Columna Perfil, 19.05.2024 Felipe Frydman, economista argentino, exembajador y consultor del CARI
El 16 de mayo de 1966 marcó el inicio en la República Popular China (RPC) de una de las más dramáticas batallas por el poder, conocida como la Gran Revolución Cultural Proletaria, que conmovería la estructura política del país durante diez años. Mao Zedong dio a conocer el documento “Notificación” advirtiendo sobre la penetración en el Partido Comunista (PC) de enemigos del comunismo que pretendían restaurar el capitalismo. El documento fue interpretado como un éxito de Mao, cuyo liderazgo estaba siendo cuestionado después del fracaso del Gran Salto Adelante, donde perecieron 30 millones de personas por las hambrunas.
El primer párrafo llamaba a eliminar a los infiltrados en el Comité Central, el partido y el gobierno recordando que la disputa ideológica contra la burguesía requería una lucha de clases permanente. “La lucha contra los contrarrevolucionarios es de vida o muerte, donde no hay lugar para la igualdad; en la dictadura del proletariado no puede haber coexistencia pacífica entre los explotados y explotadores ni consideración ni magnanimidad”. La mención a la coexistencia pacífica y a Nikita Khruschev indicaban la ruptura con el revisionismo de la Unión Soviética, que se trasladaría a los Partidos Comunistas de todo el mundo.
La tarea fue encargada a Jiang Qing (esposa de Mao), Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Chen Boda, entre otros. Los tres primeros más Wang Hongwen integrarían la Banda de los 4, que continuó operando hasta su detención y condena, en 1976. El apoyo de Lin Biao, ministro de Defensa, fue decisivo para impulsar la Revolución Cultural. El presidente de China, Liu Shaoqi, fue señalado como traidor, condenado a prisión y expulsado del partido en 1968 junto con otros líderes como Deng Xiaoping y Xi Zhongxun (padre de Xi Jinping). Liu falleció en la cárcel en 1969.
Lin Biao compiló el Libro Rojo con los dichos de Mao Zedong, donde se resaltaba el sacrificio personal, la crítica al individualismo y la dedicación revolucionaria. En 1971 Lin Biao fue acusado de planear un golpe de Estado y el asesinato de Mao; el avión con el que huía a la Unión Soviética se estrelló en Mongolia días después.
La Revolución Cultural conmovió a toda la sociedad china. Los estudiantes, el sector privilegiado en un país pobre, se convirtieron en inquisidores para defenestrar a los señalados como burgueses. La utopía del hombre nuevo desprovisto de egoísmo se convirtió en la fuerza motora mientras agitaban el nuevo evangelio con las enseñanzas del Gran Timonel.
Las miserias de esos años fueron descriptas en primera persona en el libro La perla del dragón, de Surin Pathanothai, quien vivió en China como protegida de Zhou Enlai (1898/1976) desde 1958. Esta década oscura se caracterizó por el terror, los juicios y asesinatos públicos y el hambre.
Los principios de la Revolución Cultural se extendieron por todo el mundo. Los estudiantes en las revueltas de París de 1968 exhumaban el Libro Rojo para expresar su desprecio por el capitalismo, la sociedad de consumo y los valores occidentales, mientras el proletariado observaba desde las fábricas. Personajes como Sartre, Kristeva, Barthes, Lennon, July y Foucault no demoraron en beatificar la violencia como instrumento de purificación de la sociedad. La sed de protagonismo los llevó a confundir una sanguinaria lucha por el poder con una supuesta “revolución ideológica”. Los expulsados de 1968 calificados por Mao como “veneno de buey y espíritu de serpiente” volvieron después de su muerte para iniciar una larga marcha que permitiría la disminución de la pobreza y, en palabras de Xi Jinping, el rejuvenecimiento de la gran nación.