Carta El Mercurio, 26.01.2018 Jaime Lagos Erazo, embajador (r) y abogado
En el curso de su historia diplomática, algunos escritores chilenos han cumplido una labor destacada al servicio de la política exterior del país. Me vienen al recuerdo Andrés Bello (venezolano de nacimiento), Alberto Blest Gana, Pablo Neruda, Antonio Skármeta y Jorge Edwards, además de Gabriela Mistral, que ofició como Cónsul Honorario. Pero los escritores son una excepción.
Por lo general, los cancilleres han sido políticos, expertos en política internacional y el comercio (varios de ellos, abogados), y contados casos de diplomáticos de carrera. Ello indica que la preferencia ha sido la experiencia en el complejo arte de la diplomacia.
El Presidente electo Sebastián Piñera ha dado el audaz paso de designar a otro escritor, Roberto Ampuero, para esta función, cuya experiencia en este campo es limitada (embajador en México, país con el cual tenemos muchas afinidades culturales, una de las facetas importantes de la actividad diplomática, pero esta es mucho más vasta).
En este campo, Chile enfrenta varios desafíos; entre ellos, los juicios en La Haya, que deben superar, sobre todo, el escollo de la demanda marítima boliviana, fundada en una pretendida obligación de negociar un acceso soberano al mar para ese país, lo que es un tema muy complejo, con varias aristas. La continuidad del equipo jurídico chileno es, en buena medida, una garantía de que estará bien asesorado. Pero se requiere, además, su sello personal.
Se ha sostenido, igualmente, que el nuevo canciller viene con el mandato de promover la democracia y los derechos humanos en América Latina, objetivo, por cierto, muy loable, si bien frecuentemente las intenciones tropiezan con varias dificultades no solo en nuestra región, sino que asimismo con relación a importantes socios comerciales de nuestro país.
En fin, habrá que esperar que el nuevo canciller, con el mandato del futuro Presidente, fije las orientaciones de la política externa del país, antes de juzgarlo prematuramente.
