América Latina, ¿es posible la sensatez internacional?

Columna
El Mercurio, 14.06.2022
Joaquín Fermandois, historiador y columnista

Finalizada la Cumbre de Las Américas, con bien poca novedad como era de esperar —más allá del boicot de algunos presidentes—, hay que replantear no la necesidad de estos encuentros, que la tienen, sino algunos códigos. Por escleróticos que muchas veces parezcan, son momentos de intercambio de opiniones y clarificaciones que de otra manera no tendrían otras ocasiones de producirse. No cabe duda de que esta cumbre ha sido víctima de la desatención de Estados Unidos, así como de la poca capacidad de los latinoamericanos para interactuar entre sí.

América Latina busca su norte con brújulas defectuosas. Lo que sucedió en la cumbre, la ausencia de varios países importantes, algo encandilados con el show, requiere de conciencia de lo que está en juego. La lógica del multilateralismo después de la Guerra Fría era fortalecer las democracias. Como tanto sucede, fue un poco flor de un día. La sombra del chavismo habrá hundido a Venezuela, pero alentó una tentación en el continente y se dejó al lado como molesta la Cláusula Democrática. En el caso de la CELAC, tanto por circunstancias de reglamento como por falta de todo rubor de quienes pretenden defender la democracia, el presidente Piñera en Santiago (2012) le traspasó la presidencia de la organización al menor de la dinastía que se apoderó de Cuba hace más de 60 años, Raúl Castro, en la tradición del Estado patrimonial, como los Trujillo y los Somoza. Hay un bicho pegajoso. Se daba a entender que da lo mismo ser o no ser democracia.

En la historia interamericana no faltan los ejemplos de doble estándar. Nuestro canciller Carlos Martínez Sotomayor denunciaba en 1962 que se excluía a Cuba de la OEA por no ser democrática, pero principalmente con el voto de dictaduras (lo decía en palabras más cuidadosas). En los 1980, las flamantes nuevas democracias se lucían excluyendo a Pinochet de los foros, pero no eludían ir a La Habana al besamanos de consabida, al Castro mayor. Ahora mismo en Bolivia, por medio de una justicia controlada (Constitución bolivariana, entre otras cosas, el norte de nuestros convencionales), se pretende destruir físicamente a una mujer, la expresidenta Áñez, cuando el que inició la cadena del “golpe” fue el propio Evo.

El triunfo de las izquierdas en el continente se completaría con la casi segura elección de Lula en Brasil, esta vez con el apoyo adicional de parte de la derecha. En sus 8 años de presidente (2003-2011) se hizo vistoso en la escena mundial, sin que influyera mucho (o nada) que digamos; en nuestra América dejó la iniciativa a Chávez, con los resultados que conocemos, si bien en política interna no estuvo mal para criterio de uno.

Se deben construir instituciones multilaterales interamericanas que puedan resistir el movimiento pendular entre izquierda y derecha, sin estar identificadas con uno u otro polo, acogiendo a ambos y sin renunciar a la Cláusula Democrática, que suspende a los países con gobiernos autoritarios. La Celac y la Cepal podrían contenerlos a todos sin excepción. Siendo realista y conociendo la historia de la región, la polaridad entre democracia y autoritarismo no se va a esfumar, así como así, sin ser feudo exclusivo de derecha o izquierda.

¿Existe política exterior latinoamericana? Se habla de ella como si fuera una entidad metafísica. Para la región en su conjunto, sería buena una estrategia sin estridencias, de largo plazo, converger con las democracias desarrolladas sin perder su propia postura. Es de imaginar algo así como al Sudeste Asiático, de alguna comparabilidad con nuestra región, sensato en su aproximación internacional. ¿Seremos capaces?

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