Columna El Líbero, 03.04.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador y exsubsecretario de RREE
Con gran coraje y a través de distintos medios de comunicación –El Líbero entre ellos- el cardenal Fernando Chomali se ha propuesto restablecer el sentido del Viernes Santo ante la amenaza de su relativización, y convencer a grandes cadenas comerciales de guardar esa fecha cerrando su negocio por respeto al mundo cristiano, y para construir hogar, que a su vez equivale a edificar un país. Tiene toda la razón. La mirada por la que esta fecha debe ser custodiada por todo el mundo en una sociedad laica, se vincula a su referencia ética y moral, base de nuestro propio ser. Como nos recordaba el columnista Joaquín García Huidobro en El Mercurio hace unos días, una conmemoración como esta no tiene precio, sino valor.
En un mundo que vive una profunda crisis de integridad, que se caracteriza entre otros fenómenos por un individualismo exacerbado y disgregador, el Viernes Santo rememora en creyentes y no creyentes la entrega a los demás, que está en lo más profundo de la vocación política o en la generación de empleo. El Viernes Santo nos remite al valor de la misericordia, del perdón, que busca la comprensión del otro en una sociedad democrática. Nos abre los ojos al sentido de justicia y de hermandad. Son valores permanentes sobre los que construimos el estado, la república, incluyendo en ella su mirada humanista.
Una celebración como esta es, antes que nada, introspección, reflexión profunda, un día de calma en medio del bullicio. Es alejarse un instante del afán de compra para llenar un vacío. Para los cristianos es un momento de oración y del gran silencio. Ese día es un aporte moral al bien colectivo que no debe quedar relegado a la esfera de lo privado, como se ha pretendido. El Viernes Santo, cumple un papel social, tal como el 18 de septiembre se orienta a la confirmación de nuestra nacionalidad.
En mi condición de católico valoro mucho más esta fecha y su Misterio. En su sentido social, rescato las palabras del cardenal Ratzinger que nos enseñaba, antes de ser Papa, que “allí donde la moral y la religión son arrojadas al ámbito exclusivamente privado, faltan las fuerzas que pueden formar una comunidad y mantenerla unida”. Nos invita a hacer sociedad a través del respeto a las celebraciones religiosas y el Viernes Santo es una de las más conmovedoras. Emociona ver la profundidad y respeto que profesan por esta celebración distintos pueblos en España, en Centroamérica, en el interior de Brasil o la adoración de la cruz en las parroquias de Chile.
San Juan Pablo II decía ante el Parlamento Europeo: “Es mi deber subrayar con fuerza que si el sustrato religioso y cristiano de este continente fuese marginado en su papel inspirador de la ética y en su eficacia social, no solo sería negada toda la herencia del pasado europeo, sino también estaría gravemente comprometido un futuro digno del hombre europeo, quiero decir, de todo hombre europeo, creyente o no creyente”. Si reemplazamos la palabra ‘europeo’ por ‘latinoamericano’ o ‘chileno’ ese mensaje encaja entre nosotros en toda su dimensión porque, con nuestras peculiaridades, somos parte de la misma tradición y cultura.
Y agregaría, para terminar, las sabias palabras del Papa Francisco, cuando en 2016 señalaba que “debemos formar, educar a un nuevo humanismo del trabajo, donde el hombre, no la ganancia, esté al centro; donde la economía sirva al hombre y no se sirva del hombre”. El Papa describe la piedad popular -y el Viernes Santo ciertamente lo es en muchos lugares- como “la eclosión de la memoria de un pueblo”. Respetémoslo.
No me resigno a creer que las ganancias de un día, en un torrente de utilidades, como muestran los balances de las empresas del retail durante el año pasado, puedan marcar una diferencia económica sustantiva. Sin embargo, acoger el llamado del cardenal y de distintos obispos sí que puede distinguir al empresario en su compromiso con el ser humano y la sociedad donde actúa. Puede destacarle por dar valor a su emprendimiento, y no precio. Ahí radica su sentido social.
Ojalá se atrevan a dar el paso.