Asesorías, juegos semánticos, el eslogan barato y la PSU en español

Columna
El Líbero, 19.09.2017
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural
Ha estallado el escándalo de las asesorías truchas. Todos rasgan vestiduras. Similar, en su trasfondo, al escándalo de la pre-campaña de Bachelet, y los honorarios a los escribidores de papers.

Todas, aquellas y estas, presentan diversos grados de corte y pega. Obviamente, el esfuerzo intelectual siempre ha tendido a minimizarse, en aras de una evacuación rápida y un honorario jugoso.

Recodemos que el muestreo de papers que se exhibió con ocasión del escándalo de la precampaña se explicaba (pobremente, por cierto) como insumos vitales para el programa de gobierno de Bachelet 2.0. Vale. Pero,  ¿y qué hacemos ahora con los pobres resultados del programa?

Los candidatos de derecha y centroderecha quieren echar marcha atrás en las reformas, o al menos, perfeccionarlas (dependerá de la nueva composición del Congreso). Los de centroizquierda no saben cómo decirlo, pero también quieren maquillar las reformas. Los de izquierda no son claros en lo que quieren, y los de extra izquierda tienden a confundir su libreto. Nadie repara en la génesis misma de los errores: cómo se gestaron y cómo se elaboraron los dichosos papers. Y, detalle no menor, cómo se cuantificó y documentó la retribución por los mismos.

Borges, el inmortal argentino, escribió un cuento centrado en un personaje que copia El Quijote de la Mancha palabra por palabra, y lo justifica como una obra enteramente nueva. Evidentemente que para que esto sea verosímil se necesita la fantasía y la creatividad infinita de un Borges, amén de un extraordinario y rico uso de la lógica, la retórica y dominio de la lengua española. De nuestros “aprendices de brujo” habrá que ver los resultados de su PSU en español, para aquilatar de manera al menos pareja sus merecimientos.

Los eslóganes baratos y pasados de moda están de vuelta en el mercado, en los largos pasillos del Congreso. Rebotan sus conceptos insulsos, pero digeribles, en las mullidas alfombras que silencian el ambiente para el mejor accionar mental de sus habitantes. ¿Puede extrañar que los programas de gobierno sean de baja calidad dados estos antecedentes?

Fuera de las gárgaras iniciales de indignación, poco o nada se hizo. Con el agravante de que los chilenos estamos sufriendo los problemas prácticos de esta ligereza intelectual. Apuntemos, adicionalmente, a que para poner en práctica un programa de gobierno se debe, en muchos casos, legislar.

El primer eslabón viene fallado. Y el segundo —el estudio pausado, profundo y rico en matices— también parece imperfecto, habida cuenta de los antecedentes que examinamos en la actualidad.  De ello fluye, de manera natural y casi certera, que la legislación en muchos casos presenta problemas interpretativos que luego hay que ir subsanando con otras leyes o reglamentos aclaratorios.

Nadie se responsabiliza. La ruleta judicial gira y gira, pero es lenta para concluir y condenar. Mientras tanto, la ciudadanía sufre la mala legislación. ¡Si ni siquiera la ley de estacionamientos salió bien hecha! Ni imaginemos los desaguisados que se harán evidentes en materias más complejas.

La arrogancia intelectual es, invariablemente, una mala consejera. La ignorancia es audaz. Y las ansias de capturar un trozo del botín del Estado parece ser casi irresistible. Al menos podría pedirse a los Honorables, y a sus asesores, un mayor estudio y perfeccionamiento. Estudio de las materias legislativas (pero de verdad) y perfeccionamiento en el uso del español para plasmar un análisis más completo y fecundo de sus divagaciones intelectuales.

Al final, copy paste o no, mucha de nuestra legislación es reflejo de un voluntarismo ideológico más que de hechos ordenados que sirvan para encauzar una realidad jurídica, económica y social concreta, fundada en la razón y los hechos.

Así las cosas, y dado el pobre récord de resultados, no nos extrañemos de la desafección ciudadana con la política, los partidos y el Congreso.

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