Cambio de ciclo y esperanza: Reino Unido e Irán

Columna
El Dínamo, 08.07.2024
Juan Pablo Glasinovic, abogado, exdiplomático y columnista

En las historias de las sociedades y de las personas se producen cambios de ciclo y lo que comparten es que hay una nueva dirección respecto del rumbo anterior. Lo que fue ya no será. Esto puede ser causado por fuerzas o eventos externos o por una decisión grupal o personal más o menos impulsada por las circunstancias. Y estos cambios de ciclo pueden venir de la mano de la esperanza, pero también del miedo y el pesimismo.

Esta semana me parece que hay dos elecciones – en este súper año electoral – que abren o pudieran inaugurar un cambio de ciclo. Junto con lo anterior, estas votaciones vienen de la mano de la esperanza. Los ciudadanos en ambos casos, y acá me refiero al Reino Unido e Irán, votaron por una nueva dirección principalmente con la esperanza de un mejor futuro y no predominantemente por miedo, rechazo o rabia como en tantos otros comicios a lo largo y ancho del planeta incluyendo a Francia que va a segunda ronda parlamentaria este domingo, situación a la cual me referiré en una próxima columna.

Partamos con el Reino Unido. Este 4 de julio, se desarrollaron los comicios generales. En este caso, no hubo sorpresa en cuanto a quien resultó vencedor, el Partido Laborista, aunque quizá no se esperaba un triunfo tan arrollador. El escrutinio entregó, de una cámara baja de 650 miembros, 412 escaños para el Partido Laborista, frente a 121 para lo conservadores. El resto se repartió entre diversas agrupaciones, encabezadas por el Partido Liberal Demócrata. Por primera vez también accedió al parlamento el Partido Reform UK del populista derechista Nigel Farage, quien fue un hombre clave en el triunfo de la opción de salida del Reino Unido de la Unión Europea hace unos años.

El Partido Laborista tiene una holgada mayoría para gobernar en solitario, obteniendo el mejor resultado en 25 años (hay que remontarse a Tony Blair para algo similar), aunque se abstuvo el 40% de los votantes. El sistema electoral británico está compuesto por distritos uninominales. Es decir, se elige a una persona, la que tenga la primera mayoría. Si miramos el porcentaje de votación, los laboristas tuvieron el 33,8% y los conservadores el 23,7%.

Lo interesante es que, si en las elecciones de 1951 el 97% de los votos se repartió entre conservadores y laboristas, hoy ese porcentaje bajó a 57,5%. Es decir, hay una erosión sostenida al predominio de estos partidos, con la aparición y consolidación de nuevas fuerzas que están cada vez más cerca de convertirse en aliados necesarios para poder gobernar.

Junto con los laboristas, los grandes vencedores fueron los liberal demócratas, que pasaron de 8 a 72 escaños y los Reform UK, que de cero pasaron a tener 5 escaños y además conquistaron el 14,3% de los votos y el tercer lugar en la votación. Acá hay que poner atención porque podría replicarse en el Reino Unido lo que está pasando en otros países europeos, en los cuales la derecha tradicional está siendo sobrepasada e incluso fagocitada por la extrema derecha.

En materia de grandes perdedores, además por supuesto de los conservadores, está el Partido Nacionalista Escocés (SNP), el que perdió 38 escaños de 47. Esto significa que al menos en el próximo quinquenio es absolutamente inviable impulsar la causa independentista por intermedio de un referendo y el SNP deberá hacer un serio esfuerzo de introspección y reconectar con los anhelos mayoritarios de los escoceses.

¿Por qué hablamos de un posible cambio de ciclo? En primer lugar, se pone término a 14 años de gobierno conservador. Durante ese período ocurrió un cambio tectónico y el Reino Unido salió de la UE. En ese lapso el laborismo no supo representar a quienes querían permanecer en la UE y además se fue más a la izquierda bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn. Eso hizo que perdiera estrenduosamente en los comicios de 2019.

Con esa derrota asumió el liderazgo Keir Stamer, quien, como Blair, empezó a reconducir al partido más hacia el centro. Con las elecciones se demostró que estaba apuntando en la dirección correcta, reconectando con una mayoría más allá de las líneas del partido.

En estos 14 años de gobierno conservador, el Reino Unido atravesó un período turbulento muy vinculado a su identidad, tanto como país (con sus naciones) como en su relación con el resto del continente. En ese lapso se consumió su divorcio con la UE y se ha tensionado la unidad interna. Además, el país ha perdido posiciones en el contexto mundial, afectando su economía y no se vislumbraba un futuro auspicioso. El voto por los laboristas, sin ser un cheque en blanco si miramos los porcentajes a nivel nacional y la participación, expresa la confianza en que ellos pueden dar vuelta la página a este capítulo de la historia británica y volver a avanzar en la senda del crecimiento con un sentido de mayor inclusión y unidad, así como reposicionar al Reino Unido en el contexto mundial.

Los británicos han indicado que quieren algo distinto y han confiado ahora en los laboristas para abrir un nuevo camino. Sintiendo ese cauto pero esperanzado apoyo, Stamer ha señalado que privilegiará la economía y el bienestar, sin revolver las aguas con el tema del Brexit y la posibilidad de volver a acercar al país a la UE. Tiene claro que deberá rendir examen en este primer período si quiere abordar cambios mayores como la relación con Europa. Pero parte con esperanzas puestas en su partido, su programa y su liderazgo. No es algo menor en estos tiempos.

Al mismo tiempo en el Medio Oriente, Irán realizó un proceso eleccionario extraordinario fruto de la muerte por accidente del presidente Raisi. Sorpresivamente, el candidato más moderado Masoud Pezeshkian fue electo este jueves, imponiéndose sobre el candidato conservador. Aun cuando más de la mitad del electorado no votó y se pensaba que eso favorecería a la candidatura de continuidad, se dio la sorpresa que refleja ese profundo anhelo de la mayoría de la población iraní de transitar hacia un régimen más libertario y secular.

Aunque todos los candidatos son filtrados y admitidos por los clérigos, ya no tienen ese control absoluto porque han perdido la sintonía que pudieron haber tenido con la sociedad iraní.

Los iraníes ya no quieren seguir viviendo en la beligerancia permanente y el ostracismo respecto del resto del mundo. Si las protestas sociales han fracasado una tras otra con la represión, a pesar de todas las cortapisas están de a poco subvirtiendo desde adentro el orden político diseñado para dominarlos con los clérigos como poder supremo.

Aunque el presidente electo, quien asumirán en 30 días, no tiene un parlamento favorable ni a los clérigos como aliados, tiene la legitimidad de los votos que recogen esa disminuida pero viva esperanza de un cambio.

Su mandato no solo podría cambiar la vida de sus conciudadanos en la línea que tanto esperan, también podría tener efectos positivos para la paz en una región tan volátil y propensa al conflicto.

Es por supuesto muy prematuro, pero contra toda esperanza y en la oscuridad ha surgido una pequeña luz. Los iraníes que votaron también lo hicieron pensando en un mejor futuro y no por miedo ni rabia.

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