Columna Brújula Digital, 16.03.2024 Javier Viscarra Valdivia, periodista, abogado y diplomático boliviano
Representantes del Grupo de Puebla llegaron a Bolivia la segunda semana de marzo y, aprovechando un seminario sobre la “Nueva Arquitectura Financiera Regional”, se involucraron abiertamente en asuntos internos del país, hecho que se vio respaldado y financiado por el gobierno que organizó el evento a través de la Escuela de Gestión Pública Plurinacional (EGPP).
La no injerencia en asuntos internos es uno de los principios fundamentales del derecho internacional que los estados deben/deberían proteger en su relacionamiento, sea ante estados, organismos internacionales o personas individuales.
Más de un asesor internacionalista en el Gobierno, de los nuevos que existen por estos días dirá, pero el Grupo de Puebla no alcanza la categoría de organismo internacional, no tiene una estructura institucional formalizada. Entonces, a contramano, les mencionarán el caso de la CELAC que, desde su nacimiento, busca consolidar una estructura estable, pero no pasa de organizar cumbres de jefes de Estado al mando de una volátil presidencia pro tempore, pero sin la existencia de una secretaría permanente que haga el seguimiento de su relacionamiento internacional; empero, su reconocimiento como una organización internacional es indiscutible.
El grupo que nos visita está organizado como un foro político y académico, responde a políticos de la izquierda latinoamericana y de algunos países europeos, pero claramente tiene la capacidad de elevar su voz en la comunidad internacional mediante declaraciones y comunicados, sea para reclamar por el bloqueo a Cuba o para pedir el alto al fuego en la Franja de Gaza. Y están en todo su derecho.
Ni la presidencia pro tempore de la CELAC o cualquier otro organismo, ni el coordinador político del Grupo de Puebla deberían entrometerse en la política interna boliviana; por ello, llama a la reflexión cómo este grupo llega a Bolivia y en la cara de los ciudadanos de a pie y la inexistente oposición, opinan sobre la política interna del país, situándose como amables componedores de las aparentes desavenencias del partido político oficialista, el MAS. Es inaceptable.
El patrocinio oficialista no solo se reduce a la organización de un seminario en el que participan los invitados, sino que la propia Cancillería con su máxima instancia protocolar, acudió para su recibimiento. Entre los visitantes se contaron Ernesto Samper, ex presidente de Colombia, que en su país no pudo ejecutar con éxito su política social y su plan de desarrollo denominado “El salto social”; el argentino Alberto Fernández de muy cuestionable capacidad administrativa y que, justamente por su fracaso, dio paso a que los argentinos opten en las últimas elecciones por una opción radical con Javier Milei; José Luis Rodríguez Zapatero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE); y la vicepresidenta de Venezuela Dalcy Rodríguez.
Este grupo, compuesto por una treintena de políticos progres tiene el pretendido propósito de promover la integración de los pueblos de América Latina y el Caribe, sin embargo, su mayor empeño está en homogenizar una visión progresista del mundo. Son los impulsores del socialismo del siglo XXI que ha logrado instalarse en algunos países de la región, con resultados muy cuestionables.
Otro dato adicional, el financiamiento del grupo nunca se ha podido transparentar, así como la forma en la que cubren los gastos con los que operan, a la cabeza de algunos líderes latinoamericanos y europeos, como los que visitan Bolivia.
Los visitantes –a excepción de Alberto Fernández de la Argentina, al que parece que no le contaron toda la historia pues negó que estarían buscando el acercamiento entre Luis Arce y Evo Morales–, han admitido que uno de los objetivos de su visita, sino el principal, es procurar la reconciliación del partido de gobierno.
Es probable que esto ocurra en breve, toda vez que como se ha sostenido hace un año en esta misma columna, el enfrentamiento que puede escalar a estadios aún más violentos terminará entre vítores, abrazos y una sola candidatura presidencial.
Esta estrategia política de conflicto mediático, lo único que está logrando es dejar fuera del visible panorama político a la oposición y concluirá como en el “cachascán” de los años 70 del siglo pasado, cuando los ídolos del cuadrilátero se desafiaban a un endemoniado tongo de “máscara contra cabellera”, dando a entender a una encendida afición que el perdedor se quitaría la máscara dando a conocer su identidad o se cortaría la larga cabellera, según cuál contrincante sea el perdedor. Estos electrizantes desafíos siempre concluían en empate tras una dura lucha y los contendientes solían salir juntos y abrazados.