Donald Trump: El espejo en el que se mira América

Columna
El Líbero, 10.03.2016
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural

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La carrera por la presidencia de los Estados Unidos está en pleno apogeo. Pero aún faltan unos pocos meses para que se definan los candidatos de los partidos Demócrata y Republicano. Este proceso dilatado tiene la virtud de ir involucrando cada vez más electores: una verdadera democracia participativa. No hay que olvidar que los electores son el fiel reflejo de su país y sus circunstancias.

El fenómeno Donald Trump ha sorprendido a muchos, tanto en su país como en el resto del mundo: ésta es, quizás, la única elección con ecos planetarios. La sorpresa no puede ser tanta, ya que Trump es personaje conocido ya por décadas. Sus dichos y sus acciones han removido a la opinión pública en múltiples ocasiones a lo largo de los años. Además, no es ésta su primera incursión en la política de su país.

El candidato es el reflejo de las distintas corrientes que coexisten dentro del partido republicano. Ya no se puede hablar de alas conservadoras y liberales del mismo, ya que los temas son de enorme complejidad y admiten la coexistencia de lecturas y puntos de vista diversos. Pero la inacción e indefinición de la labor opositora de este partido, a lo largo de, al menos, estos dos periodos de Obama, han agudizado el antagonismo de puntos de vista y corrientes diversas y divergentes.

Por otra parte, el electorado ha sufrido décadas de bombardeo mediático que han transformado la política en un espectáculo. No solo ha sido Hollywood y sus películas, sino también escritores, columnistas y ahora la televisión quienes han ido moldeando la manera en que ésta es percibida por el público. Y no siempre bajo prismas benignos. Para un ejemplo actual, la popular serie de Netflix House of Cards.

Es evidente que todos estos insumos iban a variar la manera en que el ciudadano se relaciona con la política y los candidatos. Y a esto se suman las redes sociales, mediante las cuales la información, cualquiera sea la calidad de ella, se banaliza y sintetiza en breves caracteres o breves videos o caricaturas.

Así las cosas, el escenario quedó listo para la irrupción de Trump el candidato. Dejando de lado sus desafortunadas declaraciones sobre temas varios, que en nada han mellado su popularidad ascendente, parece más importante buscar las razones de su popularidad. Su saber hacer se explica, como punto de partida, en el hecho de ser un empresario exitoso: este es, aún, el gran sueño americano. Luego, han sido años de exposición en la “mass-media”, particularmente en la televisión, que le han brindado una gran soltura en sus apariciones públicas.

Pero aún más importante ha sido la capacidad de sintonizar con las preocupaciones y el sentimiento del electorado. Allí radica la fuerza con que ha prendido su mensaje y su candidatura: ha logrado una conexión anímica con parte de la población y de la sociedad. Y el hecho de ser él mismo el principal financista de su campaña no lo ata para nada en su discurso a las masas.

Los años de la presidencia de Obama han sido complicados: promesas incumplidas, en el ámbito de política doméstica, y un sentimiento de inseguridad y de disminución en el campo internacional: con el surgir de China y el regreso de Rusia a la escena internacional, el tablero geopolítico ha variado en desmedro de Washington.

Asimismo, hay un fenómeno más profundo, que conecta al electorado de los Estados Unidos con el de otras latitudes: la rebelión contra la clase política tradicional (el establishment) y la rebelión contra el discurso, y la acción, políticamente correcta: un golpe al corazón de la política tradicional en Washington D.C., tanto en su variante de la Casa Blanca, como en el Capitolio.

Trump ha elaborado su discurso diciendo las cosas que el público quiere oír. Ha construido un relato anti-establishment y ha prestado su voz para muchos que sienten que sus furias y sus penas no tienen eco en la sociedad y dentro del sistema. A medida que avanza el proceso de primarias su discurso va teniendo sutiles variaciones. Va mutando acorde con las necesidades que percibe y con la clara amenaza que viene dentro de su propio partido, que tiene importantes sectores que quieren alzar obstáculos a su carrera por la nominación.

Hasta el momento, nada parece afectarle. Es probable que gane la nominación en el mes de julio. A partir de ese punto, la campaña, muy probablemente, cambie totalmente de cariz, dependiendo de si su contrincante sea Clinton (probablemente) o Sanders. Habrá más espectáculo y la batalla mediática y verbal subirá de diapasón.

Trump es un populista, un animal político de nuevo cuño. A pesar de no ser nuevo en estas lides, tiene la capacidad de sorprender a su electorado y a la opinión pública. Lo más fácil sería desecharlo como un charlatán y un megalómano. Pero no se puede ignorar un electorado que sigue respaldándolo en cada una de las contiendas electorales.

En tiempos difíciles, la táctica correcta, me parece a mí, es tratar de comprender por qué se producen ciertos fenómenos, y tratar de explicar cómo la modernidad y los medios de comunicación van cambiando las sociedades y la opinión pública. Siempre, cuando irrumpe lo nuevo, el establishment, sea este de izquierda o de derecha, ve una señal de peligro en sus derechos, que percibe adquiridos. Sin darse cuenta de que la propia irrupción del fenómeno es el signo inequívoco de que hay un cambio profundo que no ha sido debidamente registrado por los medios de comunicación y la clase política. Es lo explícito versus lo latente e intuitivo.

Siempre de la observación de estos procesos políticos, altamente complejos, se pueden extraer enseñanzas y lecciones. En el caso de Estados Unidos, el espejo es amplio y abarca muchas y diversas realidades.

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