El explosivo regreso del indigenista errante

Columna
El Líbero, 02.10.2023
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
  • El cruel destino llevó a los “hermanos” Evo Morales y Luis Arce a quedar prisioneros en una lucha fratricida, la cual acaba de entrar en su fase final.

El letal virus de las divisiones internas, tan característico de los grupos trotskistas, ha llegado al gobernante MAS boliviano. Como si estuviese predestinado por mandato divino, este movimiento, ícono mundial del edén pachamámico, ha ido cayendo en algo muy terrenal. Sumirse en esas interminables rencillas internas y pendencias personales acerca de quién encarna de manera más prístina las ideas revolucionarias. En el caso boliviano, el cruel destino llevó a los “hermanos” Evo Morales y Luis Arce a quedar prisioneros en una lucha fratricida, la cual acaba de entrar en su fase final.

Los estudios de futuro conocen estos episodios como rinoceronte gris. Un acontecimiento eminentemente predecible y con gran impacto, ante el cual poco o nada se puede hacer. Por lo tanto, estamos en presencia de un choque muy sugerente e instructivo, especialmente si se le mira desde el ángulo de las siguientes preguntas: ¿Qué lo hacía predecible? ¿Qué impacto tendrá sobre esa constelación de manifestaciones re-fundacionales que cruzan América Latina estos últimos años?, y si producirá algún efecto de tipo geopolítico en la región.

La desavenencia entre Morales y Arce exhibe ya una cierta trayectoria, aunque carece de sustento. No es una colisión de dimensiones globales. Tampoco un foco de desestabilización de los equilibrios regionales. Sí tiene un alto impacto interno, pues aún no se configura una fuerza capaz de llenar el vacío que dejará la atomización del partido gobernante. Una de las grandes incógnitas es la reacción final de esas cosas etéreas llamadas “organizaciones sociales”. Además, en Bolivia estos cambios suelen ser traumáticos y sangrientos.

El conflicto empezó a dibujarse cuando Evo escogió al “hermano Lucho” como su delfín. Se vio obligado a ello, tras haber recurrido a cuanta argucia era posible para reelegirse una y otra vez. Además, su conducta estaba produciendo hastío en sus propias filas. Arce era considerado un buen ministro de Economía (algo que el tiempo demostró ser sólo un espejismo), pero, como se le veía algo solitario, Morales asumió que no tendría autonomía. Sería manipulable. Con él, la fuente poética indígena seguiría casi intacta.

El “dedazo” de Evo tampoco iría a contrapelo de lo que ocurre en América Latina. No iba a generar críticas. A Evo se le tenía por un hombre sagrado y podía permitirse cualquier cosa.

El error de cálculo fue rotundo. Arce no aceptó ser tutelado y nació un incordio, que empezó a minar lentamente la amistad y la confianza. En unos cuantos meses, se agudizó y los presagios se tornaron lúgubres. La ruptura apareció en el horizonte.

En todo caso, el enfrentamiento carece de sustento. No hay diferencias desde el punto de vista político. Evo pareciera ser más impulsivo, tosco y llevado de sus ideas, pero son sólo matices. En el fondo, es una simple lucha de egos. Ambos consideran a los llamados pueblos ancestrales como su manto protector.

Las implicancias regionales existen, aunque algo acotadas. Por ejemplo, difícil resulta vaticinar la reacción mexicana. El Presidente Andrés Manuel López Obrador, como buen animal político que es, había aprovechado el descalabro del “hermano Evo” para proyectar paternalismo hacia América del Sur. Morales le sirvió para cuanta diatriba anti-españolas se le ocurrió.

Le dio asilo justo apenas tuvo que huir del país y Morales no sabía cómo ejecutar su escape. AMLO le envió un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, pero el cometido resultó bastante más aparatoso de lo previsto. Incluso le pidieron a Jair Bolsonaro el sobrevuelo del espacio aéreo brasileño. El gesto del “ultraderechista” nunca fue retribuido públicamente. Sin embargo, la operación llenó de orgullo a AMLO. Le adjudicó un heroísmo portentoso. Dijo que el avión fue atacado con un lanzacohetes en momentos del despegue. Lo consideró una especie de Entebbe personal.

Desde entonces, Evo se convirtió en una especie de indigenista errante. Condenado a vagar sin fin para pagar sus excesos.

No sólo aquellos de tipo electoral, que comprometieron definitivamente la imagen de demócrata, conseguida ante no pocos incautos cuando se hizo con el poder. Muchos se maravillaban con su inédito experimento. Una democracia con formas liberales y espíritu pachamámico. Algo inédito.

A su errancia lo condenaba también el volcánico comportamiento personal. Por ejemplo, esas indisimuladas extralimitaciones con las ministras de su gobierno (sin que el movimiento feminista siquiera le insinuase una contención mínima). En 2020 saltó a luz pública un vínculo sentimental con una menor de edad. También se conoció una escandalosa relación con una treintañera, llamada Gabriela Zapata, quien, por alguna misteriosa razón, había sido designada en un alto cargo directivo en una empresa china, la cual se adjudicó millonarios contratos con el Estado.

Durante su asilo en México, se dedicó a recorrer países con los cuales su gobierno había establecido alianzas estratégicas (Cuba, Venezuela, Nicaragua y los sectores kirchneristas de Argentina). Con todos ellos, tuvo (y mantiene) una relación entrañable. No es casualidad que sus necesarios exámenes médicos se los siga haciendo en Caracas y La Habana. Sin embargo, las cosas en Bolivia le inquietaban y de improviso cambió el asilo mexicano por otro en Buenos Aires. Quería vigilar más de cerca los pasos de su arisco delfín.

Le empezó a molestar que el equipo emergente del “hermano Lucho” desplazara a sus leales. Que no atendiera sus continuas recomendaciones. Desde Buenos Aires, con fuerte apoyo del Presidente Fernández, le exigió co-gobernar. El silencio y displicencia colmaron su paciencia y puso fin a la errancia. Pasó a la ofensiva y regresó a suelo boliviano. Desde entonces, el MAS pasó a tener una doble existencia y la indofanía se fue convirtiendo en un infierno.

Estos últimos meses, los epítetos de grueso calibre han ido en rápido aumento. “Traidor”, “corrupto”, “narcotraficante”, es lo más suave que se han dicho. Las huestes de Arce insisten, tanto en los abominables hechos ocurridos bajo el mandato de Evo, como en la imposibilidad constitucional de una nueva reelección del antiguo Mandatario. Un reciente encuentro de sindicalistas del MAS terminó en una gresca monumental entre “evistas” y “arcistas”. Quinientos heridos de gravedad. Desde entonces a Evo lo protegen guardias armados.

La revolución cubana -que de este tipo de incordios intestinos sabe mucho- captó la magnitud del conflicto y su posible epílogo. Díaz-Canel se apresuró a mediar entre ambos. Hace pocas semanas, los citó de urgencia a La Habana. La preocupación es obvia. Los caribeños son los padres de estas criaturas refundacionales. Arce y Morales concurrieron al llamado, pero fue en vano. La negociación terminó en un fiasco.

La imposibilidad de una reconciliación marca un nuevo desgarramiento del país. No es menor recordar que aún quedan dos años de gobierno de Arce. Los contendientes terminarán exhaustos y dejarán a Bolivia en vilo, esperando angustiosamente la desintegración del MAS.

La gota de optimismo pasa por la creación de una fuerza nueva, con tintes democráticos, y capaz de sacar al país de los sueños ancestrales. Además, pasa por lo que suceda en México y Argentina. AMLO y Fernández ya van de salida.

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