Combatientes yaquis en el Norte de África

Artículo
Revista ADE, N*65 (16.01.2018) 
Everardo L. Suárez Amezcua, Embajador de México

La Conferencia de Berlín de 1884-1885 reconoció la ocupación colonial de España en los territorios de Río de Oro e Ifni en la parte noroccidental de África y en los enclaves de Ceuta, Melilla y Tetúan, aledaños al protectorado francés de Marruecos.

En 1921 las comunidades tribales de la zona del Rif, de origen moro y berebere, iniciaron una revuelta de carácter independista y anticolonial, dirigida por Abd el-Krim, líder político y militar rifeño, opuesto a toda forma de colonialismo, cuyo movimiento rechazaba el esquema de protectorado francés y español en la zona norte del continente.

La rebelión se extendió por todo ese territorio y se llegó a instaurar la República del Rif encabezada por el-Krim, estableciendo su capital en Axdir, organizando su propia administración pública, recibiendo el reconocimiento diplomático de la Gran Bretaña y solicitando su ingreso a la Sociedad de las Naciones en junio de 1922.

En su calidad de metrópolis coloniales Francia y España no reconocieron la independencia de esos territorios ni la instauración de la República del Rif. Reaccionando en forma consecuente, los gobiernos de esos países empezaron a reprimir al movimiento, reforzando sus respectivas guarniciones militares, ya que entre julio y agosto de 1921 la revuelta se había extendido en la mayor parte del protectorado e inclusive la ciudad de Melilla se encontraba sitiada.

La incapacidad del ejército español para contener la rebelión se hizo patente. Se trataba de unas fuerzas armadas deficientemente organizadas, mal entrenadas y pobremente equipadas. El desastre llegó cuando el contingente español se vio obligado a replegarse y en la batalla de Annual las fuerzas comandadas por el-Krim causaron a los españoles cerca de 10,000 bajas. Este hecho provocó un escándalo político en España que más adelante conduciría a un golpe de estado y al establecimiento de una dictadura militar encabezada por el general Primo de Rivera.

Mientras eso ocurría en la región norte de África, en México el movimiento revolucionario constitucionalista había terminado. Se promulgó la Constitución de 1917, se iniciaron los gobiernos posrevolucionarios; el presidente Venustiano Carranza había sido asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, el 21 de mayo de 1920; el general Adolfo de la Huerta asumió la presidencia interina para el período junio-noviembre de 1920; el general Álvaro Obregón lanzó el Plan de Agua Prieta; fue elegido presidente en septiembre de 1920 y en diciembre de ese año asumió la presidencia de la república.

En toda esa etapa histórica se puede apreciar la participación y la presencia de las comunidades yaquis. Algunos autores interesados en el proceso revolucionario señalan que los yaquis fueron esenciales en la segunda fase de la revolución contra la dictadura de Victoriano Huerta. Se integraron a la División del Norte con Francisco Villa y a la del Noroeste con Álvaro Obregón.

En vista de que Obregón y de la Huerta eran oriundos de Sonora, estos personajes llegaron a establecer relaciones cercanas con comunidades yaquis. Cabe dejar asentado que de la Huerta hizo su entrada a la Ciudad de México escoltado por combatientes yaquis. Obregón por su parte tuvo contactos de cordialidad y amistad con los yaquis, aseverándose que esto fue clave en su desarrollo político (fue alcalde de Huatabampo, Sonora, en 1911 y agricultor en sus fincas de Siquisiva y la Quintachilla). Obregón fue amigo de “Chito”, gobernador yaqui que movilizó a su comunidad para apoyarlo en las elecciones para alcalde.

Después de las batallas de Celaya y Trinidad en abril de 1914, en donde figuraron batallones yaquis en las fuerzas constitucionalistas, Obregón volvió a Sonora y estableció acuerdos de paz con los yaquis que lo habían acompañado durante sus campañas, ofreciéndoles garantías para sus comunidades, particularmente en lo que se refería a la tenencia de la tierra y el uso del agua del rio Yaqui.

Para apreciar la importancia de las comunidades yaquis en algunas etapas históricas del país resulta de interés dejar anotado que de acuerdo con algunos autores como Paco Ignacio Taibo II (“Yaquis. Historia de una Guerra Popular y de un Genocidio en México”), en Sonora, en la región yaqui, tuvo lugar la más larga lucha armada de la historia de México (1867-1909) y probablemente la guerra popular más larga en la historia de América Latina. De acuerdo con Taibo se trató de la resistencia y la guerra popular de una comunidad con alto grado de civilización que se negó a rendirse ante las falacias de un supuesto progreso que se intentaba imponer por la fuerza durante la dictadura porfirista.

Debido a que el régimen de Porfirio Díaz veía en los yaquis a una fuerza opositora que podía afectar su modelo de desarrollo económico, principalmente en lo que concierne a la modernización de la agricultura en Sonora y a pesar de que se trataba de una comunidad que no pasaba de los 30,000 habitantes, la dictadura los enfrentó como si se tratara de un conflicto armado. El argumento al que se recurrió para reprimir a los yaquis fue el de la “pacificación”, cuando en los hechos esta comunidad nunca realizó incursiones armadas fuera de su zona.

Según lo expuso el autor norteamericano John Kenneth Turner en su libro “México Bárbaro”, durante la dictadura de Díaz se hablaba del “problema indio” para referirse a la resistencia yaqui. La fórmula a la que se recurrió para acabar con ese “problema” fue la deportación de yaquis a Yucatán y al Valle Nacional en Oaxaca, para ocuparlos como peones en las haciendas henequeneras, en las plantaciones tabacaleras o hasta para venderlos como esclavos.

Ese recurso represivo se mantuvo durante 1899-1909 y de acuerdo con Turner las deportaciones incluyeron a 15,700 yaquis. Turner afirmó que el sistema porfirista eliminó al 62% de la población yaqui, que en 1900 estaba calculada en 20,000 personas.

Volviendo a los tratos de Álvaro Obregón con los yaquis, el Plan de Agua Prieta de mayo de 1920, verdadera plataforma política del movimiento obregonista, ignoró las promesas hechas a los yaquis. Obregón no devolvió las tierras comunales, estimuló la ocupación del territorio y el desarrollo de empresas agrícolas estadounidenses en el valle del rio Yaqui. Obregón confirmaba su personalidad astuta, pragmática, voluble y ambiciosa.

En esa época, principios de los años 20s, el país se caracterizaba, entre otras cosas, por la inestabilidad política que amenazaba con llegar, otra vez, a la lucha armada. Obregón quería imponer a Plutarco Elías Calles como su sucesor en la presidencia; Adolfo de la Huerta se rebelaba en 1923; los generales Francisco R. Serrano (secretario de Guerra en 1921) y Arnulfo R. Gómez intentaron un golpe de estado, acción que fue vista como una oposición militar a los planes de Obregón y Calles.

En ese ambiente político Obregón tomó en cuenta el riesgo que podría significar una revuelta de los yaquis, que se encontraban contrariados por el incumplimiento de las promesas hechas y por el desplazamiento que estaban resintiendo por los nuevos deslindes de tierras. La solución la encontró Obregón en el conflicto del Rif en el norte de África.

Obregón conocía, y muy bien, el temple guerrero de los yaquis y su vocación por la lucha armada. De esta manera el gobierno empezó a auspiciar el reclutamiento de efectivos militares o excombatientes de origen yaqui en el ejército español.

El operativo de conscripción se le encomendó al mayor Jesús San Juan que reclutó en una primera etapa a unos 500 soldados de leva yaquis. Ese contingente fue embarcado en Veracruz en 1921 para trasladarlos a La Habana, desde donde eran transportados a Cádiz, España, para enviarlos posteriormente al norte de África, encuadrados en la Legión Extranjera Española. Otra operación de reclutamiento tuvo lugar en Nueva Orleans también en 1921. Los nuevos legionarios yaquis formaron dos batallones dirigidos por oficiales mexicanos. Existió un tercer batallón conformado por voluntarios latinoamericanos comandado por oficiales norteamericanos.

Los yaquis, al igual que otros mercenarios latinoamericanos, formaron parte de la 16ª Compañía, cuarta bandera de la Legión Extranjera Española y fueron enviados a los enclaves de Ceuta y Tetuán. Se tienen registros de que dos legionarios yaquis, Bacasegua y Butimea, estuvieron de servicio de 1922 a 1925 y participaron en las campañas de: Ambar, Tizzi-Azza, Tifaruin, Sid Mesaud, Afrau, Cobba-Darsa, Gorgues, Aforit, Kudia-Tahar, Monte Malmusi, la retirada de Xauen a Tetuán e inclusive en el desembarco en la bahía de Alhucemas.

En el caso de Bacasegua, este combatiente fue condecorado por el general Dámaso Berenguer. La distinción la recibió por haber destruido un puesto enemigo con granadas y rescatar a un oficial español herido. Bacasegua regresó a su fortín cargando al oficial y con las cabezas de dos rivales. “Tuve que matar a los moritos” habría dicho.

Por lo que compete al desembarco en Alhucemas, ocurrido el 8 de septiembre de 1925, se trató de una operación que incluyó a 13,000 soldados, españoles y franceses (pelotones de yaquis estuvieron presentes), desde donde se inició la contraofensiva que terminó con el episodio de la República del Rif. Fue de tal importancia el operativo que el historiador español Roberto Muñoz Bolaños expone en su libro “Las Campañas de Marruecos 1909-1927” que el general Dwight Eisenhower estudió la táctica de Alhucemas para aplicarla en Normandía en 1944.

Para tratar de explicar el estado de ánimo y la corta visión de mundo de los combatientes yaquis en el Rif se puede citar al historiador Ignacio Lagarda (“Viajar Tan Lejos. Yaquis en la Guerra del Rif. Marruecos 1921”) y a un artículo aparecido en la revista “Sonora Mágica” en agosto de 1989, que exponen que históricamente los yaquis siempre se han mostrado dispuestos a luchar contra cualquier enemigo, pero que en este capítulo fueron incapaces de captar la injusticia con que combatieron a los patriotas rifeños.

Otra expresión de lo controvertida que puede parecer la presencia de combatientes yaquis en el norte de África fue que, como reclutas de la Legión Extranjera Española, estuvieron bajo el comando de los generales Sanjurjo, Goded, Moscardó y Franco, quienes perpetraron el golpe de estado contra la República Española en 1936 y dirigieron las fuerzas nacionales durante la guerra civil española.

La historiadora de la Universidad de Sonora y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Raquel Padilla Ramos, asevera que los yaquis fueron “deportados” al norte de África como parte de la guerra de exterminio que se siguió contra la etnia. Esta especialista, al igual que otros autores, refiere que los oficiales mexicanos que dirigieron los batallones yaquis volvieron a Veracruz en 1923, no así los legionarios yaquis que, seguramente, permanecieron en la zona y se habrían integrado a las comunidades locales. Padilla Ramos está realizando una investigación académica para ampliar la información sobre esos combatientes y tratar de localizar algunos datos sobre su paradero. Actualmente está revisando los archivos militares de la Universidad de Salamanca.

La lucha en el Rif continuó hasta la primavera de 1926. El 26 de mayo de ese año se rindió Abd el-Krim y el 10 de julio de 1927 la guerra llegó a su fin. El caudillo rifeño se entregó a las fuerzas armadas francesas y aunque España lo reclamaba, el gobierno francés lo envió exiliado a Madagascar; el-Krim murió en Egipto en 1963. Posteriormente este personaje fue comparado con Ho Chi Minh, Mao Zedong y el Che Guevara.

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