Constitución y proyecto de política exterior

Columna
El Mercurio, 26.07.2022
Joaquín Fermandois, historiador y columnista

En términos de la letra y espíritu de la Carta propuesta por nuestros exconvencionales, ¿cómo se ve la situación internacional del país a través de este peculiar documento?

En primer lugar, esa declaración bolivariana de “plurinacionalidad”, por decir lo menos, es chocante, artificial. En la estela del estallido, la sarta de lugares comunes vociferados como realidad incuestionable ha inundado un tanto a la Carta propuesta. Pero la nación chilena no contiene otras naciones; la araucana o mapuche jamás lo ha sido, para no hablar del resto. Sí es evidente que son sociedades, aunque dentro de sus características propias —muy permeadas por la experiencia social y cultural del Estado nacional chileno— no alcanzan el grado de “nación”. Lo plurinacional lleva consigo el intento de crear segmentación nacional. Una nación dentro de otra, en un país que en términos comparativos es bastante homogéneo, es invitación a poner en crisis la cuestión de las fronteras, una cruz destacada en nuestra historia. ¿Para qué?

Se añade a la extrema atomización regionalista que afecta indirectamente a las relaciones internacionales, contribuyendo a la ingobernabilidad del país, un problema que se nos aproxima como gato de siete suelas. Ello, sin contar que la insurgencia en La Araucanía está creando de facto una división territorial. En estas páginas hace 20 años se sostuvo que, de seguir lo que entonces era una guerrilla política de tono menor, después de la experiencia Kosovo, en potencia volvía precarias las fronteras del país. Ya sabemos dónde estamos. El inventar de la nada naciones no hace sino contribuir a esta vulnerabilidad, todo por temas de suyo —restos de sociedad arcaica— relativamente insignificantes al lado de los grandes retos que confrontamos.

El segundo punto saturado de peligro del proyecto está en la afirmación beata contenida en el artículo 14, 3, donde se dice que las relaciones internacionales del país deben ser preferentemente con América Latina y el Caribe. Salvo en asambleas terapéuticas, pocas veces se ha escuchado necedad o ingenuidad (hermanas mellizas) más estruendosa. Siguiendo su lógica, Barbados, Granada y Santa Lucía, son más importantes para nosotros que Francia, Alemania y el Reino Unido, para no nombrar a la liga mayor.

Como toda beatería, aparenta ignorar que en los hechos América Latina y los vecinos han acaparado gran parte de nuestra atención a lo largo de los siglos. Sin embargo, la región es dependiente de una realidad mundial. Desde luego, del mundo euroamericano en su totalidad; más recientemente de Asia oriental. Enumerar más centros importantes sería abrumar a los pobres convencionales. El trasfondo de las ideas expresadas en el texto tiene profundas raíces europeas, exacerbadas por un brochazo de la academia norteamericana. No se trata de ignorarlas, ya que es parte del dinamismo cultural, pero, por favor, que no aparezcan como patético chauvinismo latinoamericanista, solo afán de caudillajes y furores ideológicos.

Existen más anomalías en el proyecto. No se menciona el respeto a los tratados, tratándose de fronteras y límites. Sería raro que estuvieran en una Constitución sensata. Mas, como este proyecto está preñado de todo tipo de aspiraciones y derechos reales e irreales, de expresiones alienígenas como maritorio, y promesas de exploración espacial, lo extraño e inquietante es que brille por su ausencia un principio tan fundamental de nuestra política exterior.

Es que en realidad no se trata de una Carta política, sino que de un proyecto político en marcha. Eso es lo que se votará el 4 de septiembre.

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