Cuando nos quisieron dejar sin tratados intangibles

Columna
El Líbero, 28.08.2023
José Rodríguez Elizondo, periodista, escritor y Premio Nacional de Humanidades 2021
El cuidado de los tratados entre Chile, Perú y Bolivia debe ser trilateral. Debe tenerse presente que la absolutización del bilateralismo ha sido la coartada de todas las injerencias de Evo Morales.

Buscando un papel equis, saltó desde mi archivo un texto del año 2006 titulado “Bases en Bolivia permitirían desestabilizar el sur del Perú”. Lo recuperé al toque, pues me hizo sentido de actualidad. Pensé en Evo Morales agitando el cotarro en Puno y declarado persona non grata por los peruanos.

Ese texto contenía una entrevista a Alberto Bolívar, geopolítico peruano, quien advertía sobre el establecimiento de puestos militares bolivianos en territorio fronterizo con el Perú, con ayuda del gobierno de Venezuela. Sospechaba el entrevistado que era un paso previo para la presencia de agentes de inteligencia militar venezolana y cubana, que podrían agitar el clima político en el sur peruano. El triángulo boliviano Santa Cruz, Sucre, Cochabamba -en cuanto clave para comunicarse con la Amazonía, El Plata y El Pacífico- sería un objetivo de tránsito. Hugo Chávez, imitando al Fidel Castro de los años 60, vinculaba la calidad de su liderazgo con la cantidad de intervenciones en soberanía ajena que podía permitirse.

En resumen, para el entrevistado esas bases bolivianas eran una especie de vanguardia bolivariana. Presuntamente, Chávez buscaría avanzar desde aquel triángulo al Perú, valioso por su posición geográfica central y por la posibilidad de inflamar cuestiones étnico-culturales, porque “recordemos que hay aymaras en el Perú, en Bolivia, en el norte de Chile y de Argentina”.

Bingo. Antes de llegar a ese párrafo, lo que me parecía clásica conjetura de geopolíticos imaginativos mutó en dura coyuntura.

 

Dividir para Morales

Al parecer, la presunta idea del finado Chávez había pasado a Evo Morales (digamos, a sus asesores) quien la había incluido en su estrategia de aproximación indirecta al Océano Pacífico, con la etnia aymara como pivote.

En efecto, tras fracasar su esperanza de dividir Chile en once naciones, mediante una Constitución refundacional, el líder boliviano se volcó hacia la secesión del sur peruano, con base en su proyecto América Latina plurinacional o Runasur. Lo proclamaría desde el Cusco, con gran ceremonia, ante representantes de distintos pueblos originarios y con la anuencia de Pedro Castillo.

Como se sabe, Runasur también fracasó, esta vez por denuncia de avezados diplomáticos peruanos. Según ellos, lo que pretendía Morales era instalar una franja aymara soberana entre el Perú y Chile… para luego endosarla a Bolivia. Tácitamente, esto le permitiría volver al poder en gloria y majestad, desplazando a su hermano presidente Luis Arce.

Tras ese segundo traspié, a Morales no le quedó otra que seguir agitando en Puno, a favor de la crítica situación social y política que siguiera al frustrado autogolpe de Castillo. Como tampoco le fue muy bien, hoy está agitando en su propio país, para aserrucharle el piso presidencial a Arce.

 

Dos tratados en la mira

Yo entiendo que la diplomacia no comunique todas las amenazas que conoce o sospecha. Procesarlas requiere discreción. Pero la verdad es que entiendo poco cuando ni siquiera las percibe. Quizás algo de eso hubo cuando la Convención Constitucional propuso un texto demasiado inspirado en La Constitución de Bolivia. Nunca supe de alguna reacción oficial sobre algún tipo de peligro. Y luego, ni cuenta nos dimos de que el proyecto Runasur para el Perú era la rueda de repuesto de la frustrada injerencia de Morales en nuestro país.

Sin embargo, tanto Runasur como la pretendida plurinacionalización de Chile tenían como fuente “jurídica” el artículo 268 de la Constitución “evista” de 2009. Lo transcribo:

“El Estado boliviano declara su derecho irrenunciable e imprescriptible sobre el territorio que le dé acceso al Océano Pacífico y su espacio marítimo”.

Cuando Morales promulgó esa Constitución, leímos ese artículo como si sólo fuera un desconocimiento unilateral y superlativo del tratado con Bolivia de 1904 (antes Morales había dicho que era un “tratado muerto”). No reparamos en que omitía la clásica palabra “recuperación” y tampoco en que la frase “territorio que le de acceso al océano” no tiene coordenadas que lo identifiquen.

Hoy sospecho que aquello fue una indefinición con método. Era un modo oblicuo de decir que ese derecho irrenunciable tenía como objetivo tanto territorio chileno como peruano. Es una sospecha que debió ser una evidencia, si sólo hubiéramos recordado que Arica siempre fue el puerto de salida al mar ambicionado por los primeros bolivianos de 1825.

Así analizado, el artículo 268 postulaba no sólo el desconocimiento del tratado de 1904 con nuestro país. Además, contenía una justificación para interrumpir la contigüidad geográfica entre el Perú y Chile. Es decir, para dejar sin efecto el tratado peruano-chileno de 1929. El mismo que tanto tiempo, energías y talento diplomático demandara, bajo la conducción patriótica de los presidentes Augusto Leguía y Carlos Ibáñez.

 

Opción de amistad

Cabe agregar que esta última experiencia debiera ser una línea roja. Una gran señal para cuidar los tratados de límites, que suelen denominarse “de amistad”. En especial, los que configuran el estatuto de paz posguerra del Pacífico.

Esto no significa que dichos tratados sean intangibles ni santos. En cuanto obra humana podrían modificarse de común acuerdo, si se dan las circunstancias necesarias y en el marco del Derecho Internacional. Lo que sí implica es que no son aceptables denuncias unilaterales ni actos de injerencia ni, menos, actos de beligerancia.

Desde esa prevención, ese cuidado de los tratados entre Chile, Perú y Bolivia debe ser trilateral, respecto a los puntos que puedan concernirlos. Por lo demás, debe tenerse presente que la absolutización del bilateralismo ha sido la coartada de todas las injerencias de Morales en Chile y el Perú, en aras de la conquista y mantención vitalicia de su poder político en Bolivia.

En relación con lo dicho, el historiador y diplomático peruano Juan Miguel Bakula solía decir que el tratado chileno-peruano de 1929 sólo fue “una opción de paz”. Era su queja por no haberlo cuidado como debíamos. Por no haberlo convertido en una base potente para nuestro desarrollo conjunto. Valga esta cita suya, de 1994, para entenderlo a cabalidad:

“Ni con el Ecuador ni con Colombia ni con Bolivia tenemos el conjunto, la profundidad y la consistencia de las relaciones humanas, sociales y económicas que tenemos con Chile”.

De ahí viene mi vieja tesis del “trilateralismo diferenciado”. Esto es, sobre la necesidad de reconocer la aspiración marítima de Bolivia como un hecho, pero en el marco de la contigüidad geográfica entre chilenos y peruanos que garantiza el tratado de 1929. Ese sería el mínimo común para dialogar y negociar.

Con la esperanza de que esto se asuma en los altos niveles políticos, advierto que se acerca el centenario del mencionado tratado chileno-peruano de 1929. Ese que, según el expresidente boliviano Daniel Salamanca, puso un candado al mar para Bolivia, cuya llave entregó al Perú. Es una buena ocasión para festejarlo porque, aun cuando tuvo detractores nacionalistas en ambos países, fue una rara joya del arte diplomático. Baste recordar que, además de la valentía de los presidentes mencionados y la sabiduría de sus cancilleres, fueron pivotes de ese largo proceso las Armadas del Perú y Chile, unidas por el culto a sus héroes Miguel Grau y Arturo Prat.

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