Srebrenica 2015: conmemorando los 20 años del genocidio

Isabel  Undurraga  Matta[1]

Por estos días se ha conmemorado el vigécimo aniversario de una fecha fatídica, sino la que más, de las muchas que jalonaron la historia de la península de los Balcanes durante el siglo XX. Distintas nacionalidades, muy diferentes entre sí, habitaban ese territorio del sureste de Europa hasta el término de la Primera Guerra Mundial, el cual estaba repartido política y geográficamente entre los Imperios Otomano y Austro-Húngaro.

Una vez finalizada la Primera Guerra (o Gran Guerra como se le llamó), y a raíz de la desintegración de las aludidas potencias, los vencedores de la contienda repitieron una vez más el disparate de reunirse entre cuatro paredes para fijar, en un gran mapa de Europa desplegado sobre una mesa, reinos, naciones, límites y regiones según sus particulares intereses, sin considerar para nada las profundas y seculares diferencias étnicas, históricas, raciales, lingüísticas y religiosas que se daban entre los distintos pueblos que allí convivían desde siempre.

Previo al estallido de dicha conflagración, ya se habían enfrentado quienes formaban parte de dos Imperios moribundos (“el enfermo de Europa” era la denominación que recibía Turquía por esos años y Austria no le iba a la zaga), en varias guerras regionales: las Guerras Balcánicas. Se temía, con fundamento, que en cualquier momento algún suceso podía hacer estallar la frágil paz en mil pedazos, tal cual ocurriera el 28 de junio de 1914: un miembro del grupo terrorista-nacionalista serbio-bosnio “La Mano Negra” (Gavrilo Princip) le encajó dos tiros mortales al Archiduque y heredero austríaco (Francisco Fernando), y a su mujer (duquesa Sofía Chotek), que circulaban en un coche descapotable por las calles de Sarajevo en una visita oficial. Con ese atentado se abrió la caja de los truenos, al desencadenar la Primera Guerra Mundial.

No en vano, Europa se refería a esa región como “el Polvorín de los Balcanes”. El Canciller prusiano Otto von Bismark, ya en 1878, predijo la Gran Guerra y, lo que es más impresionante, el lugar donde se iniciaría: “Europa es hoy un barril de pólvora y sus líderes son como hombres fumando en un arsenal. Una sola chispa desatará una explosión que nos consumirá a todos. No puedo decirles cuándo tendrá lugar la explosión, pero sí puedo decirles dónde: alguna maldita estupidez en los Balcanes, la desatará……”.  Pero fue Churchill, quien con su habitual agudeza y precisión, se refirió así a esa  parte de Europa: “La región de los Balcanes tiene la tendencia de generar más historia de la que es capaz de consumir…….”.

Terminada la Primer Guerra Mundial, las distintas nacionalidades mencionadas más arriba (Serbia, Croacia, Eslovenia, Vojdovina, Montenegro, Bosnia Herzegovina y Macedonia) se unieron en una sola entidad política: el Reino de Serbia. Serbia era, en ese momento, la más fuerte (la "Prusia de los Balcanes"), ya que contaba con el apoyo explícito de Rusia quien siempre se sintió defensora de los pueblos eslavos con los que compartía además, la fe ortodoxa.

En 1929, adoptaron el nombre de Yugoslavia, con el gobierno fuertemente centralizado en Serbia, lo que molestó al resto de los países que la conformaban.

Para entender los conflictos que se van a comenzar a generar a raíz de esto, hay que tener en cuenta que Yugoslavia contaba con siete fronteras, seis repúblicas, cinco nacionalidades (cada una con un fuerte sentido de identidad), cuatro idiomas diferentes, tres regiones, dos alfabetos distintos y un líder. Sin contar con que cada nación tenía población autóctona (minorías) en cada una de las restantes repúblicas. Parece innecesario decir que, la pretensión de una sola nación fuerte y consolidada, se consideraba desde sus comienzos como algo prácticamente imposible.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi invadió los Balcanes, quedando Grecia y Yugoslavia bajo su ocupación. Pero no le resultó nada de fácil mantener su dominio, al tener que enfrentar la decidida resistencia de los partisanos locales, quienes aprovechando lo difícil de la geografía de la región y su profundo conocimiento de ella, no le dieron tregua a las fuerzas alemanas de ocupación.

Yugoslavia, mientras tanto, se deslizaba cada vez más hacia las fuerzas opositoras comunistas que a las monárquico-nacionalistas. Hasta que, en 1945, llega al poder el mariscal Josep Broz (Tito) y le da forma a la República Socialista de Yugoslavia. Un experimento muy interesante, ya que si bien comunista en su base (Tito era más estalinista que Stalin), permitió que algunas áreas de la economía se mantuvieran libres y el país se mantuvo independiente de los dictados de Moscú, a alineándose con algunos otros países que pensaban igual, en lo que se denominó el Movimiento de Países No Alineados (“la tercera vía”).  Hasta su muerte, Tito mantuvo férreamente unida Yugoslavia en una Confederación de seis repúblicas autónomas: Croacia, Eslovenia, Bosnia Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia, más dos provincias autónomas de Serbia: Kosovo (influencia albanesa) y Vodjovina (veinte grupos étnicos y seis idiomas).

Con la desaparición de Tito en 1980, florecen los nacionalismos y, poco a poco, comienza a desintegrarse el país a raíz de una sucesión de conflictos, principalmente étnicos en la década de 1990. El problema se agravó por la militancia del nacionalismo serbio, ya que desde 1987 ejercía el poder allí el ex líder comunista convertido en gran caudillo nacionalista, Slobodan Milosevic. A consecuencia de los conflictos, primero se independizaron Croacia y Eslovenia, seguidas a los pocos meses por Bosnia Herzegovina y Macedonia, reconocidas todas internacionalmente. En 2008, se independizó también la provincia serbia de Kosovo.  La desintegración del estado multinacional fue extremadamente cruenta ("guerras yugoslavas”), pero particularmente intensas en Croacia, Bosnia y Kosovo.

Serbia fue la gran causante de la situación al imponer desde el inicio su centralismo y hegemonía. Salvo en el período bajo la fuerte tutela comunista de Tito, dicha nación jamás abandonó la idea de formar la Gran Serbia con todas las repúblicas que conformaban Yugoslavia. Milosevic decretó, asimismo, que una supuesta minoría serbia que habitaba en Kosovo era “perseguida”, a raíz de lo cual anuló la autonomía histórica de que había gozado dicha provincia. Serbia y Montenegro unidas, aplicaron una violenta política de limpieza étnica contra los albaneses en Kosovo y Vojdovina. Cada vez que una ciudad o pueblo albanés era tomado por los serbios, éstos separaban a las mujeres, a los niños  menores de 15 años  y a los ancianos y asesinaban a los varones en edad de tomar las armas y procrear. Las cosas llegaron a un punto tal, que la OTAN se enfrentó a Serbia y ésta no le quedó más que hacer un alto (pero ya volverá a la carga).

En 1992, Serbia atacó militarmente a Bosnia Herzegovina, en lo que se conoce como la "Guerra de Bosnia”. El motivo fue algo casi intrascendente, considerando el horror que supuso un enfrentamiento que se prolongó durante cuatro años: Serbia adujo el asesinato de un ciudadano serbio en territorio bosnio, en tanto que Bosnia hizo lo propio con varios asesinatos de los suyos a  manos de serbios. Hasta ese momento, Sarajevo -la capital bosnia- era considerada en todo el mundo como una ciudad modelo por su rica vida cultural y la perfecta integración de culturas, creencias religiosas y nacionalidades. Pero se desató el infierno cuando el 5 de abril de 1992 Sarajevo fue sitiada por Serbia durante 44 meses. Es el sitio más largo de que se tiene memoria en los tiempos modernos, superando ampliamente al de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial. Con ello, llegó la violencia, el terror, el hambre, la destrucción masiva, afectando incluso hasta la otrora bellísima Biblioteca de Sarajevo, donde se guardaba toda la historia del país con manuscritos de un valor incalculable. También llegó esa mortífera arma de guerra que, curiosamente, se menciona muy al pasar cuando se estudian los conflictos armados y que existe desde que los hombres comenzaron a guerrear unos con otros: las violaciones masivas. Nada quedó en pie en Sarajevo. Si bien ante la presión  internacional el sitio terminó el 29 de febrero de 1996, se mantuvo igual durante casi cuatro años sin que Occidente tomara cartas en el asunto.

Pero faltaba algo aún peor: la masacre perpetuada en el pequeño poblado de Srebrenica, que vino a ser el segundo peor fiasco de Naciones Unidas desde su creación en 1945 (el mayor fue el genocidio de Ruanda). Con una población original de 5.754 habitantes musulmanes que vivían de la minería de la sal, y separada por sólo unos pocos kilómetros de Sarajevo, la fuerza de protección de la ONU había establecido en el pueblo una "zona de segura" a cargo de un destacamento de "Cascos Azules" conformado por unos 570 soldados holandeses (Dutchbat). Escapando del sitio de Sarajevo, se refugiaron allí más de 40.000 personas. Unos 5 mil combatientes bosnio-musulmanes liderados por Nasar Oric abandonaron a último minuto el pueblo, pensando que con su salida a los civiles se les respetaría la vida. De nada les sirvió, pues después de un intenso bombardeo el ejército serbio-bosnio de la República de Srpska (VRS) procedió a su violenta ocupación. Entre el 11 y el 13 de julio de 1995 los serbio-bosnios separaron de la población a las mujeres, a los niños menores de 14 años, y a los muy ancianos, quienes fueron expulsados en una larga columna hacia la vecina ciudad de Tuzla. Los hombres adultos, algo más de 8.000, fueron asesinados a sangre fría. El ideólogo de la matanza ("limpieza étnica") fue el presidente de la VRS Radovan Karadzic y el que dio la orden, el general serbio Ratko Mladic. Y, mientras sus padres, hermanos, tíos y abuelos eran eliminados, Karadzic entretenía a los niños con caramelos,  golosinas y cánticos infantiles. Es lo que en Derecho se llama añadir la ignominia a los efectos del delito.

La gran mayoría de las investigaciones posteriores han sido renuentes para establecer todas  las responsabilidades por el desastre en Srebrenica. La explicación  más simple, en blanco y negro, es que los culpables son solamente las milicias serbias. Sin embargo, otros antecedentes apuntan a que el general francés Philippe Morillon de la UNPROFOR (contra el consejo de sus jefes de la ONU), se empecinó en que los "Cascos Azules" establecieran en Srebrenica un "refugio seguro". Pero dichas fuerzas de paz, que dependen directamente del Consejo de Seguridad de la ONU y son integradas por cualquiera de las nacionalidades de la organización, tienen por misión mediar, ayudar y ejercer labores humanitarias en las zonas de conflicto, pero carecen de potestad militar. En el puesto de Srebrenica, el contingente holandés comandado por el teniente coronel Thomas Karremans no fue autorizado a repeler los ataques serbios ni recibió el apoyo de bombarderos de la OTAN. Aunque los "Cascos Azules" insistieron en que no pudieron hacer nada para evitar o aminorar la matanza, ante el escándalo internacional el gabinete holandés debió renunciar en pleno.

Solo cabe agregar que, hasta la fecha, sólo han podido identificarse 6,241 cadáveres. Los familiares de los restantes sacrificados aún mantienen la esperanza de que algún día puedan cumplir con ese ritual atávico del ser humano desde los albores de  los tiempos, cual es darle sepultura a sus seres queridos.

Los autores materiales del genocidio y sus subalternos fueron detenidos después de una ardua búsqueda internacional. Trataron por todos los medios de evadirse. Fue en vano. Hoy están sentados en el banquillo del Tribunal Penal Internacional en la Haya esperando la sentencia correspondiente a crímenes contra la humanidad. Incluso el comandante musulmán Nasar Oric fue juzgado en La Haya por la matanza de civiles serbios fuera de Srebrenica. Es de lamentar que Karadic, apodado “el Carnicero de los Balcanes”, haya fallecido de muerte natural durante el juicio, antes de recibir el castigo que se merecía.

[1] Historiadora de la PUC y colaboradora estable de OpinionGlobal.-

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