Alsacia lucha por el nombre y el alma

Columna
La Vanguardia, 14.07.2019
Eusebo Val
  • La fusión del Alto Rin y el Bajo Rin devolverá en el 2021 la identidad institucional arrebatada a los alsacianos

De Gaulle visitó Estrasburgo después de la liberación, en 1944, y de nuevo en 1947 (en la foto) para anunciar su nuevo partido (AFP)

No hay pérdida de identidad más dolorosa que ver arrebatado tu propio nombre. Eso le ocurrió a Alsacia, el 1 de enero del 2016. La reforma impulsada por el presidente Hollande y su primer ministro Valls creó varias macror regiones. Una de ellas, bautizada como Gran Este, reunió a Alsacia, Lorena y Champaña-Ardenas. Los alsacianos, un pueblo complejo, castigado una y otra vez a lo largo de la historia por su posición fronteriza, se sintieron agraviados al desaparecer su reconocimiento institucional, engullidos por un monstruo administrativo sin tradición ni alma.

Cada cual tiene su mentalidad. Aquí hacemos vino blanco; en Champaña hacen champán”.

Francis Schneider, agente de comercio jubilado, reflexiona –en alemán– mientras se toma un café en una terraza de Obernai, uno de los pueblos más pintorescos de Alsacia, a media hora de Estrasburgo.

“¿Usted pidió venir a este mundo? –pregunta Schneider, retóricamente, al interlocutor–. La religión y la nacionalidad no se pueden cambiar”.

Schneider, como la inmensa mayoría de alsacianos, es celoso de su forma de ser, de su lengua y tradiciones, pero se siente al mismo tiempo muy francés.

Nuestros padres sufrieron mucho durante la II Guerra Mundial –recuerda–. Mi padre fue enrolado en la Wehrmacht, con 19 años. Si se hubiera negado, habrían fusilado a toda la familia. Sí, somos franceses y lo seguiremos siendo”.

A poca distancia de Obernai se levanta el monte de Santa Otilia –la patrona de Alsacia y de la vista–, con una abadía que es el centro espiritual de la región. A casi 800 metros de altitud, el santuario regala a los visitantes un paisaje espectacular de bosques interminables, el valle del Rin y el perfil de la Selva Negra en la lejanía. Se respira una quietud y una suave continuidad geográfica que los siglos demostraron cruelmente engañosas.

Aquí las monjas, durante la guerra, curaron a los soldados heridos de los dos bandos, tanto a los franceses como a los alemanes”, explica, orgullosa, una de las religiosas.

Desde hace más de dos milenios, Alsacia ha sido el punto de contacto –y de choque violento– entre las civilizaciones latina y germánica. Al derrotar a las tribus germanas, el año 58 antes de Cristo, Julio César fijó durante cinco siglos la frontera en el Rin. Al oeste del río, el mundo romanizado; al este, los bárbaros.

La historia, desde entonces, ha dado muchas vueltas. A efectos de influencia en el presente, lo más significativo es que, en los últimos 150 años, el territorio cambió de manos en varias ocasiones. En 1871, tras la guerra francoprusiana, Alsacia pasó a formar parte del recién nacido Reich alemán. En 1919, después de la derrota alemana en la I Guerra Mundial, la región volvía a Francia. En 1940, otra sacudida. Hitler anexionó Alsacia. La nazificación fue muy dura, implacable. Los alemanes incluso construyeron un campo de concentración, en Natzweiler-Struthof, el único en territorio francés. Los prisioneros extraían granito de la montaña. El campo, convertido en museo, conserva aún una cámara de gas experimental, la horca y un horno crematorio.

En 1944, con los ejércitos aliados a la ofensiva, de nuevo Francia recuperaba Alsacia. De Gaulle pidió a Eisenhower que permitiera a las tropas francesas liberar Estrasburgo. Quiso ser un símbolo de dignidad y un gesto de revancha.

El círculo infernal de conquistas y reconquistas logró detenerse con el proceso de integración europea y la reconciliación francoalemana. Alsacia tenía que servir de escaparate de la nueva era. Estrasburgo devino un emblema de concordia y paz. De ahí que la ciudad fuera escogida como sede del Consejo de Europa y, luego, de la Eurocámara.

Alsacia se mantiene celosa de su lengua, un dialecto del alemán, y de sus tradiciones, pese a que el sentimiento de adhesión a la República Francesa es muy mayoritario, sobre todo como consecuencia de la amarga experiencia de la anexión alemana durante la Segunda Guerra Mundial. En la imagen, Colmar, capital del Alto Rin (ullstein bild / Getty)

Pese a estos dramáticos avatares, la singularidad alsaciana se ha mantenido hasta ahora. En el ámbito religioso se da un hecho bastante curioso. Ni en esta región ni en la vecina Mosela se aplica la ley sobre la laicidad de 1906. Es una excepción jurídica notable. En Alsacia y Mosela sigue vigente el concordato suscrito por Napoleón I con la Santa Sede. Eso significa que los sacerdotes –y también los pastores protestantes y los rabinos judíos–, así como los laicos empleados por estas confesiones, cobran un salario del Estado, como si fueran funcionarios. En estos territorios se ofrece clase de religión en las escuelas, aunque los padres pueden pedir que se exima a sus hijos de asistir.

La absorción de Alsacia por la región del Gran Este fue contestada desde el primer momento, por los políticos y por la gente. “Hollande y Valls impusieron algo absurdo, que no tenía ningún sentido, y lo hicieron sin concertación, de una manera totalmente antidemocrática, sin escuchar a nadie”, se lamenta Bernard Fischer, alcalde de Obernai. Muchos alsacianos nunca han perdonado a Valls esta frase, pronunciada ante el Parlamento: “No hay un pueblo alsaciano. No hay más que un solo pueblo francés

Alsacia, Córcega, Bretaña y el País Vasco son regiones francesas de fuerte identidad –señala Fischer–. Somos demócratas, muy republicanos y muy ligados a Francia. No tenemos una visión secesionista o separatista. Nos sentimos bien en nuestra Francia, pero nos alegra que el Gobierno actual haya reconocido un poco la especificidad de Alsacia, que fue muy maltratada, sobre todo durante la II Guerra Mundial. Esa es la historia, pero ahora miramos hacia adelante y yo soy optimista”.

El reconocimiento al que alude Fischer es la reciente decisión de la Asamblea Nacional de que los dos actuales departamentos alsacianos, Alto Rin y Bajo Rin, sean fusionados, a partir del 1 de enero del 2021, y se conviertan en la “colectividad europea de Alsacia”. Se trata de mucho más que un cambio administrativo. Es la recuperación institucional de Alsacia, que rescata su nombre y obtiene más autonomía en materias como el bilingüismo (la promoción del dialecto alsaciano y de la lengua alemana), la gestión de las carreteras, el turismo, y los asuntos de cooperación transfronteriza, como el uso conjunto de hospitales públicos por pacientes franceses y alemanes.

La fusión de los departamentos alsacianos, apoyada por el presidente Emmanuel Macron, obtuvo una mayoría muy amplia (441 votos a favor, 30 en contra y 61 abstenciones). Los socialistas se abstuvieron. El partido Francia Insumisa (izquierda radical) votó en contra, pues teme que se ponga en peligro la unidad de la República.

Más allá de la recuperación de la identidad institucional, es importante en términos de eficacia en la gestión pública –asegura el presidente del departamento del Bajo Rin, el conservador Frédéric Bierry–. La región del Gran Este ha alejado las decisiones de la población y se ha perdido eficacia en la gestión pública”.

Bierry explica que la condición impuesta por Macron para aceptar el acuerdo fue que la nueva colectividad alsaciana se mantuviera dentro del Gran Este. Pero el político confía en que ese compromiso no tenga una larga vida.

El Gran Este no va a desaparecer enseguida –constata, entre risas–. Pero hemos puesto ya los pies en la puerta”.

Para Bierry y otros políticos autonomistas, es vital proseguir la cooperación transfronteriza con Alemania. “Si eliminamos las barreras administrativas y lingüísticas, construiremos una Europa más fuerte, hecha por sus habitantes”, enfatiza. Uno de sus deseos es contratar a profesores alemanes para que se aumente el bilingüismo, ahora amenazado. Los alsacianos califican su lengua hablada como dialecto del alemán y usan el idioma de Goethe estandarizado, el hochdeutsch, a la hora de escribir.

Bierry es muy severo con Valls. “Él tiene la culpa de que desapareciéramos; en Alsacia no le amamos”, recalca.

Valls es muy jacobino –añade–. Macron también es jacobino pero ha escuchado parte de nuestras reivindicaciones”.

El presidente del Bajo Rin apunta que el Gobierno francés observó al inicio “con cierta aprensión” el procés catalán, “por las comparaciones”, pero marca claras distancias. “En Alsacia hay una profunda adhesión a la República Francesa –puntualiza–. No queremos poner en peligro la unidad de la nación”. Bierry insiste en que, en determinadas competencias, como la policía, “se necesita un Estado fuerte”, aunque reitera la singularidad alsaciana y las diferencias con el sur. “La diversidad de territorios enriquece la nación francesa”, afirma, y deja caer este comentario: “El valor del trabajo en Alsacia no es el mismo que en Marsella”.

Para el partido Unser Land (Nuestro País) –autonomista, pero con una minoría de independentistas en su seno–, el tercero en Alsacia, la fusión de departamentos “está muy lejos de lo que nosotros pedimos”. Lo dice a este diario su fundador y presidente, el ingeniero Jean-Georges Trouillet, quien se autodefine como “alsaciano y europeo” (evita la palabra “francés”), si bien se muestra posibilista.

Los alsacianos somos pragmáticos –razona–. No buscamos el conflicto por el conflicto. Queremos ser respetados como pueblo. Si eso es posible dentro de Francia, muy bien. Si no, haremos lo que haga falta para ser respetados. Pero ya sabe cómo es Francia... No tiene la costumbre de proteger a sus minorías. Desde hace doscientos años Francia no respeta a sus minorías e intenta destruirlas. Es una lucha”.

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