Complejidades de una negociación: Europa frente a Rusia

Columna
El Líbero, 14.12.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Mientras nos aproximamos, aparentemente, al fin de la guerra en Ucrania, que en cierta medida causó la caída de Bashar Al-Asad en Siria y dejó entrever los límites del poder ruso, no es bueno sacar cuentas alegres respecto a estos últimos. En este conflicto de tres largos años, con decenas de miles de muertos, destrucción, desconfianzas asentadas por quien sabe cuánto tiempo a ambos lados del frente y tremendo derroche de recursos, todos los actores han salido perdiendo, pero, después de lo de Siria, Putin necesita mostrar una victoria o una paz en la que no aparezca humillado.

¿Estarán Trump y los europeos dispuestos a ceder ante los deseos de mínimos de Putin? Temo que están entrampados, sobre todo los europeos, porque la visión en el viejo continente respecto de Rusia está teñida de claroscuros que le restan energía al esfuerzo en Ucrania. En Europa tienen que equilibrar el frente de batalla con factores como la historia, la creciente influencia de partidos euroescépticos, necesidades energéticas, los flujos comerciales, la influencia ortodoxa o de las minorías rusas que viven allí. Cada factor juega un papel político en sus democracias.

 

Un pasado ligado a Moscú:

Históricamente, Rusia fue para los países del centro y este de Europa una oportunidad y una amenaza; para los del oeste y algunos del sur, un socio para sus ambiciones en el teatro continental, o para la salvaguardia de la ortodoxia religiosa; para los del norte, una competencia amenazadora. Desde la instalación del Imperio en 1721, no dejaron indiferente a nadie. Al término de la II Guerra Mundial la URSS dominó casi la mitad del continente. En 1969, Alemania instaló la Ostpolitik que miraba a Rusia y sus satélites de Europa Central como parte de un anhelo paneuropeo que asumía la realidad política, cultural o social. Después de la caída del Muro, la corriente liberal predominante en las grandes capitales europeas hizo todos los esfuerzos por integrar al oso ruso y sus antiguos satélites, a su órbita. De los actuales 27 miembros de la UE, 15 fueron neutralizados en alguna etapa por la URSS, u obedecieron a sus dictados. Esto les dejó una sensación amarga, sin duda, pero tienen que convivir con la realidad, con las frustraciones del antiguo imperio ruso, vecino y además humillado. Hay que establecer una vinculación hacia Moscú con realismo y prevención.

 

Partidos políticos euroescépticos:

En el Parlamento Europeo (PE), integrado por 720 diputados, 187 escaños están ocupados por grupos políticos con diferentes grados de distanciamiento hacia Bruselas. Se trata de los grupos Patriotas por Europa; Identidad y Democracia; Conservadores y Reformistas Europeos, y Europa de las Naciones Soberanas. A estos hay que agregar algunos de la bancada de los No Inscritos. Entre los partidos que componen esos grupos parlamentarios hay 8 tildados de derecha y 4 de izquierda. Aproximadamente un cuarto del PE mantiene una cierta distancia respecto al proyecto europeo actual, y varios han mostrado una actitud favorable a Rusia que interviene en sus campañas en grados diversos. En Holanda, Francia, Rumania, Eslovaquia o Hungría estos partidos se encuentran en el poder o están en una expectante posición de gobierno. Es decir, a pesar de la guerra en Ucrania, Moscú cuenta en la actual Europa con una corriente de opinión que, al menos, le es neutralmente favorable, influyente, que quiere otro tipo de entendimiento con el Kremlin sin dejar de adscribir al proyecto europeo, o mantener su “splendid isolation”.

 

La necesidad de energía barata:

Con posterioridad a la caída del Muro, e impulsados por la necesidad de obtener energía a bajo coste y el ideal de integrar a Rusia en Europa, la UE olvidó la naturaleza histórica del país y décadas de amenazas. No escucharon las tempranas advertencias de Reagan que iban a quedar entrampados en una futura dependencia estratégica. De este modo, en los 90 expandieron las redes de gas hacia Rusia. Hacia el 2021, la UE era el principal comprador de combustibles fósiles rusos: 90% del petróleo y 45% del gas. Al estallar la guerra de Ucrania, 13 ductos salían de suelo ruso en dirección a Europa, directamente o a través de terceros. Gazprom controlaba filiales en la UE, invertía en sectores industriales e infraestructura de gasoductos, en almacenamiento y se beneficiaba de la liberalización del mercado downstream. Hoy, la UE desearía liberarse de la dependencia hacia el 2027 o 2030, pero es difícil hacerlo en un contexto de alta inflación e incremento de los costos de vida, o por la existencia de contratos de largo plazo costosos de romper. De hecho, han aumentado los volúmenes de gas ruso a través de ductos que se conectan con los provenientes de Azerbaiyán y Turquía. Algo similar pasa con el gas natural licuado, cuyas importaciones desde Rusia se habrían incrementado en un 37,7% entre 2021 y 2023, según un estudio publicado por Chatham House. En otras palabras, la dependencia energética europea de los hidrocarburos rusos sigue siendo un factor de peso en las relaciones entre ambos y jugará un papel relevante en una eventual negociación para el término de la guerra de Ucrania, país por el que transitaba cerca del 25% de las entregas de gas a Europa. Además, el costo para Europa de reemplazar la actual dependencia del gas ruso requeriría de inversiones adicionales del orden de 270 mil millones de euros, y los tiempos no están para eso.

 

La necesidad comercial:

El volumen de los intercambios entre Rusia y los países de la UE desde el estallido de la guerra de Ucrania se ha derrumbado, pero no ha desaparecido del todo. Antes del conflicto, Rusia era el quinto socio comercial de la Unión. Para Moscú, la UE era su principal socio comercial, representaba el 36,5% de las importaciones y el 37,9% de sus exportaciones. Este comercio alcanzaba los US$270 mil millones anuales. Hoy, representa unos US$75 mil millones y se ve difícil una mayor reducción dada la dependencia de la UE de sectores críticos como gas natural y licuado, fertilizantes, níquel o paladio. Es decir, parece evidente que para Rusia y para la UE, la perspectiva de una paz en Ucrania permitiría recuperar parcialmente estos volúmenes comerciales y despejar a largo plazo el ambiente de desconfianzas recíprocas que el conflicto ha generado. Esto resulta más válido si se instala una política comercial proteccionista en Washington.

 

El factor espiritual ortodoxo:

Aunque las distintas denominaciones de esta religión son nombres de una misma Fe y práctica religiosa, ante el conflicto en Ucrania se ha producido un cisma entre ellos por la identificación del Patriarca de Moscú con la causa rusa y del Metropolita de la Iglesia Ortodoxa Independiente de Ucrania, con la de Kiev. Ambas buscan influir en los países europeos, donde la causa rusa ha logrado fuertes adhesiones en las iglesias de Serbia, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, y en buena medida en Bulgaria y Rumania. Antes del conflicto, los ortodoxos rusos eran fuertes en Francia, Reino Unido o Alemania. Las jerarquías ortodoxas de Grecia y Chipre se decantaron por los ucranianos, pero sumando y restando la mayoría de los creyentes ortodoxos europeos, alrededor de 200 millones, fuertemente concentrados en el este de Europa y los Balcanes, unos 140 sienten más simpatía por la causa de Putin.

 

Las minorías:

En la UE viven unas 450 millones de personas. De estos, 6.175.000 son rusos étnicos. Lo interesante es que 4.200.000 viven en Europa del Este, donde juegan un papel político más o menos relevante en sus países pequeños.

Ante la perspectiva de negociaciones clave para el término del conflicto en Ucrania, Vladimir Putin querrá emprender un último esfuerzo bélico azuzado por la pérdida del aliado sirio. Los países europeos se encuentran exhaustos financieramente; con un Trump aparentemente claudicante, receloso de la OTAN y deseando establecer una política comercial centrada en ellos mismos. Adicionalmente, Europa está presionada por los factores internos reseñados que quiebran su unidad para determinar el momento de negociar. En este rincón del mundo, asistimos atónitos a la encrucijada que está sobre la mesa: defender los valores en que creemos, o maquillar la paz.

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