El extraño caso de Perú (y el de Chile)

Columna
El Líbero, 15.12.2022
Claudio Hohmann, ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones
El extraño caso del Perú, de una economía boyante mientras la política se derrumba, no ha tenido lugar entre nosotros. En Chile se impone la lógica más elemental: el crecimiento no es independiente del sistema político.

Después del fallido golpe del ahora destituido expresidente de Perú, Pedro Castillo, un medio nacional publicó un artículo titulado apropiadamente “el extraño caso de Perú”. Se refería a la buena salud que ha exhibido por años el crecimiento económico del vecino país, a la vez que simultáneamente se desenvuelve en una inestabilidad política crónica, que la semana pasada alcanzó su punto de quiebre.

Cómo ha ocurrido, se preguntaba el articulista, que la economía peruana haya progresado ininterrumpidamente en un contexto político tan desfavorable. ¿Qué puede ser más dramático para una sociedad que presenciar la caída, uno tras otro, de sus presidentes hasta acumular seis en un lustro? Semejante estado de cosas debiera haber afectado sensiblemente la confianza de los inversionistas y de los consumidores, pero tal cosa extrañamente no ha ocurrido en Perú. No por los menos hasta ahora.

Nada más lejos de la situación en Chile, que ha elegido ocho presidentes consecutivos desde 1990, y que desde la recuperación de la democracia no ha experimentado ni de cerca algo parecido al término anticipado de un mandato presidencial, ni siquiera cuando hace tres años el estallido social puso a la institucionalidad al borde del abismo y a La Moneda en un riesgo inminente.

Pero mientras Perú siguió creciendo sin pausa en medio de sus turbulencias políticas -incluso lo hará este año a una no despreciable tasa de 2,7%-, en nuestro país el dinamismo económico ha decaído y muestra signos de mantenerse estancado por un tiempo largo. El Banco Central pronostica una caída del producto el próximo año y un crecimiento tendencial del orden del 2% para los próximos diez años. Muy poco para una nación que requiere mucho más para alcanzar la meta del pleno desarrollo, que no hace tanto avizoramos con ingenuo entusiasmo.

¿Cómo es que un país que resolvió por la vía institucional la gravísima crisis social de 2019, que eligió a su actual gobernante y a sus parlamentarios en un impecable acto electoral, y que después de un resonante rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional se apresta a iniciar un nuevo proceso para darse una nueva Carta Magna que podría ser aprobada y comenzar a regir el año que viene, todo esto dentro de los marcos institucionales establecidos, experimenta en cambio un escenario económico sombrío que no parece que va a mejorar en los próximos años?

La respuesta no resulta fácil, entre otras cosas porque no hay una sola causa que lo explique. Pero hay una que salta a la vista: la responsabilidad del sistema político en este preocupante estado de cosas.

Porque no es lo mismo un sistema político fallido como el de Perú, incubado en un presidencialismo enfrentado en una guerra sin cuartel con el parlamentarismo unicameral hiper fragmentado, que uno desde el cual toma forma la aspiración de superar el neoliberalismo -lo que sea que eso signifique-, y que de la mano del presidente Boric se encumbra a la más alta magistratura del poder.

Tampoco uno donde la refundación del país se redacta elaboradamente en una propuesta constitucional que, hace apenas unos meses, espantaba al más valiente de los inversionistas e impulsaba la más caudalosa salida de capitales desde que muchos tenemos memoria. Su rotundo rechazo en el plebiscito no oculta el hecho que una proposición refundacional en toda la línea haya podido encontrar una expresión en la institucionalidad política, algo altamente improbable en cualquier democracia avanzada que se precie de tal.

Otras iniciativas que se han gestado en el sistema político, como los retiros de fondos de pensiones o el congelamiento de tarifas de servicios públicos, entre otras, han venido instalando niveles de incertidumbre que resienten el desempeño de la economía chilena, como no, mientras escasean las ideas y proposiciones que el crecimiento requiere con urgencia para recuperar su dinamismo.

El extraño caso del Perú, de una economía boyante mientras la política se derrumba, no ha tenido lugar entre nosotros. En nuestro caso se impone la lógica más elemental, esto es, que el crecimiento no es independiente del sistema político, sino que va de la mano de lo que allí se decide (o se deja de hacer).

El proceso constitucional que se iniciará pronto será nuestra mejor oportunidad para reparar las serias fallas que exhibe tan notoriamente.

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