El fatal destino de las “ineptocracias” latinoamericanas

Columna
El Líbero, 08.02.2022
Iván Witker, PhD (U. Carlos IV-Praga), investigador (ANEPE) y académico (Escuela de Gobierno-U. Central)

El devenir regional se asemeja a un camino pedregoso y pantanoso, con una multiplicidad de conflictos híbridos

La reciente foto del presidente brasileño Jair Bolsonaro posando junto al peruano Pedro Castillo en Porto Velho, capital del estado amazónico de Rondonia, podría ser tomada como un ejemplo de que las democracias latinoamericanas están en condiciones de converger en su diversidad. Eso proponía un canciller de nuestro país -adoptando un aire ciceroniano tercermundista- para hacer creer a incautos de lo indispensable que sería entenderse con el arisco vecindario latinoamericano.

Aunque desgraciadamente nunca ahondó respecto a qué entiende por convergencia y por diversidad, lo más probable es que la foto haya sido de su total desagrado e incluso la haya mirado con desdén. Un izquierdista, aunque sea de fuerte arraigo selvático, como Castillo, no debería obsequiarle abrazos y sonrisas al llamado Trump latinoamericano. Así piensan muchos sectores ideologizados respecto a Bolsonaro. En materia de abrazos y sonrisas, las izquierdas latinoamericanas no suelen ser muy piadosas. Por lo tanto, la convergencia hay que entenderla dentro de límites más bien curiosos.

La foto corresponde a un encuentro pensado por Bolsonaro en términos pragmáticos, con la finalidad de acordar con Castillo la construcción de una carretera que conecte a las localidades de Cruzeiro do Sul con Pucallpa y facilitar así una salida hacia el Pacífico; algo de importancia geopolítica para los brasileños. Aunque esa, y no otra, es la centralidad de esta cumbre Castillo-Bolsonaro, resulta interesante explorar si representa algo para el mágico ambiente político latinoamericano, dentro del cual se inscribe esa idea de convergencia en la diversidad.

Una primera consideración se relaciona con los fuertes cambios que están ocurriendo en la región, asociados a líderes triunfantes que nadie esperaba. Son líderes que están pre-figurando profundos cambios generacionales y sociales, donde la manera de concebir la política es inédita. Por eso, han aparecido los Bukele (que se relacionan con la opinión pública vía redes sociales), los López Obrador (con sus inauditas ruedas de prensa bautizadas como mañaneras), o el mismo Castillo (con sus atuendos identitarios tan inverosímiles) o Bolsonaro (cuya franqueza bordea el desparpajo). Inclusive, es posible que también el cuadro embrionario de nuestro país -dependiendo el derrotero que tome- sea reflejo de tales cambios. Esto significa que la diversidad latinoamericana que vivimos hoy es del todo inédita.

El surgimiento de los personajes señalados, y otros, está provocando en los ambientes políticos, llamémosle tradicionales, una especie de shock. Un desconcierto semejante al visto en la reconocida película Good Bye, Lenin, de Wolfgang Becker, donde la protagonista, tras caer en estado de coma, poco antes del derrumbe del comunismo, sencillamente no da crédito a las transformaciones que observa y escucha al volver en sí.

Por lo tanto, la perplejidad es lo determinante en las críticas que reciben estos líderes tan divergentes como Castillo y Bolsonaro. Por eso, sectores más tradicionales de derecha enfatizan con pavor la falta de preparación de algunos de ellos (principal crítica a Castillo) o alertan de consecuencias catastróficas ante pasos desconocidos (los adversarios de Bukele). En tanto, los de izquierda tradicional tienen enormes dificultades para superar ese molde del materialismo histórico y dialéctico (una enfermedad que aqueja no sólo a los comunistas), que les impide obtener explicaciones o respuestas homogéneas a estos fenómenos nuevos.

Una segunda consideración apunta a una inusual fragmentación que atraviesa la región entera, y que tiene diversas fuentes. Por un lado, en esa endémica fragilidad de cada una de las democracias latinoamericanas, producto de que, como bien observa el historiador argentino, Ricardo Levene, en prácticamente todos estos países los habitantes se encuentran en estado de pre-ciudadanía. Por eso, en su profusa obra, especialmente en “Las Indias no eran colonias”, sostiene con asertividad que los latinoamericanos sufrieron un parto independentista prematuro, y se emanciparon antes de haber madurado cívicamente. Por lo mismo, el desafío central de estos países, siguiendo la sugerencia de Levene, fue, y sigue siendo, formar ciudadanos.

Debería entonces asumirse como una propuesta algo extraviada eso de hacer converger a democracias carentes de ciudadanos.

Sin embargo los obstáculos no se detienen allí. Otra causa esencial de la fragmentación regional radica en las amenazas de tipo existencial. En los años 60 y 70, las débiles democracias latinoamericanas estuvieron bajo el asedio ideológico que pretendía alterar las realidades geopolíticas de la Guerra Fría. Ya se sabe que su desenlace fueron medidas urgentes, destinadas a la sobrevivencia como Estado. También se sabe que fue un proceso doloroso, con demasiadas víctimas.

En la actualidad, las democracias latinoamericanas están sometidas a amenazas igualmente graves. Esta vez por parte de otras fuerzas impersonales, como el crimen organizado. Esta es una amenaza que agudiza la fragilidad proveniente no sólo de la corrupción, sino, ante todo, de la cultura narco. Esta va horadando lenta, pero persistentemente, la ya de por sí pobre institucionalidad, pero también corroe los atisbos de convivencia civilizada entre las personas.

Son entonces la fragmentación, la fragilidad institucionalidad y la debilidad de sus elites políticas, las que están convirtiendo a las democracias latinoamericanas en ineptocracias, cuyo elemento más ígneo es su incapacidad para enfrentar fuerzas disgregadoras de todo tipo. La más activa de estas fuerzas proviene de esos dialectos ideológicos llamados “progresismo” (probablemente hacia alguna epifanía amorfa), “desarrollo sostenible” y “plurinacionalidad”. Estos últimos, convertidos en los nuevos grandes paradigmas, cuyo destino no es otro que socavar las fronteras y acabar con cuanto exista de democracia liberal.

Chile no escapa a esta lógica. De ser el único país latinoamericano continental con control real y palpable sobre todo su territorio, lo que constituyó siempre una de sus grandes excepcionalidades, se ha adentrado en los últimos años en una encrucijada fragmentadora no exenta de peligros existenciales. La evidente pérdida de control efectivo sobre importantes porciones territoriales está desatando discusiones nostálgicas sobre un país que parece estar convirtiéndose en un archipiélago de zonas grises, cuya interlocución con el resto del mundo debería reposar sobre bases enteramente nuevas.

¿Representa este cuadro de ineptocracias un destino fatal? Pareciera que sí.

Hacer converger unas con otras sin un trazado civilizatorio mínimo, sin un norte, no va más allá de ejercicio retórico de tipo populista. El devenir regional se asemeja a un camino pedregoso y pantanoso, con una multiplicidad de conflictos híbridos. Un verdadero laboratorio del crepúsculo, lo definiría Milan Kundera.

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