Diarios de Berlín 1939-1940, memorias del diplomático chileno Carlos Morla Lynch

Reseña de libros
El País, 03.04.2023
José Miguel González Soriano, filólogo español

La editorial Renacimiento no cesa en su labor de rescate de textos y autores que resultan prescindibles si queremos profundizar en nuestra historia literaria, más allá de los nombres y las obras que constituyen sin dudas la estructura axial de nuestra cultura, pero que resultan insuficientes para comprender su enorme complejidad y su letra pequeña. Y un ejemplo de ello es la recuperación que se viene haciendo de la figura de Carlos Morla Lynch, diplomático chileno nacido en Paris en 1885, de vida relativamente azarosa y marcada emocionalmente por su estancia en España como consejero de la embajada de Chile entre 1928 y 1939.

Llegó acompañado de su esposa, Bebé Vicuña, y de su único hijo, después que el matrimonio perdiera a sus dos hijas en fechas anteriores, un hecho que en opinión de Andrés Trapiello marcaría el futuro conyugal. En todo caso, fueron años decisivos no solo en la historia peninsular sino también decisivos para Carlos Morla, a juzgar por sus diarios de aquel tiempo y cuyo primer título En España con Federico García Lorca. Conversaciones y Memorias, da idea de la expresa vinculación que hizo el autor de su primera experiencia española con la personalidad descollante del poeta granadino.

Aquellas anotaciones en su etapa madrileña fueron publicadas tempranamente por la editorial Agolar en 1957 con el título mencionado, aunque fueron censuradas tanto por razones políticas como privadas. Renacimiento recupera la versión original en 2008 (todavía con alguna censura impuesta por la familia) y a ella se añadiría poco después España sufre, los diarios de la guerra de España, a lo que hay que añadir la edición de los informes diplomáticos enviados a Chile y mencionados en el diario de Berlín con el título Memoria de Madrid. Todos ellos incluyen sendos prólogos de Andrés Trapiello, una referencia inexcusable en el conocimiento y rescate de la obra diarística de Morla y a quien hay que agradecer sus gestiones cerca de las nietas del escritor y diplomático, propietarias de los cuadernos de su abuelo.

A la somera relación diarística que acaba de hacerse, se añade ahora una nueva contribución: el diario que Morla mantuvo durante su estancia en Berlín como embajador in pectore entre 1939 y 1940, unos cuadernos inéditos hasta la fecha y bien editados por Inmaculada Lergo y José Miguel González, incluyen el volumen un índice onomástico que resulta imprescindible para su consulta.

Y es que Morla no solo fue un diarista nato, hecho a la anotación cotidiana de lo que sucedía a su alrededor desde su juventud, sino que la forma en que solía hacerlo es muy característica. Porque, por lo que se puede comprender de él, concebía la escritura privada como un refugio personal donde a solas con su conciencia revivía lo sucedido durante el diario otorgando a las personas que trataba un valor distinto al obligado por su profesión, construyéndose de esto modo un mundo personal, privado, más acorde con sus verdaderos sentimientos sobre las cosas, aunque esos sentimientos apenas traslucen si no es en el retrato ajeno.

Resulta fácil pensar que su profesión era en parte responsable de ese plus de significación que Morla necesitaba otorgarse a sí mismo, porque un diplomático no puede permitirse demasiadas expansiones de temperamento sin poner en riesgo su carrera. Sin embargo, en el diario también en el que escribe en Berlín, los hombres y mujeres que desfilan por él lo hacen a la luz distinta, más acorde con sus propios intereses en el trato humano.

Por sus descripciones comprendemos que detesta la vulgaridad, la descortesía y la ingratitud. Sabemos que queda marcado por la falta de nobleza que encuentra en los cerca de 2000 españoles del bando nacionalista (muchos de ellos aristócratas) a los que dio asilo en Madrid durante la guerra, arriesgando su propia tranquilidad y su prestigio y que al acabar la guerra salieron de la Embajada, y su mayoría, sin volver la vista atrás. A Morla ese hecho, así como la falta de reconocimiento del gobierno de Franco a su generosa actitud, le parece moralmente inaudito y sobre él vuelve en su diario berlinés a menudo.

El diario refleja la incomodidad íntima de un hombre indeciso, atrapado entre dos mundos: el grand monde, por así decirlo, de recepciones, etiquetas, brillos y cosmopolitismo, todo ello con un bran peso específico en su vida, y el mucho más interior vinculado a un deseo apenas expresable: su pulsión homosexual reflejada en su querencia por los muchachos atractivos a los que seduce, pero también sabe mantener a raya. Es su vaivén que ha conocido en España los excesos de una homosexualidad cómplice, clandestina y un punto canalla y, por el contrario, conoce en Berlín la morigeración y el respeto a las normas, con la ayuda de Bebé, la mujer fuerte de esta historia.

Una vez en la capital alemana, Morla se impone la prohibición de beber alcohol o de dar salida a sus preferencias sexuales, y de ahí la enorme nostalgia que siente de Madrid (donde fallecería en 1969) y de una vida distinta, más rica y en ella el trato con el círculo lorquiano fue fundamental.

También se trata de un vaivén político que ofrece una lectura positiva de si pensamos en un hombre de paz, liberal y alérgico al conflicto, que reprocha a Franco su revanchismo autoritario y vengativo, pero admira al mismo tiempo del nazismo du disciplina, su belleza en el movimiento de masas y por haber articulado una salida supuestamente digna de admiración a la humillación sufrida por los alemanes después de la Gran Guerra. No le gusta Hitler (“una calamidad con dos patas”), pero simpatiza con la Alemania que surge con él y no intuye más que al final del diario, cuando el III Reich ya ha invadido Bélgica y Holanda, las terribles consecuencias de la sed de dominio nazi.  Sus muchachos son como los dioses: “Limpios, sanos, fuertes, guapos, simpáticos a fuerza de esplendidez física y de superioridad de roca”.  Morla no consigue en 1940 ver mucho más allá, pero una tristeza indefinida flota en este diario como la expresión más persistente de un hombre de mundo, de un mundo que se hundía a ojos vista.

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