Columna El Líbero, 20.07.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
El fallido atentado contra el ex Presidente Donald Trump, recientemente ungido candidato por el Partido Republicano, no solamente se convirtió en el principal hecho político de los últimos días, sino que su providencial escape de la muerte; su rápida reacción política gritando “fight”; su gesto victorioso y desafiante al salir del estrado en Butler; sus posteriores llamados a la unidad del país; su aparatosa proclamación etc., consiguieron que la candidatura alcanzara niveles emocionales, épicos, nunca vistos en la historia reciente de los Estados Unidos. La semana abundó en imágenes icónicas, gloriosas, nacionalistas, a la vena del votante. Si las elecciones fueran hoy, Trump sería el próximo presidente de los Estados Unidos, la nación más poderosa e influyente del orbe.
Paralelamente, la candidatura de su eventual competidor por el Partido Demócrata, el actual presidente Joe Biden, aún se debate entre la proclamación y la renuncia, las pugnas internas y, ahora, el Covid del candidato. Mientras tanto, el calendario avanza rápidamente hacia las elecciones de noviembre y tal vez no haya tiempo para reaccionar a la aplanadora de Trump y el GOP.
Esto nos impidió atender a varios acontecimientos importantes que tuvieron lugar recientemente en el tablero geopolítico mundial:
Durante la celebración de su 75o. Aniversario, el 10 de julio, la OTAN se presentó ante el mundo más fuerte que nunca desde su creación. La mayor parte de sus miembros ha alcanzado el 2% del producto como gasto mínimo en defensa. Pasó de ser una alianza de seguridad trasatlántica a una transversal que incluye, sobre todo, a varios países del Pacífico en una coordinación estratégica mundial. La OTAN se consolidó como un bloque dispuesto a enfrentarse al desafío de Rusia, China o Irán.
Se firmó el Acuerdo de Defensa entre Japón y Filipinas que permite ejercicios militares conjuntos en territorio filipino y el entrenamiento de las fuerzas del archipiélago en territorio japonés. El objetivo declarado es garantizar la navegación en el Mar del Sur de China, donde se superponen reclamaciones de varios estados del sudeste asiático, amparados en el derecho internacional, con los de la R.P. China. Con este acuerdo, Japón deja atrás la política de autodefensa que siguió a su derrota en la II Guerra Mundial, y aspira a convertirse hacia el 2027 en el tercer país que más gasta en defensa.
Filipinas se ha embarcado en una ambiciosa modernización de sus capacidades militares auspiciada por Estados Unidos, Japón y Australia, y realiza en estos días ejercicios aéreos en el norte australiano junto a otros 20 países.
En el bando opuesto, tuvieron lugar ejercicios conjuntos a escasos kilómetros de las fronteras de la OTAN. Esta vez, entre fuerzas militares chinas y de Belarus, supuestamente para combatir el terrorismo. Ocurrió luego de la adhesión de Minsk a la Organización de Cooperación de Shanghai, el paraguas creado por Moscú y Beijing para la coordinación política, económica y de defensa entre sus miembros.
Frente a esta creciente polarización mundial ¿qué posición tomará Trump si es elegido presidente?
En su discurso del jueves reafirmó que acabará con las crisis en el mundo, tanto en Europa (Ucrania) como en el Medio Oriente y Asia, creadas a su juicio por la actual administración, aunque insinuó futuros conflictos de tipo económico y comercial, especialmente con México y la R.P. China al defender el nacionalismo productivo. Sin decirlo con esas palabras, los Estados Unidos de Trump se aproximarían a un aislacionismo político y al proteccionismo económico.
Vivimos hace poco una aproximación europea a Trump, cuando el primer ministro húngaro y actual presidente del Consejo de la UE, Viktor Orbán, realizó un sorpresivo viaje a Ucrania, Rusia y China, y luego a los EE.UU. para participar del aniversario de la OTAN y entrevistarse con el candidato republicano, en Florida. Sus giras dejaron en Bruselas el sabor de la ambivalencia, de un implícito mensaje de desunión en el mundo occidental, de un acomodo frente al desafío ruso en Ucrania y chino en Asia, y que tendría el aval del eventual futuro Mandatario norteamericano.
Para Orbán y Trump la defensa de Ucrania, recientemente proclamada por la OTAN como el escenario vital en el que se juega la supervivencia de occidente y sus valores, quedaría en entredicho. Serían partidarios, más bien, de un compromiso con Moscú. Esto significaría que no renunciarían a los avances en la OTAN, pero Estados Unidos se desprendería de gran parte de la carga económica en seguridad en la alianza y definiría escenarios esenciales para su intervención. Es decir, Europa debería “rascarse con sus propias uñas” en su territorio y el norte de África.
Un patrón de conducta similar se esperaría respecto a las relaciones con China. En el campo político y de defensa son partidarios de un incremento del gasto militar americano para la mantención de la paz, la creación del domo de acero misilístico para la defensa de su territorio, y la mantención de las alianzas estratégicas con Corea del Sur, Japón, Australia y otros, pero con un sentido pragmático. Probablemente obliguen a Taiwán a gastar mucho más en su propia defensa (hoy gastan unos US$ 19.000 millones) y, eventualmente, traspasar a territorio norteamericano parte de la industria de semiconductores. Hasta aquí, música para los oídos de Beijing. Sin embargo, el conflicto con estos sería inevitable al querer acabar con cualquier dependencia económica y comercial de la R.P. China, eliminar el déficit en los intercambios, castigar el robo de propiedad intelectual, etc. A pesar de ello, Trump es un hombre de negocios y su relación con China se conduciría en gran medida a partir de su olfato.
El interés por los asuntos multilaterales disminuiría significativamente: la defensa de la democracia, los derechos humanos, el medio ambiente, quedarían recluidos al campo de la retórica.
¿Qué lugar ocupa nuestra región en la mirada trumpista del mundo? ¿Qué voz deberíamos tener?
En un contexto de prioridad por el desarrollo y bienestar nacionales, los republicanos se han colocado como objetivo, en primer lugar, detener la inmigración y acabar la construcción de una gran muralla en el sur de Estados Unidos. A ello se agrega un plan ambicioso de deportaciones de inmigrantes ilegales, indocumentados, menores y, por supuesto, delincuentes. Además, prometen luchar con toda energía para acabar con los carteles del crimen. Incluso piensan trasladar tropas desde bases norteamericanas en otras partes del mundo y comprometer más a su Armada para cumplir estas tareas. Es decir, México y los países por los que transitan los migrantes serían objeto de la mayor atención de la diplomacia norteamericana. Igualmente, se endurecerían las acciones hacia los países productores de coca o precursores, o aquellos donde existen mafias poderosas.
También afectarían a nuestra región otras prioridades como el anunciado fortalecimiento de la industria norteamericana; el nacionalismo productivo que incluiría materias primas, energía, agricultura; y la revisión de los acuerdos comerciales. ¿Quién garantizaría que las exportaciones chilenas de cátodos de cobre (US$ 4.641 millones) o salmones (US$ 2.186 millones) puedan verse sustituidas por producción minera local, o que estimulen granjas en gran escala para el abastecimiento local de salmones?
En cuanto a seguridad, definen a Puerto Rico y las Islas Vírgenes en el Caribe como vitales y buscarían su plena participación en la vida política y económica de Estados Unidos. Podrían formar parte del domo de acero misilístico, lo que implicaría definiciones sobre las amenazas en la región, es decir, las injerencias políticas y/o comerciales de China, Rusia, Irán (el jueves hablaron de buques de guerra rusos operando a 60 millas de las costas de Cuba); una política más asertiva con respecto a Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba; el alineamiento de países del Caricom y la búsqueda de socios afines entre nosotros.
Para James Carafaro, investigador de Geopolitical Intelligence Service y de Heritage Foundation, las relaciones de un gobierno presidido por Trump con nuestra región se definirían políticamente a partir de tres ejes. El primero, el de la inmigración. El segundo, la influencia de las ideas del Foro de São Paulo (FSP) en cada país. El tercero, el abordaje a los desafíos sociales. Para Carafaro, nuestra región debería tener un mayor peso en la política exterior norteamericana, como ocurriera con la Doctrina Monroe del siglo XIX, pero identificando a los actores que sean capaces de mitigar la presencia de China, Rusia o Irán, y aquellos que adoptan las ideas del FSP. A partir de aquí, se generarían tres niveles de vinculación bilateral:
- La que se establecería con los países “amigos”, aquellos con los que se compartirían agendas similares.
- Una relación hostil con los países considerados rivales.
- Un “amor duro” con los gobiernos estratégicamente importantes, pero comandados por gobiernos que no suscriben la agenda republicana.
La pregunta que formula el autor y que hacemos nuestra es: ¿Será capaz el eventual futuro gobierno de Trump de responder simultáneamente a sus compromisos mundiales y a las demandas latinoamericanas, que han sido frecuentemente frustradas? ¿Seremos capaces nosotros de articular una posición coherente y común, o nos enfrentaremos divididos al reto? Me temo que, al igual que otros, nos rascaremos con nuestras propias uñas.