Lo que queda después de la batalla

Columna
OpinionGlobal, 11.12.2018
Isabel Undurraga Matta, historiadora (PUC)

Hace un mes se ha conmemorado el centenario del Armisticio que puso término a la Primera Guerra Mundial (11.11.1918). Se ha destacado su relevancia, poniéndose especial énfasis en las batallas que tuvieron lugar en Europa y, muy particularmente, en la larga y desgastante guerra en las trincheras.

Desgraciadamente, hubo muchísimo más que eso. No en vano el nombre: Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra. El conflicto abarcó territorios tan distantes del continente europeo como Mesopotamia (hoy Irak), Palestina (hoy territorio de Israel), Libia, Turquía, las colonias europeas del este de África e incluso, algunos lugares de Asia. Por otra parte, la aviación (Alemania) hizo su aparición por primera vez y dejó obsoletos los muros y las líneas de contención para detener al enemigo: por nombrar dos de las más renombradas, la Gran Muralla china, y la francesa Línea Maginot. Las hermosas aunque sangrientas cargas de caballería quedaron en el recuerdo, siendo la de Beersheva en 1915 en suelo palestino y llevada a cabo por los  ANZAC (abreviatura de las tropas australianas y neozelandesas) contra los otomanos, el último y extraordinario testimonio de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Además de elementos disuasivos como los gases tóxicos usados por ambos bandos, los submarinos (Alemania), el tanque, la ametralladora, el lanzallamas y los 40.000 kilómetros de trincheras que se cavaron, mataron lo que hasta el siglo XIX había sido el conflicto bélico clásico. Sin contar con las vestimentas de las tropas de ambos bandos, que parecían  los uniformes adecuados para una parada militar de gala y por tanto, absolutamente inadecuados para una ocasión en que a poco andar se descubrió que era imperioso el pasar lo menos reconocido posible en el campo de batalla: los franceses con una elegante guerrera azul y hermosos pantalones rojos,  y los alemanes con el característico casco prusiano con un pincho sobresaliente arriba, que venía de la época de Federico el Grande.  Todo ello, le dió a la Primera Guerra un cariz completamente diferente.

El Armisticio se firmó solemnemente a las 5 A.M. en un austero vagón de ferrocarril que le servía de despacho al Mariscal Foch, Comandante Supremo de la coalición aliada, en el bosque de Compiègne, a unos 80 kms. de Paris. Como registro iconográfico del acto solo han quedado algunos apuntes a carboncillo realizados por uno de los asistentes. En ellos es posible apreciar claramente la escena: una amplia mesa y en uno de sus costados, sentados, los máximos representantes de los vencedores, con el Mariscal Foch en el centro. Al frente y de pie, la pequeña comitiva de los vencidos. Se aprecia el  gesto adusto y un dejo de cansancio en el rostro de todos. Foch sin sacarse el kepis, firma primero el documento y enseguida lo hacen cada uno de los militares representantes de  los aliados, todos ellos con  sus gorras sobre la mesa.

Por Alemania, el primero en poner su rúbrica es quien ha conducido los acuerdos finales, el civil Erzenberger, seguido por altos oficiales de la Marina y del Ejército alemán. Ya con la firma de todos, Foch se pone de pie y le dirige una mirada glacial a los vencidos con un “Esto  ha terminado, Señores”. Con ello, el viejo mariscal olvidó que lo cortés no quita lo valiente y a tantos que fueron grandes en la victoria y que entendieron que ella no conlleva necesariamente la humillación del vencido. Ejemplos de eso hay muchísimos, pero por ahora recordemos a Napoleón quien ya derrotado se pone a disposición de Inglaterra abordando el “HMS Bellerophon” que lo llevaría al destierro en Santa Elena, siendo recibido con alivio pero a la vez en silencio y con un gran respeto por el Comandante y toda la tripulación. Famosa es también la escena del General MacArthur recibiendo con solemnidad sobre la cubierta del  “Missouri”, fondeado en la bahía de Tokio y con toda su marinería formada, a la delegación de un Japón vencido con dos bombas atómicas y presidida por el Ministro de Asuntos Extranjeros (todos ellos vestidos de frac y sombrero de copa) para firmar su rendición.

Y, algo más cercano para los chilenos: la actitud del Almirante Grau con la familia de Arturo Prat, una vez que éste muriera en la cubierta del “Huáscar”: recogió sus pertenencias y con una sentida y respetuosa carta se las hizo llegar a su viuda.

Pero en Compiègne, a Foch lo traicionó el rencor y la memoria: Verdún (la batalla más larga: diez meses) y el desastre de Sedán (1880, la más sangrienta con un millón de muertos), en la que Francia fue abatida sin apelación por Alemania, poniéndose con ello fin a la guerra Franco-Prusiana y a Napoleón III y su Tercer Imperio, siendo obligada además, a pagar los costos del conflicto.

Después de la ceremonia en Compiègne, vencedores y vencidos regresaron a sus respectivos países y se encontraron por igual, con la cruda realidad: la bancarrota total, el desempleo, una pobreza tremenda, dos generaciones de varones caídos en los campos de batalla, y el surgimiento en Europa de movimientos fascistas y nacional socialistas. Y, en el caso de Alemania, además, con la desesperanza y la humillación.

 

El registro aproximado de pérdidas totales al término del conflicto, dan cuenta de:

-16.000.000  de muertos entre civiles y militares.

-85.000 de soldados fallecidos por el gas mostaza. Y miles que sobrevivieron a él, pero con con secuelas gravísimas.

-20.000.000  de heridos y mutilados.

-1.500.000 armenios fallecidos a cuenta de Turquía, siendo el primer genocidio de la historia.

Y los olvidados de siempre: los niños, que por millares quedaron huérfanos.

Todo ello, sin contar con las secuelas sicológicas que deja inevitablemente una guerra.

En 1918 volaron por los aires algunos de los imperios europeos que aún existían a esa fecha y la vida segura y sin sobresaltos que todos pensaban duraría eternamente. En el caso de Gran Bretaña, todavía mantuvo su imperio, pero sí perdió para siempre su supremacía comercial y naval. Fue un suicidio colectivo europeo en el que nadie resultó vencedor. En Compiègne, se acordó la paz, pero resultó tan breve como que al cabo de veinte años las cosas volverían a fojas cero y estallaría la Segunda Guerra Mundial.

 

Las fotografías corresponden a:

-El nieto de un senegalés que combatió por Francia, mostrando a su abuelo.

-Un reporetero de guerra en el frente de combate: surgen por primera vez en la historia.

-Los decendientes directos de los  ANZAC, desfilando en 1915 en la ciudad de Beersheva, comemorando el centenario de la Carga de la Caballería.

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