en España. Nuestro drama es que el PP necesite a unos y se radicalice por el camino, y el PSOE apoye y se apoye en los otros (no para gobernar sino para mantenerse en el poder) después de haber traicionado su identidad última que exige la defensa de la igualdad y de la solidaridad entre los españoles. Aquí no vamos por ahora a votar con miedo de que gane la ultraderecha, aquí vamos a votar porque es nuestro deber democrático y agradecidos por poder seguir haciéndolo después de 40 años de abstinencia. Pero tapándonos las narices y sin ilusión por culpa de nuestros políticos.