Así fueron los últimos días de vida de Stalin

Reportaje
El Confidencial, 28.08.2016
Héctor G. Barnés
  • Un nuevo libro habla de las circunstancias que rodearon el final del dictador que, pese a todo lo que se ha escrito, permanecen envueltas en cierto misterio
Joseph Stalin junto a Nikita Kruschev en 1936. (Cordon Press)

Joseph Stalin junto a Nikita Kruschev en 1936. (Cordon Press)

Es conocida la descripción que Svetlana Aliluyeva, hija de Joseph Stalin, realizó de los últimos instantes de vida de su padre: “De repente, abrió los ojos y miró a todo el mundo en la habitación”, recordó. “Era una mirada terrible, loca o quizá furiosa, y llena de miedo a la muerte. Entonces, ocurrió algo incomprensible y terrorífico. De repente alzó su mano izquierda como si estuviese señalando algo por encima de él y nos estuviese maldiciendo. Al momento, después de un último esfuerzo, el espíritu se separó de la carne”.

Es posible que dicho testimonio sea conocido, pero no lo son tanto las circunstancias que rodearon a la muerte del ruso el 5 de marzo de 1953. El historiador Joshua Rubenstein, autor también de 'Leon Trotsky: el revolucionario indomable' (Península), ha dedicado su último libro a trazar un recorrido de los últimos meses de vida de Stalin, así como de los inmediatamente posteriores, en los que los altos funcionarios del Partido comunista (Nikita Kruschev, Vyacheslav Mólotov, Georgy Malenkov) se hicieron con el control de la Unión Soviética.

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Quizá era a ellos a los que Stalin intentó señalar en sus últimos momentos de vida. Durante mucho tiempo se ha sospechado que, dadas las decisiones tomadas por sus antiguos colaboradores inmediatamente después de su muerte, quizá estos habían acabado con Stalin. El libro, llamado 'The Last Days of Stalin' (Yale University Press) niega tal hipótesis, como explica una reseña publicada en The Guardian, pero tampoco hicieron gran cosa por mantenerle con vida.

 

Cuando estás solo

Stalin murió a los 75 años, pero el deterioro de su salud solo se había dejado notar durante sus últimos años. A finales de 1952, él mismo empezó a ser consciente de que su declive físico y cognitivo era irremediable, y reconoció que ya no podía fiarse de sí mismo. Se desmayaba a menudo y vivía de noche para quedarse dormido al amanecer, obligando a sus colegas del Politburó a hacer lo mismo. Ello no le impidió llevar a cabo una de las campañas antisemitas más sangrientas de su mandato, en la que el autor se detiene profundamente, y que fue una de las causas que llevó a la élite del partido a cambiar por completo su política. ¿Qué relación existía exactamente entre Stalin y sus camaradas?

Stalin, cuya salud había sido mala y su capacidad para trabajar reducida durante algunos años, se había vuelto tremendamente suspicaz, no con todo el mundo, sino con ellos”, escribe en The Guardian Sheila Fitzpatrick, autora de 'On Stalin's Team: the Years of Living Dangerously in Soviet Politics'  (Princeton University Press). “Había lanzado una campaña antisemita que les granjeaba grandes dudas. Probablemente se estaba preparando para una nueva ronda de purgas y deportaciones. Gracias a la represión implacable y a apretarse el cinturón, el país había vuelto a ponerse en pie económicamente tras las grandes pérdidas de la Segunda Guerra Mundial. Pero Stalin no estaba de humor para introducir medidas de mejora del nivel de vida, que muchos pensaban que se había quedado atrás”.

Una anécdota relatada en el libro ilustra bien la trampa que el propio Stalin creó para sí mismo. Un gran número de médicos judíos fueron acusados de conspirar contra los líderes soviéticos entre 1952 y 1953, por lo que muchos de ellos, entre los que se encontraba el propio facultativo personal de Stalin, estaban presos cuando este sufrió el ataque que terminaría acabando con su vida poco después, ante la incompetencia e impasibilidad de sus compañeros. Tan solo días después de la muerte del dictador fueron liberados como parte de la campaña de renovación emprendida por el nuevo poder soviético.

Stalin solía dormir hasta el mediodía. Sin embargo, las horas del 1 de marzo fueron pasando sin que diese ninguna señal en su casa. Los criados, temerosos, decidieron no hacer nada hasta las once de la noche, momento en el que irrumpieron en su habitación. En el suelo se encontraba Stalin, inconsciente. “Nada pudo evitar que yaciese durante horas en su propia orina, paralizado, y sin capacidad para gritar”, escribe Rubenstein en su libro. Aún pasarían varias horas hasta que un grupo de médicos llegase a auxiliar a Stalin, pero la tardía intervención probablemente resultó fatal.

Tampoco es que los tratamientos estuviesen resultando particularmente útiles. Las recomendaciones fueron que guardase un reposo absoluto, que se aplicasen ocho sanguijuelas en sus orejas y una compresa en la cabeza, un enema de leche de magnesio y que se extrajesen sus dientes postizos. Stalin pasó sus últimos días rodeado por sus colegas del Politburó, pero también por su familia cercana, entre la que se encontraba su hijo Vasili, que llegó a acusar a los médicos y a Lavrenti Beria, jefe del servicio secreto y amigo de confianza de Stalin, de estar matando a su padre. La salud de Stalin fue deteriorándose con el paso de los días, hasta que murió el 5 de marzo.

En opinión de Rubenstein, los meses que siguieron a la muerte del “viejo” fueron una oportunidad perdida. Los nuevos amos del Politburó mostraron su voluntad de entenderse con los países occidentales y en apenas unas semanas habían detenido la campaña antisemita y liberado a un millón de prisioneros, prometieron más ayudas a los ciudadanos y mayor libertad de prensa. Sin embargo, los países occidentales, en especial EEUU y su secretario de Estado, John Foster Dulles, desconfiaron de la supuesta buena intención de Kruschev, Malenkov y Molotov, en realidad una pragmática manera de garantizar la pervivencia del país.

El veredicto de Rubenstein es que, en los meses cruciales entre la muerte de Stalin en marzo y la sublevación de Alemania del Este en 1953, EEUU perdió una gran oportunidad para llegar a un acuerdo con los nuevos líderes soviéticos”, concluye Fitzpatrick. Por delante quedaban casi cuatro décadas más de enfrentamiento entre bloques que quizá habrían sido suavizadas (y unos cuantos miles de vidas salvadas) si se hubiesen dado los pasos adecuados en dicha encrucijada histórica.

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