El caso Khashoggi: todo mal

Columna
La Tercera, 26.10.2018
Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)

Podría haber sido una electrizante novela de espionaje y de suspenso. Pero ha sido una atroz realidad. Lograron asesinar al periodista saudí Jamal Khashoggi en su Consulado en Estambul, sabiendo el día y hora en que concurriría para un certificado. Planificado al más mínimo detalle, con ejecutores que viajaron expresamente a dicho fin, y por distintos medios hacia Turquía, la que abandonaron de inmediato. Lo eliminaron, al parecer, de la manera más cruel y violenta, mientras su novia de nacionalidad turca, esperaba por horas, y al no regresar, dio la alarma de su desaparición. Se supone que las pruebas existen y se han encontrado partes de su cuerpo. ¿Porque un periodista vinculado al diario The Washington Post, había que matarlo? ¿Por qué de manera tan evidente y cometiéndose todo tipo de errores?

Las razones son lógicas, molestaba enormemente al régimen saudí, su monarquía, y sus servicios de seguridad. Una desproporción entre un simple periodista y un todo poderoso y riquísimo reino árabe, pleno de petróleo y con intereses y dinero incalculables. Toda una maquinaria perfectamente manipulada para matar a una simple persona,  acusada de pertenecer a los hermanos musulmanes, enemigos jurados de los saudíes, creyendo que nadie se percataría y que todo quedaría impune y se olvidaría. Grave error, y por sobre todo, ejecutado de manera brutal, al viejo estilo tribal y ancestral saudí, que no ha perdonado a nadie que se interponga al poder, así pertenezca a la propia casa real, según ha sido denunciado en varias ocasiones. Eso sí, sin que existan pruebas fehacientes  que así haya ocurrido, aunque jamás las habrá. El propio Khashoggi lo advertía en su último artículo publicado en Estados Unidos, donde entre otras acusaciones, señalaba que había vuelto a imponerse “el antiguo orden árabe”. Ya sabemos en qué consiste, por sobre las aparentes muestras de adecuación al sistema occidental, propiciar progresos y mayores libertades. Lo ocurrido, muestra todo lo contrario.

Se ha utilizado el Consulado Saudí en Estambul, que goza de privilegios e inmunidades consagrados en las Convenciones de Viena sobre Relaciones Diplomáticas y Consulares. Sólo gozan de estas garantías, pues contrariamente a la creencia general, las Embajadas y Consulados, nunca son territorio extranjero, y nunca lo han sido. Sería hasta ridículo, que sólo a su voluntad, al edificar, comprar o arrendar una Embajada o un Consulado el país acreditante, pudiere cambiar sus territorios propios diseminados en ciudades del país receptor. Poseen tales garantías para el mejor desempeño de sus funciones. Los ejecutores del periodista parecen haberlo olvidado. Por lo tanto, lo grave es que, en consecuencia, el asesinato ocurrió en territorio turco, y sus autoridades tienen la obligación de esclarecerlo, encontrar a los autores y sancionarlos según la ley turca. Son extranjeros que han cometido un crimen común atroz, violando la soberanía de Turquía. De ahí la ira y la reacción del Primer Ministro Erdogan.

Y por cierto, hay otras y más extendidas consecuencias para los países involucrados directa o indirectamente. Turquía ha sido cuestionada por la comunidad internacional por la acumulación de poder del régimen presidencialista, a raíz del frustrado golpe militar de hace un tiempo. No puede tolerar un desprestigio y la falta de control de lo acontecido, y debe constatar que los restos encontrados son de Khashoggi, y perseguir los cómplices turcos, si los hay. Arabia Saudita, responsable de este asesinato, ha debido reconocerlo finalmente, luego de versiones tan poco creíbles de una pelea en la sede consular, con resultado de muerte. Seguramente habrá una verdadera purga en sus servicios de inteligencia. Cuesta creer que las autoridades nada supieron. Todo apunta a que, por el contrario, fueron quienes ordenaron el crimen. Estados Unidos tendrá la dura tarea de creer las versiones saudíes, so pena de anular muy importantes compras militares, de un aliado frente a la expansión iraní, y la subversión de Yemen, en una zona que no conoce la paz. Un aliado estratégico de occidente, surtidor de petróleo y vital controlador de su precio internacional. En definitiva un amigo difícil, aunque necesario. Lo serio es que esta vez ha sobrepasado lo tolerable. Y todo lo ha hecho muy mal.

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